viernes, 27 de agosto de 2010

Capítulo 23

Se cruzó de brazos con expresión severa y a la vez desconcertada, impidiéndome el paso a mi libertad. Nunca me había dado cuenta de que era enorme.
Iba a parar el tiempo para apartarlo cuando empezó a hablar:
-¿Cómo es que ya estás…? Oh.
Apretó la mandíbula.
-Ya te lo han dado. No me lo puedo creer… -murmuró mientras suspiraba.
-Esto… sí, hale, venga. Ahora no tengo “tiempo” –estallé en carcajadas, pero Jack no cambió su expresión seria-. Era… era un chiste… porque como yo controlo el tiempo y digo que… mira, olvídalo. ¿Qué quieres?
-No puedes salir afuera.
-Sí que puedo. Si quieres te lo demuestro.
-No lo digo porque no seas capaz. Lo digo porque es peligroso.
Me incliné para ver mejor el jardín, y aunque estaba –como siempre- todo oscuro, los ángeles estaban sentados en el césped en grupos, otros leyendo, otros jugando…
Le volví a mirar con una ceja alzada.
-Ajá. Peligrosísimo. Se nota.
-Mira, quizá tú no lo veas, pero…
Le aparté con una mano, pero hizo amago de quitarse.
-¡Déjame salir! ¡Tú ahora ya no eres mi guardián! ¡No tienes derecho sobre mí!
-¡Quizá debería volver a serlo, visto lo visto!
Me agarró del brazo y me arrastró hacia el despacho del director. Pensé en parar el tiempo, pero me tenía apresada con tanta fuerza que me sería imposible librarme de él. Al llegar se quedó perplejo, pero no me soltó. Yo forcejeaba.
-¿Dónde está el director?-preguntó volviéndose hacia mí.
-¡Pues ahora no me da la gana de decírtelo!
Me apretó más el brazo.
-¡Ay, me haces daño! –me quejé.
-No quería llegar a esto, pero me estás obligando, en serio. Ahora dime dónde está.
-¡Ay! ¡Vale, vale! ¡En mi habitación! ¡Les encerré en mi habitación!
Respiró hondo y me volvió a arrastrar escaleras arriba.
-¡Oye, cuidadito conmigo! ¡Si quiero puedo retrasar el tiempo y hacer que no nos hubiésemos encontrado!
Al llegar arriba se volvió hacia mí.
-Si haces eso, estás literalmente muerta. ¿Me has oído?
Sin duda su mirada era más intimidante que cuando me encontró en la fuente, en la ciudad.
Tragué saliva sonoramente, él asintió satisfecho y con el ceño fruncido me llevó a la habitación. Vicky examinaba con paciencia la cerradura mientras dentro la animaban. Al vernos aparecer sonrió, pero cuando se fijó en que Jack me agarraba fuertemente del brazo frunció el ceño.
-¿Qué ocurre? ¿Por qué…? ¡Ah! ¡No me digas, Alex, que esto es cosa tuya! Por eso me extrañé cuando de repente me encontré sentada en el pasillo…
-¡Alex! ¡¿Eres tú?! ¡Ábrenos! –gritó mi ahora guardián, Charlie.
Apreté los labios tercamente. Jack me volvió a apretar el brazo.
-¡Aaaaayyyyy! ¡Me cago en la madre que te…! ¡Para de una maldita vez!
-¡Ábreles! ¡Ahora! –me gritó.
-¡No quiero!
-¡Ya!
-¡No!
Apretó todavía más la mandíbula, y al final me soltó. Me froté el brazo dañado. Jack se acercó muchísimo a mí, y yo retrocedí intimidada. Hasta que choqué.
Al momento estaba entre su musculoso cuerpo y la fría pared. Alzó las manos, y pensé que me iba a hacer daño, pero en vez de eso me cogió las mejillas con sus manos suavemente y acercó mi cara a la suya.
El corazón me latía desbocado. Sentía como la sangre se me subía a la cara, y cómo me fallaban las piernas.
Nunca había sentido esto. En la vida, y sinceramente pensé que nunca…
-Alex… Por favor… Te daré lo que más desees, te lo prometo, pero por favor, dame las llaves… -me susurró.
Se me erizó el vello de la nuca.
Inconscientemente de lo que hacía, me llevé una mano al bolsillo y las saqué. Jack –juraría que a regañadientes-, se separó de mí y me las quitó. Suspiró y se dirigió a la puerta. Anonadada, miré a Vicky, que estaba con la boca abierta.
Jack abrió la puerta y todo el mundo salió. Me la iba a cargar… pero estaba demasiado sorprendida como para darme cuenta de ello.