A medianoche, lo mismo. Algo me llamaba. Miré el reloj. Las 00.00. Qué raro. Miré a Vicky, que dormía plácidamente. Me levanté de la cama, me puse las zapatillas y salí al pasillo, como las anteriores noches. Esta vez el fantasma era una niña pequeña, de unos seis años, que me sonreía y me indicaba con la mano que la siguiera.
Me encogí de hombros, me saqué las zapatillas y me puse unos tenis y una chaqueta y la seguí.
Bajé las escaleras, el fantasma se volvió un momento para asegurarse de que la seguía y traspasó la puerta principal. La abrí, y salí afuera.
Hacía mucho frío, pero que mucho. Me subí la cremallera hasta arriba, metí las manos en los bolsillos y empecé a caminar.
Bajamos la pequeña colina hasta llegar al muro que rodeaba el castillo, y el fantasma se paró, volviéndose hacia mí.
-¿Te quedan fuerzas? –preguntó con una voz como si estuviera hablando por un micrófono.
-No. Por culpa tuya y tus amiguitos tengo sueño.
-No, no esa fuerza. Si te queda fuerza para controlar el tiempo. Me han dicho que eres capaz de congelar el planeta, o hacer inmortal a una persona. Incluso viajar en el tiempo. Tienes el poder de destrucción, Alex.
-¿De destrucción?
-Sí. Tu opuesto, el ángel del espacio, tiene el poder de salvarlo, pero tú eres todo lo contrario. Y eso es lo que queremos.
-¿Per… perdona?
Me cogió de la mano y me llevó hasta detrás del árbol. Me sorprendió que pudiera tocarme. Y apareció la peor imagen que podía haber visto en toda mi vida.
Era una alumna. No estaba segura de quién era, pero tenía sus alas blancas de ángel estiradas, en el suelo, manchadas de su propia sangre, que salpicaba la hierba bañada por la luz de la luna. Y los ojos azules abiertos, sin vida.
Empecé a sudar, temblar y retroceder. Pero la niña me lo impidió.
-Vamos, bebe, sé que lo estás deseando.
Respiré hondo, y un impulso me hizo avanzar un paso. Ahora sé lo que sienten los vampiros cuando tienen sed. Y es horrible. Pobrecillos.
Me coloqué a su lado, me arrodillé y tragué saliva. El fantasma se acercó a mí y me acarició el pelo suavemente.
-Vamos, vamos.
Miraba nerviosa detrás de mí muy a menudo. ¿De qué tenía miedo?
Al final me rendí. Me agaché, cogí la muñeca de la chica ya muerta y me dispuse a morderle cuando una voz me interrumpió:
-¡Alex, no lo hagas!
Dejé caer la muñeca al suelo, y me volví. Jack.