Soñaba, soñaba, y por más que deseaba, no quería despertarme. Vaya, al final no me salió un pareado.
Sí, se notaba que estaba delirando.
Me desperté con mi nombre.
-¡Alex! ¡Despierta, Alex!
Era la voz de Jack. ¿Qué quería ahora?
Abrí despacio los ojos, y me lo encontré a unos centímetros de mi cara, y con la gran aproximación me eché hacia atrás y casi me caigo de la cama. Me incorporé, pero no podía sola, así que él me ayudó.
-Lo siento, pero es que…
Jack tenía los ojos dilatados del terror, tragaba saliva a menudo y estaba nervioso.
-¿Qué… ocurre…? –intenté decir, pero se me iba la voz otra vez.
-Tú. Tú eres lo que me ocurre. ¡Te juro que me estás matando! ¡¿Qué hiciste cuando te traje aquí?!
-Pues… qué iba a… hacer… Dormir…
-Alex, tú… No, no serías tan estúpida. O quizá sí.
-¿Pero qué… ocurre…?
Quería gritarle, pero eso sería demasiado esfuerzo.
-Tu esfera. Está rota.
Me quedé congelada. ¡¿Cómo que… mi esfera?! ¡¿Estaba rota?! ¡Pero eso significaba…!
Unas lágrimas aparecieron por mis ojos.
-Pero eso… eso quiere decir… que voy a morir… -dije entre sollozos y respiraciones difíciles.
Jack respiró hondo, se acuclilló y me cogió de la mano. Esta vez no la aparté, y no porque me llevara esfuerzo, sino porque…
No sabía el porqué.
-No te pasará nada, Alex. No te vas a morir. No lo permitiré.
-¿Por qué… te preocupas… tanto?
-Por tres sencillas razones: una, porque si te mueres el mundo se puede ir a la mierda, y lo sabes. Dos, porque perdería la razón de mi trabajo y tres… porque ya no tendría a nadie con el que discutir como sólo tú sabes.
Por primera vez desde que le conozco, le sonreí. Él también.
-¿Me prometes… que al menos por una vez en tu vida… me harás caso?
Me lo pensé un momento. Bueno, si eso le hacía feliz…
Asentí con cuidado, pero ese movimiento me dio dolor de cabeza.
-Bien, ésta es mi chica –y me revolvió cariñosamente el pelo.
Es increíble como el poder de esas últimas cuatro palabras podía hacerme acelerar el corazón a mil por hora y dejarme completamente muda.