Axel, sentado en su enorme despacho lleno de estanterías a los lados con libros, ojeaba el periódico, vigilando si en alguna foto en la que aparecían sus robos estaba él, o si se le reconocería en algo. Por suerte, sólo había textos, nada de imágenes. Apoyó un codo en el gran escritorio saturado de papeles, y puso la mejilla en los nudillos, pasando las hojas. Empezó a pensar distraídamente que sería mejor dejar a su hermano aquí el día de la cena. Sería muy difícil apoderarse de la fortuna del hombre y estar vigilando al pequeño a la vez, ya que Max no sabía que su hermano mayor sustraía objetos preciados a las personas.
No, definitivamente el pequeño se quedaría aquí.
Mientras, Max estaba en su habitación jugando con un coche de madera de cincuenta más que tenía, pues adoraba coleccionarlos desde que tenía cinco años. Ahora con siete, todavía seguía queriendo más, y Axel nunca le decía que no. Sin embargo, tenía que ganárselos con buenas calificaciones y muestras de respeto, o demostrarle a su hermano que sabía comportarse en la mesa.
Pero de repente empezó a toser. Primero fue un poco, paró, y volvió a toser otra vez. Con más fuerza, hasta que tuvo que llevarse las manos a la garganta porque le escocía.
Empezó a notar ese característico sabor de la sangre en la lengua, y al toser otra vez, salpicó el suelo del desagradable color carmesí. Lloró hasta que Gina, la ama de llaves, escuchó sus sollozos. Fue a su habitación, y al ver que el niño se ahogaba y tosía sangre, se llevó las manos a la boca y corrió al despacho de Axel.
-¡Señor! –gritó mientras abría la puerta con fuerza.
Axel alzó la mirada del periódico, todavía con la mejilla apoyada en los nudillos de la mano, y alzó las cejas.
-¿Qué pasa, Gina?
-¡El señorito Max! ¡Le está pasando de nuevo!
Axel se levantó rápidamente alarmado, tirando la silla hacia atrás, y salió corriendo del despacho, seguido de Gina, hacia la habitación del niño.
Se lo encontró acostado en el suelo, rodeado de pequeñas manchas de sangre y con los bracitos rodeando su estómago.
-Dios mío, ¡Max!
Se arrodilló a su lado, y colocó los dedos índice y corazón en el cuello del pequeño. Tenía el pulso muy débil, al contrario que el de Axel, que estaba frenético.
-¡Gina, mira en el primer cajón de la cómoda, y coge un botecito azul que hay dentro!
Gina le hizo caso, y buscó en el cajón, encontrando el objeto que buscaba. Se lo tendió a Axel, y éste abrió la tapa con la mano temblorosa, colocándolo en la boca de Max. Apretó un botón del pequeño bote, y el aire de éste se abrió paso por la respiración del niño. Entonces se lo quitó de los labios, y Max respiró hondo. Axel se levantó, cogió un bote con pastillas –la medicación de Max- de una estantería y le obligó a tragarse dos. Se las tomó sin problemas, y el joven lo cogió en brazos, apretándolo contra su pecho.
-Vamos, Max… -susurró con la voz rota, y le dio un beso en la frente.
El pequeño abrió los ojos, y rodeó el cuello de Axel con los brazos, abrazándolo.
-Ash… -dijo con un hilillo de voz.
Axel lo miró.
-¡Max! ¡Dios, te juro que como me vuelvas a dar otro susto como este no respondo!
-Lo siento…
Lo volvió a abrazar, con mucha fuerza, cerrando los ojos, mientras Gina miraba a los dos hermanos felices. Sobre todo miraba a Axel. Quizá… si algún día pudiera… decirle todo. Absolutamente todo, pues llevaba un año guardándoselo para ella… Sus sentimientos… Pero tenía miedo.
En cambio, Axel pensaba que se llevaría a Max a la cena sin reparos. No pensaba dejarlo en casa, ya que podría darle otro ataque como este sin que él estuviera para cuidarlo, Gina estaría en su propia casa descansando, Blake, el chico que se encargaba de los jardines y los caballos, estaría en la suya y Dina, la anciana que hacía algunas tareas domésticas, con su familia. No iba dejarlo solo. Ya se le ocurriría como hacerse con el dinero sin que el pequeño y los demás invitados se dieran cuenta.