Danielle miró a Max, y se mordió el labio.
-¿Tú conoces… al ladrón de Londres?
-¡Por supuesto!
-Y no te preocupa… no sé, ¿que sea alguien conocido?
Max empezó a mover sus pies, mirándolos.
-¿Por qué debería? Además, me gustaría conocerlo. Es cierto que es malo, pero me sorprende que todavía no le hayan capturado. Eso dice mucho de él.
Danielle suspiró.
-Pero… ¿no crees que tiene alguna que otra semejanza con… Axel?
-¿Con Ash? –Max frunció el ceño, extrañado-. Ash no se parece en nada. Bueno, sí, en que los dos son muy listos. Pero Ash no es muy valiente que digamos, se asusta por bastantes cosas, como cuando fui por detrás y le di un buen susto, y tiene miedo de muchas cosas, y de los policías y los cuchillos ni te imaginas. No me lo imagino con una pistola o una espada en las manos, y enfrentándose a los policías, menos. Y además, tiene vértigo. Los ladrones no pueden tener vértigo, sino, ¿cómo podrían robar desde arriba? Oh, y ni hablemos de lo despacio que corre, y hace mucho ruido. Vamos, que no, no me lo imagino.
Danielle alzó las cejas. Parece que a Axel, además de robar, se le daba muy bien mentir. Quizá demasiado bien. Y actuar, ya ni digamos.
-Entiendo –concluyó finalmente.
-Sí, así que no te preocupes, que Ash no puede ser el ladrón.
De repente, se escucharon unas fuetes pisadas en el pasillo, y la puerta de la habitación se abrió, apareciendo Axel por ella. Intentaba sonreír, pero se le notaba que lo hacía a la fuerza.
-Max, deberías ir a alimentar a tu caballo.
-¡Oh, es verdad!
El niño bajó de la cama de un salto, de despidió de Danielle con una mano y se fue.
Axel cerró la puerta detrás de él después de que Max se fuera, y miró a Danielle echando chispas por los ojos.
-¿Tú qué pretendes, hundirme? –le soltó después de que se le borrara la sonrisa falsa de la cara.
Se acercó a ella, esta vez sigilosamente –cosa que demostraba su verdadera agilidad, y no al engaño que tenía sometido al pequeño-, y se cruzó de brazos, apretando la mandíbula.
-Simplemente creo que Max debería saber la verdad de quién es su hermano, y no unas mentiras, que aunque sean piadosas, no se asemejan en nada a la realidad.
-Quizá no, pero mientras yo siga vivo, el niño no tendrá por qué saber nada de lo que hago.
-¡Pues debería! ¡Técnicamente está viviendo en una burbuja de cristal! Dime, Axel, ¿el pequeño tiene amigos?
Axel desvió la mirada, y negó con la cabeza.
-No, no tiene –susurró.
-¿Y lo dejas salir de casa cuando él quiere?
-No. Pero es por algo que tú no comprendes.
-Ya, no me lo digas. Es por la misma razón por la que robas, ¿no? –replicó con sarcasmo.
-¿Y si te dijera que sí? ¿Qué harías?
-Pues volver a pensar que eres cruel. Es increíble que dejes al niño aquí, encerrado y aislado, y aún por encima mentirle por algo que es un capricho tuyo.
-¡No es mi maldito capricho!
Entonces escucharon un petar fuerte en la puerta principal del piso de abajo. Axel y Danielle se miraron confusos.
-¡Gina! –nada-. ¡Dina!
Ninguna respuesta por parte de las mujeres.
-¡Policía! –gritaron desde afuera-. ¡Venimos a hacer unas preguntas al señor Alexander!
Axel miró a la joven.
-Quédate aquí.
-No puedes obligarme –replicó ella.
-Si no lo haces me aseguraré de atarte a una silla y sentarme encima hasta que dejes de ser tan testaruda. Y créeme, yo soy más cabezota que tú.
Y la dejó allí.