Entré en la clase, paseé la vista por los sitios y faltaban tres alumnos. Brian, Vicky y Saray.
Pero Vicky apareció en la puerta, roja por el esfuerzo de, supongo, correr.
-Jack… digo… profesor… esto…
-A ver, respira hondo. Dime.
-Alex…
-¿Qué le ocurre a Alex? Que yo sepa no debería estar ahora en esta clase…
-¡Está enferma! ¡No sé qué le pasa, pero está muy, muy roja, y dice que tiene mucho calor, y está pálida, y…!
-¡A ver, tranquila! Ésta seguramente está fingiendo para no ir a clase… Si no la conociera…
-De todos modos, ve a ver, por favor…
-Está bien.
Salí del lugar, fui hacia un guardián que estaba libre y le pedí que me sustituyera. La bronca que iba a recibir Alex esta vez…
Subí las escaleras de caracol hasta llegar a su habitación. Peté.
-¿Puedo pasar?
-No… -se le cortó la voz, y tosió.
A ver si va a ser verdad que está mal. Abrí la puerta igualmente, la cerré al pasar y me puse a los pies de la cama.
Alex estaba tapada debajo de la sábana. Me puse a su lado y la intenté destapar, pero no me dejaba.
-¡Para! ¡Estoy… bien! ¡Dé… déjame!
Parecía que le faltaba el aire. Y aunque me cueste reconocerlo, me asusté.
-Alex, déjame verte –ella forcejeaba-. ¡Alex!
Oí un chasquido de lengua, pero luego desistió. Parecía que no le quedaban fuerzas.
La destapé, y la imagen que vi me horrorizó.
Estaba completamente pálida, parecía una muerta. Pero también estaba alarmantemente roja. Y sudaba por toda la cara. Tenía mechones del pelo pegados a la frente, y los labios morados.
También le daban ligeros espasmos de frío, a pesar de que se le notaba que estaba pasando un calor horrible.
Me quedé con la boca abierta.
-Oh, dios mío… A… Alex… ¿qué… qué te…?
-No lo… sé, pensé… que me… lo dirías… tú… Ay… no puedo…
Intentó carraspear, pero se llevó una mano a la garganta e hizo una mueca de dolor. Le costaba respirar.
Me arrodillé en el suelo, quedándome a su misma altura, y puse mi mano en su frente. Estaba hirviendo. Tragué saliva sonoramente.
-Espera, voy a por… -me levanté, pero de verdad que verla así me dolía-. Dios, e-espera un momento. Ahora vuelvo.
Salí rápidamente de allí, bajé a por una bolsa de hielo y volví a subir. Fui hacia ella, me volví a arrodillar y se la coloqué en la frente. Se había quedado dormida.
La pobre estaba fatal. Me volví y me fijé en la ventana. Estaba abierta. Fui y la cerré. No debería cogerle frío.
Volví a su lado y la tapé con la sábana.
Y luego me puse a pensar. ¿Por qué Alex estaría así?
Y caí en la cuenta. La Sala de las Esferas. Salí de allí, bajé las escaleras hasta la planta subterránea, recorrí el pasillo y llegué hasta la gran puerta de acero. De mi cuello colgaba la llave. Todos los guardianes la teníamos por si acaso pasaba algo. La saqué, la metí en la cerradura, oí el típico chasquido y la abrí. Luego la cerré detrás de mí. Las Esferas brillaban con toda lucidez. La de fuego, que estaba hecha de la piedra rubí, la de agua, de zafiro, la de tierra, de esmeralda, la del aire, de lapislázuli, y la del tiempo…
No se sabía de qué estaban hechas las esferas del tiempo y espacio, pero sin duda debía de ser un mineral interesante.
Pero me fijé en algo más. La de tiempo no brillaba tanto. Me acerqué para ver mejor, y me quedé paralizado.
Tenía una gran grieta por el hemisferio norte.