sábado, 17 de diciembre de 2011

Capítulo 49

El guardia había llegado al piso, con algunas magulladuras en la cara y completamente rojo del esfuerzo.
-¡Tú! –señaló a Danielle.
-Levántate, Danielle, y haz todo lo que te dice –le susurró Axel.
-No, Axel, ¡no pienso dejarte! –el guardia se acercó a ella y la levantó sin esfuerzo del suelo-. ¡No! ¡Suéltame! ¡Yo no me voy! ¡No quiero irme!
-Vamos, lárgate antes de que cambie de opinión.
-¡No! ¡Axel! ¡Por favor, Axel, quiero estar contigo!
Lloraba alzando las manos hacia la celda, pero el guardia la arrastraba hacia las escaleras. Axel sólo podía mirar cómo se marchaban.
Finalmente ambos bajaron. Ethan la esperaba fuera, en la calle, sin ningún rasguño, quizá porque el guardia no quiso hacerle daño. Al verla ser arrastrada, fue hacia ellos. El guardia la soltó en el suelo, y después de una pequeña riña y una amenaza, cerró las puertas.
Danielle siguió llorando. Ethan la abrazó con fuerza, apretándola contra su pecho, como tantas veces había deseado hacer anteriormente.
Pero Danielle no quería que la consolasen esos brazos ni esos besos que recibía en las mejillas. Sólo quería todo eso de una persona, a la que iban a matar esa misma noche.
-Ethan… ¿quién… cómo se habrán enterado de quién es en realidad Axel?
Ethan paró de besarla, y apoyó la mejilla en su cabeza.
-No… no lo sé, Danielle. En realidad, no lo sé.
Se sentía realmente culpable. Pero había estado tan celoso en ese momento…
-¿Lo amas? –le preguntó después de un rato, todavía abrazados.
Danielle tragó saliva antes de contestar.
-¿Por… por qué lo dices?
-He visto cómo lo miras.
“Lo sé porque siempre quise que me mirases igual…”
-No lo miro de ninguna manera.
-Oh, vamos Danielle. No seas mentirosa. Cuando hablas de él, se te ilumina la cara, pareces más contenta. Como si estuvieras enamorada. Y has dejado un viaje a España, ¡a España!, para ir a verle, sabiendo que no sería nada fácil que se librara de esta. Sabes que no lo conseguirá.
Danielle lo apartó de un suave empujón. Se limpió las lágrimas con la manga de su vestido, y lo miró furiosa.
-¡¿Por qué todos decís eso?! ¡Axel vivirá! ¡Lo sé!
Ethan negó despacio con la cabeza, intentando que lo comprendiera.
-No lo hará.
-No tienes derecho a decir eso –contestó temblando de rabia. Entonces recordó lo que le dijo Axel-. Antes Axel me preguntó por qué me dijiste dónde estaba él. ¿Por qué dijo eso? ¿Qué hiciste, Ethan?
-¿Yo…?
-Sí, tú. ¿Qué has hecho?
Ethan apretó los labios y rehuyó su mirada. No quería mentirle, pero tampoco que lo odiara.
-Ethan, dime la verdad –éste suspiró.
-Está bien. ¿Me prometes que no te enfadarás?
-Te prometo que intentaré no enfadarme.
-Hum… Yo… yo me chivé a mi padre de que él era el ladrón de Londres…
Al escuchar la frase, Danielle le pegó en la mejilla a Ethan. Éste se llevó una mano para aguantar el dolor.
-Eres… eres despreciable.
Lo apartó de su camino y salió corriendo de allí, hacia la casa de Axel.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Capítulo 48

Danielle y Ethan habían llegado a la cárcel de Londres, con un poco de miedo.
En el primer piso, había un guardia.
-Por favor, señor, déjenos pasar.
-¿Perdonen? Ustedes no están permitidos a entrar.
-¡Pero es necesario!
-Lo siento, no…
Ethan apretó la mandíbula y se lanzó contra el guardia, tirándolo al suelo.
-¡Ethan! –gritó Danielle.
-¡Corre!
Danielle vaciló un momento, pero al final le hizo caso. Subió las escaleras corriendo, cogiendo con las manos el bajo del vestido para no pisarlo. Sólo tendría unos momentos hasta que ese gorila pudiera con Ethan y la siguiese.
Siguió subiendo hasta la cima, pues estaba seguro que al gran ladrón de Londres lo habían puesto arriba en todo para asegurarse de que no se escapaba.
Al llegar, casi sin aliento, recorrió el pasillo, atemorizada, pues los presos le pedían ayuda e incluso les faltaba alguna extremidad.
-Axel… ¡Axel! ¡Axel, ¿dónde estás? –sollozó, al borde de las lágrimas-. ¡Axel!
Al fondo, a un lado del pasillo, escuchó un ruido.
-¿Danielle?
Siguió la voz hasta la celda adecuada. En el suelo, entre las rejas, podía ver un poco de sangre seca manchar la piedra.
-Dios mío –murmuró asustada.
Fue hacia allí, y se arrodilló. Axel estaba sentado en el suelo, sin su usual chaleco y con la blusa abierta, dejando entrever sus marcados pero ligeros abdominales y la piel morena manchada de su propia sangre.
-¿Qué haces aquí? –preguntó con voz dolorida y sorprendida.
-¿Dónde… por qué sangras tanto?
-Respóndeme a mi pregunta.
-Primero responde la mía.
-Yo te pregunté antes –replicó con un pequeño tono de humor.
-Axel, por favor… -Danielle empezó a llorar, dejando resbalar las lágrimas por sus mejillas hasta caer al suelo.
-En la espalda –respondió.
Axel se apoyó mejor en la fría piedra, dejando caer la cabeza hacia atrás contra la pared.
-Ahora respóndeme tú.
-Tenía que venir, yo… tú… me dijo Ethan… que estabas aquí…
-Ethan –suspiró-. Ya veo. Me sorprende que te lo haya dicho.
-¿Por qué?
-Que te responda él –se incorporó, pero se encogió del dolor por la espalda.
-¿Qué…? ¡No te muevas, o sangrarás más! ¿Qué te pasó?
-Me… me maltrataron para que confesara. No lo hice, antes de que insinúes nada –ante la mirada asustada de la muchacha, habló, apartando la mirada entrecerrada-. Ya da igual. Ahora mismo lo que menos me preocupa son mis heridas. Esta noche estaré muerto de todos modos. Al menos Max está con Gina, y supongo que ya sabrán lo de mi arresto.
-Sí…
-Y también me preocupa que estés aquí. Debes irte, o te las harán pagar –la miró.
-Me da igual, yo no me voy de aquí sin ti.
-Danielle, no seas irracional. Cuando me maten todo esto que estás haciendo será en vano.
-No me importa. Me quedo.
Axel volvió a apoyar la cabeza contra la pared, sonriendo. A Danielle el corazón casi se le sale del pecho. Le encantaba esa sensación de hormigueo en el estómago. Y que él sonriera.
Pero volvió a derramar más lágrimas. Axel dejó de sonreír para mirarla con los ojos entornados.
Danielle levantó la vista al sentir el peso de su mirada.
-No quiero que llores –alzó una mano, y entre dos rejas le tocó la mejilla a Danielle, enjugándole las lágrimas-. Ningún hombre se merece las lágrimas de una mujer, y yo no soy una excepción. Así que no llores por mí, cielo. No vale la pena.
Danielle tenía todavía más ganas de llorar. Tapó la mano de Axel con la suya, sin querer soltarla nunca, apretándola todavía más contra su mejilla.
-Por favor, Axel, no me dejes. Por favor… -rompió a llorar otra vez.
Axel la miraba con tristeza. Pero no podía hacer nada.
-Escucha, intentaré algo, ¿de acuerdo? Ya se me ocurrirá el qué.
-Ahora es tu turno de no fallarme a mí –le dijo ella.
La miró unos momentos, y asintió.
-No te preocupes.
Pero entonces los fuertes pasos del guardia se oyeron. Danielle se puso más nerviosa de lo que estaba, sin querer separarse de Axel.