-¡No! –grité.
Entré rápidamente, y cogí la muñeca de Leo que sostenía el cuchillo que iba a atravesar al bebé. Éste no paraba de llorar.
-¡¿Qué hacéis?! ¡No podéis matar a un inocente bebé!
En su despacho había sólo tres guardianes que esperaban detrás del director. Me interpuse entre él y el niño.
-Alex, sal de ahí. Hay que acabar con su vida.
-Ah, ¿con que la de él sí y la mía no, verdad?
-¡Es diferente!
-¡¿Por qué queréis matarlo?!
-¡Alex, quítate de en medio! –Me instó Jack-. Hay un motivo…
Con que era eso. Él lo sabía. ¿Pero por qué no querían que viera al bebé?
Me volví despacio. El niño estaba encima de la mesa, llorando como loco.
Debía de tener ya unos seis meses. Sus ojos enormes eran de un color azul como el cielo, y tenía el pelo rojizo, más o menos color zanahoria. Era muy pálido, e iba sólo vestido con unos pantaloncitos azules. A mí me parecía un niño precioso, pero de su espalda brotaban unas pequeñas alas negras iguales a las mías.
Y lo supe. Era como yo.
Me giré despacio hacia ellos otra vez, horrorizada.
-Pretendíais matarlo… ¿por ser uno de los míos?
-¿Có… cómo? –preguntó Leo confuso.
Miró hacia Jack, que éste a su vez miró al suelo, y carraspeó.
-¡¿Se lo contaste?!
-Bueno… contar, contar… Puede…
-¡Jack, eso ha sido muy irresponsable por tu parte!
-Lo sé, pero es que…
-¡Callaos los dos! –interrumpí. Todos me miraron-. Antes de todo, quiero que ellos se vayan.
Señalé a los demás guardias.
-Venga, ¡fuera!
Miraron a Leo. Éste asintió y se fueron de allí. Jack se quedó.
Me volví hacia el bebé, y lo cogí en brazos. Empezó a llorar todavía más fuerte que antes. Pero luego abrió los ojos, y me miró.
Entonces paró de llorar, y una sonrisa apareció en su adorable rostro.
-Debe de haberte reconocido. Creo que sabe quién eres –comentó Leo.
-¿Cómo que quién soy?
-Claro –prosiguió Jack pensativo-. Su princesa. Se dice que Lucifer es el príncipe y rey de las tinieblas, el señor de los infiernos, por lo tanto tú… eres la princesa.
El niño se rió cuando me tocó suavemente una mejilla, aleteando sus alitas.
-No te encariñes con él. Es un monstruo, Alex, familia de los demonios. Hay que matarlo –me dijo el director.
-No tiene alas de murciélago ni cola. No es un demonio.
-A los que te refieres tú son demonios esclavos. Éste un híbrido.
-Si eso es verdad entonces yo también lo soy. Ya lo dije ayer.
-No es lo mismo. Tú…
-Claro, como yo soy la especial… ¿no? Pues ni se os ocurra. No le vais a hacer nada.
Leo suspiró cansado.
-Jack, quítaselo.
Éste asintió, y como un rayo me lo arrebató de mis brazos. El bebé comenzó a llorar como loco.
-¡Espera! Está bien, está bien… pero… -miré de reojo a la ventana, que estaba medio abierta, y otra vez a Jack- déjame al menos, no sé, despedirme. Es que nunca había estado con uno de los míos. Por favor…
Leo y él intercambiaron una mirada nerviosa. Pusieron los ojos en blanco y asintieron.
-Está bien. Pero te damos sólo medio minuto. No te hace falta más.
“Me llega y me sobra”, pensé. Asentí y cogí al niño, que tendía sus bracitos hacia mí.
-¿Nos dejáis solos? Sino… es que no tiene…
Vacilaron.
-Ni de coña –soltó Jack-. ¿Crees que somos tontos?
-No… pero bueno, oye, si total sabes que no podré irme de aquí igualmente. No seas ridículo.
Apretaron los dientes, y Leo le miró.
-Venga, confío en ella. No sería capaz de escaparse después de una cosa así. ¿Verdad? –me miró.
Yo sonreí con inocencia.
-¡Por supuesto! Yo nunca traicionaría tu confianza, Leo. Eres como un padre para mí.
Sonrió, y dio media vuelta, aunque Jack seguía siendo desconfiado.
Salieron de allí, cerrando la puerta detrás de sí.
Ingenuos.