viernes, 15 de octubre de 2010

Capítulo 35 (J)

Esta noche soñé con lo mismo. Con ella.
El problema es que no era ni una pesadilla, ni soñaba que la encontraba en el bosque ni nada de eso.
Al contrario.
En el sueño, siempre, estoy en mi habitación. Me “despierto”, me levanto de la cama y salgo de ella. Siempre escucho ruidos. Bajo al pasillo dónde están los dormitorios de los alumnos y me encuentro con Alex sentada en el medio, en el suelo. Está de espaldas a mí. Y cuando ella se vuelve, me la encuentro llorando por algo. Eso me ablanda el corazón. Me acerco a ella, y le tiendo una mano. Ella, entre lágrimas, me la toma y se levanta. Pero entonces yo no soy capaz de dejarla ir. Luego la empujo suavemente contra la pared, la estrecho entre ésta y mi cuerpo y le beso con intensidad. Y siempre, siempre, es igual. Se repite.
A la mañana siguiente, los alumnos habían asistido igual a clase, pero ignoraban lo que ocurría.
Yo me había reunido, después de las clases, con todos los guardianes y Leo en su despacho.
De repente me volvieron a entrar unas ganas terribles de fumar. Este despacho no me gustaba nada.
-Bien. He decidido algo –empezó Leo-. Vamos a buscarla. Esto es insoportable.
-Y que lo digas… -murmuré.
-Quiero que empecéis a buscarla por el bosque, la ciudad y demás pueblos. Yo llamaré a los padres de todos los alumnos para que los vengan a buscar. Obviamente no podemos dejarlos aquí sin supervisión. Esta vez tomaremos medidas. No volverá a ocurrir lo mismo que hace dos años.
Todos asentimos decididos.
-También he llamado a los demás internados para… bueno, por si acaso se le ha ocurrido a Alex irse de este continente. Están vigilando. Incluso el internado de Sudamérica me ha dicho que traerían a Christopher.
Todos nos miramos. ¿Christopher?
-¿El hijo del arcángel Gabriel? ¿El ángel del espacio?
Leo asintió con los ojos cerrados.
-Es el único capaz de saber su rastro. El problema es que Alex también puede saber el de él, pero no hay que preocuparse. A Christopher se le ve más entrenado.
Yo no estaba muy convencido. Aún así quería encontrarla. Y creo que entendía por qué no estaba convencido de ello. Porque quería que el que la encontrara fuera yo.