A la hora de comer, Vicky y yo nos sentamos como siempre en una mesa, pero esta vez vinieron dos más. Se sentaron enfrente nuestra.
-¡Hola! Oye, tú eres…
-Me llamo Alex –respondí.
-Y yo Vicky.
-¡Vaya, queríamos conoceros! Sentimos aparecer así de repente, pero bueno... Yo soy Max, y él es Alfredo.
-Podéis llamarme Al.
-Un placer.
-Ayer te vimos en el árbol intentando escaparte de este lugar. ¿Cómo fuiste capaz siquiera de intentarlo?
-Porque lo odio, y quiero salir de aquí, pero alguna vez lo volveré a conseguir.
Max y Al sonrieron abiertamente. No puedo decir lo mismo de Vicky.
Mientras comíamos, estuvimos hablando, y al final los cuatro, supongo, nos hicimos amigos.
Por las clases de la tarde, el sueño me entraba seguido ya que acababa de comer. Y después de las clases, fui a la sala de entrenamiento. Los demás ángeles sagrados ya entrenaban con sus respectivos mentores.
Jack me esperaba allí. Pero volví a verlos de nuevo, y la mandíbula se me desencajó.
Ningún guardián llevaba camiseta e iban descalzos. Tenían vaqueros o pantalón de chándal, pero nada más.
Y todos, absolutamente todos, estaban más buenos que el pan. Supongo que entrenaban desde que eran pequeños, pero madre mía.
Jack vino hacia mí, y se cruzó de brazos, haciendo que los músculos de sus brazos se tensaran y se le marcaran más.
De repente me entró calor. Miré al ángel que controlaba el agua. Anda… mira como no le quita ojo a mi guardián. Chavala, que tú ya tienes el tuyo. Así que deja de comerte con los ojos al mío. Aunque el suyo tampoco estaba nada mal…
-Bueno qué. Por lo menos hoy has venido.
Le miré distraídamente y me encogí de hombros.
-Sí, supongo. ¿Qué debo hacer?
-Ven.
El ángel del fuego estaba entrenando su precisión y magia quemando un objeto de madera. El de aire había desplegado sus alas negras e intentaba echar a volar, pero se daba trompazos contra el suelo. El de tierra discutía con su guardián. La de agua no le quitaba los ojos de encima a Jack y yo… bueno, aprendiendo lucha libre.
-Ah, por cierto, me reí mucho con tu examen de esta mañana. Espero que no creas que esas respuestas eran las correctas, porque entonces sabría que no eres estúpida.
-Claro que sé que son respuestas idiotas, pero tú sabías que no había ido a clase de biología. Ni siquiera… ¡eran diferentes temas!
-Era un repaso de todo lo que habíamos dado.
-Ya, claro. ¿Cuánto he sacado? ¿Un cero?
-No, un 1,25. Un punto por ocurrente.
-¿Y el 0,25?
-Por escribir bien tu nombre, al menos.
-Vaya, gracias, qué amable.
Se colocó delante de mí, y me hizo señas para que atacara.
-A ver qué sabes hacer.
Chasqueé la lengua.
-Chaval, ¿quién crees que enseñó a Jackie Chan su forma de luchar? Una servidora. Así que será mejor que te prepares, porque sé kárate.
Ni kárate ni leches. Acabé en el suelo a los dos segundos. Jack sonreía desde arriba.
-¿Qué? ¿Dónde quedó tu don luchador?
-¿Estás seguro de que quieres que te lo diga? –repliqué todavía tirada en el suelo.
Me levanté otra vez, intenté darle una patada, un puñetazo, algo, pero otra vez pudo conmigo y por supuesto, quedé tirada en el suelo. Ya recuerdo por qué lo odio.