Axel bajó las escaleras, mirando de paso que pasaba por los pasillos, los cuartos contiguos para ver si las mujeres o Blake estaban por allí, pero ni rastro.
Seguían petando en la puerta, así que corrió y la abrió.
El jefe de policía, con dos hombres detrás, lo miraron.
-Buenos días, señor Alexander.
Axel intentó sacar su sonrisa más encantadora.
-Buenos días, jefe. ¿A qué viene tan grata visita?
-Veníamos a hacerle unas preguntas sobre la señorita Gilbert. Ya sabe, la chica que desapareció ayer por la noche…
Axel guardó las manos en los bolsillos delanteros del pantalón, y asintió.
-Por supuesto, será un placer responderlas. Pero dígame, ¿por qué me ha elegido a mí?
-Oh, no sólo a usted. Todos los que estuvieron presentes fueron sometidos a cuestiones.
-Entiendo. Pero por favor, pasen, no se queden ahí.
-No, no, son cortas, será rápido. Tenemos muchas cosas que hacer.
-Bien. Cuando usted lo desee.
-Dígame, ¿cuándo fue la última vez que vio a la joven?
-A las once y cincuenta y siete de la noche –mintió sin vacilar.
-Ajá –uno de los hombres empezó a apuntar en una libreta. El otro miraba a Axel con los ojos entrecerrados, y tenía una mano apoyada en el mango de su espada-. Adoro cuando los interrogados son tan directos y precisos. Bueno, ¿pudo escuchar algún ruido proveniente del exterior?
-Debo recordarle, aunque no querría ofenderle, de que estuve con usted en esos momentos. Así que no, no pude escucharlo.
-¡Oh, es verdad! George, apunta –le dijo al hombre.
El otro policía se inclinó y le susurró algo al oído al jefe sin apartar la vista de Axel.
Luego ambos le miraron.
-Ya. Dígame, señor Alexander, ¿tuvo algún trato con la muchacha alguna vez?
-Nunca –volvió a mentir-. En realidad, sólo he hablado con ella cuando me la presentaron y cuando me concedió un baile. Luego no intercambiamos palabra alguna, señor.
Aunque el policía joven lo miraba con sospecha, el jefe no fue tan astuto, y se creyó todas las palabras.
-Bien, ¡muchas gracias! Y sentimos haberle molestado.
-No se preocupe. Es un gran placer volver a hablar con usted –se inclinó en una leve reverencia-. Las puertas de mi casa están siempre abiertas para usted.
El jefe, con una sonrisa de oreja a oreja, se volvió con los jóvenes mientras susurraba:
-¡Cómo adoro a este joven! Ojalá mi hijo Ethan fuese tan educado y estupendo como este chico.
Recorrieron el jardín delantero por el camino y salieron por el portal, cerrándolo, mientras Axel se aseguraba de que se marchaban.
Cuando se fueron, sacó las manos de los bolsillos y cerró la puerta.
Entonces suspiró destrozado y se apoyó de espaldas a la puerta, para luego inclinar la cabeza hacia atrás hasta chocar contra ésta. El corazón le latía frenético. Danielle apareció por el corredor principal, y al ver a Axel tan derrumbado, una extraña sensación le corrió por el estómago.
Muy, muy extraño…