jueves, 30 de septiembre de 2010

Capítulo 30

Retrocedí unos pasos hasta chocar con una columna, completamente pálida y temblorosa.
¿Por qué? ¡¿Por qué siempre tiene que meterse dónde no le llaman?!
-¡Tú! –dije enfadada. Jack se levantó, y me miró también furioso-. ¡¡Deja que me muera de una puñetera vez!!
-Te he dicho que eso no iba a pasar. Y yo siempre cumplo con mi palabra.
Miré al director y a los demás, que se habían quedado con la boca abierta.
-¡Jack, nos has salvado! –gritó eufórico-. ¡Si no hubiera sido por ti ahora mismo podríamos estar…! ¡Es que no sé ni lo que nos hubiera pasado! ¡Muchísimas gracias!
Pero Jack no respondió. Simplemente no me quitaba los ojos de encima, entrecerrados.
Todavía mirándome, dejó la esfera en su sitio –para el alivio de los demás- y volvió a su lugar, con los brazos cruzados. Me tendió una mano abierta, para que le devolviera la llave.
-Director, estaría encantado de volver a encargarme de esta chica tan traviesa.
-¡Por supuesto! ¡Faltaría más! Charlie, vuelve a proteger a Yina.
-Pero señor director…
-¡No me repliques! ¡Haz sencillamente lo que te digo! –se notaba que Leo estaba asustado.
Jack esbozó una sonrisa triunfal, y me indicó con la mano que le devolviese la maldita llave.
Apreté la mandíbula, pero no dije nada. Avancé, y al pasar por su lado se la di de mala manera. Y luego corrí hacia mi habitación, más furiosa que nunca.
Por la mañana todavía seguía enfadada. No podía remediarlo. Ni siquiera le di los buenos días a Vicky.
Hoy era sábado, y cómo no había clase, tenía al estúpido de Jack pegado a mí todo el tiempo.
Y lo que más me fastidiaba de todo es que, aunque me cueste reconocerlo, me aliviaba que fuera él y no otro.
Pero llegó un momento, a eso de las cinco de la tarde, que me harté.
-¡Déjame en paz! ¡¿Es que no tienes nada mejor que hacer?! –le reproché.
-Nop.
-¡¿Cómo que “nop”?! ¡Dé-ja-me-en-paz!
-Nop.
Cabreada, me dirigí –cómo no, acompañada de Jack- al despacho del director. Iba a quejarme de que yo también quería un poco de libertad como los demás cuando, antes de entrar, oí unos llantos de bebé.
Jack también los había ido, y me miró preocupado.
-Qué extraño –comenté.
-¡No, espera…! –intentó frenarme.
Abrí la puerta, pero la escena que vi me horrorizó.
Estaban a punto de matar a un bebé.