-¿Entonces lo has entendido?
-Sí –respiró hondo, y sonrió-. Estoy bien.
-Bien –sonreí para tranquilizarla, y de paso a mí también.
-Ah, quizá deba de avisarte de algo…
-¿De qué…?
-Mi hermano mayor está durmiendo en el asiento de atrás.
-¡¿Cómo?! ¡¿Y por qué no me avisaste antes?!
-¡Lo siento! –cerró los ojos con fuerza y se mordió el labio.
Suspiré.
-Bueno, ahora da igual. Él también vendrá. Y ahora cíñete al plan. ¡Vamos!
-¡Sí!
La niña asintió y se fue junto a sus padres, o lo que fueran.
Empezó a hablarles y distraerlos, mientras yo, con Derek todavía dormido en brazos, me escabullía por detrás de éstos, hasta la parte delantera del coche. Abrí la puerta del piloto sin hacer ruido y me metí dentro. Me encogí en el asiento para que no me vieran, y cuando la niña alzó la mirada hacia dónde estaba yo, le indiqué con la mano que ya estaba. Ella asintió, le dijo algo a sus padres y vino hacia la puerto del copiloto. La abrió y entró. Me sonrió, y yo a ella. Le indiqué con la cabeza que se pusiera el cinturón. Ella se lo puso y luego le tendí a Derek. Cuando lo cogió, soltó un gritito de admiración.
-¡Son alas de pájaro! –susurró emocionada-. ¡Qué suaves!
Asentí, y miré hacia el asiento trasero. Ahí estaba su hermano, de, suponía, mi edad más o menos, también rubio con el pelo ondulado hasta la nuca, y bastante guapo. Miré a la carretera. Y arranqué el coche.
Los padres dieron un brinco del susto, y se pusieron a gritar mientras yo avanzaba.
-¡Eh!
-¡Cariño, los niños! –gritó la mujer sollozando.
Suspiré y fui por la carretera mientras los dejaba atrás. Mientras conducía, la niña no paraba de mirarme.
-¿Qué pasa? –pregunté.
-Tienes unos ojos muy raros. Pero me gustan. Son bonitos.
Sonreí.
-Vaya, gracias.
-¿Y qué os pasa?
-Bien. Te lo contaré. Derek y yo somos… ángeles híbridos, más o menos. Demonios, supongo.
-¿En serio? ¿Y… y tus alas?
-Las escondí. Como podrás deducir, no puedo moverme por el mundo con ellas expuestas. A saber lo que podría pasar. Y bueno, escapamos de un castillo. ¿Y tú? Antes dijiste que ésos no eran tus padres.
-No. Mi hermano y yo somos adoptados. Pero es que ellos no me gustan.
-Oh. Vaya, lo siento. Debo suponer que tus padres biológicos…
-Están muertos –dijo secamente mientras miraba por la ventana.
-Lo siento –susurré.
-¿Y los tuyos?
-¿Los míos? Bueno. No sé quién es mi madre, y debo decir que mi padre… no es un santo que digamos –sonreí ante mi propia broma, pero ella no lo entendió. Mejor-. ¿Es por aquí?
Había dos caminos.
-Sí, por el de la derecha. Y dime… ¿cómo te llamas?
-Alexandra. Pero llámame Alex. ¿Y tú?
-Nicole. Y mi hermano David.
Sonreí y asentí. Buf, esto sería complicado.