domingo, 10 de octubre de 2010

Capítulo 33 (J)

-¡Mierda! ¡¿Y si le ocurre algo?! –gritó Leo.
Apreté la mandíbula. Cómo no lo había pensado. Pero cómo podía pensar con coherencia cuando sus preciosos ojos me miraban de esa manera…
Negué con la cabeza, aturdido. Rápidamente me quité la camisa.
-Aparta. Yo me encargo.
Las alas blancas brotaron de mis omóplatos. Cogí carrerilla, flexioné las rodillas y salté por la ventana. Empecé a volar en la dirección por la que Alex había marchado.
La visualicé después de unos segundos, entre las nubes. Había ascendido mucho.
Estaba claro que sabía que la iba a perseguir.
Cuando se dio cuenta de que estaba prácticamente pisándole los talones, aleteó sus alas y descendió.
Yo lancé una maldición e hice lo mismo.
-¡Alex, espera! –grité. Intenté no parecer desesperado, que lo tenía bajo control, pero se me cortó la voz-. ¡Por favor!
-¡No! –dijo ella.
Me coloqué a su lado.
-Hay que matar al niño. ¡No puede estar en este mundo!
-¡Sí que puede! ¡Yo lo estuve durante diecisiete años! ¡Y vengo del mismo lugar!
-¡Ya te dije que no es lo mismo! ¡Tú no…! ¡Da igual, vuelve!
-¡No!
El pequeño demonio tenía los ojos cerrados, y se aferraba fuertemente a la camiseta de Alex. Estaba temblando.
Alex se dio cuenta, me miró y luego miró hacia dónde iba.
-Lo siento, Jack. Verdaderamente ha sido un placer conocerte. Bueno, no mucho, pero de todos modos te echaré algo de menos.
-¿Cómo…?
De repente desapareció de delante de mis narices. Volvió a congelar el tiempo. Ahora mismo podría estar en cualquier parte.
Derrotado, di media vuelta y volé hasta el castillo. No había nadie en los jardines. El director debió de haberles obligado a estar en sus habitaciones. Descendí hasta la entrada principal, dónde los guardianes me esperaban. Estiré por última vez mis alas, y las volví a hacer desaparecer.
Con un suspiro negué con la cabeza.
-Se escapó.
-A Leo no le va a hacer ninguna gracia. Ahora mismo se está arrancando los pelos de la cabeza por los nervios.
Suspiré. Lo que más me dolía de todo lo que había pasado, pero de todo, es ver que Alex no se había escapado.
Había huido de mí.