EL PÁNICO SE APODERA OTRA VEZ DE LONDRES
Difícil ignorar estos casuales robos que ocurren en nuestras queridas calles y casas. ¿Por qué pasa esto? Lo peor que podremos preguntarnos nunca es: ¿cuántos son? ¿Uno? ¿Dos? En el caso de que fueran varios, sería más normal, pero ¿y si sólo es uno? Debemos preocuparnos por si es algún vecino nuestro, un conocido, un amigo o incluso un familiar. Nunca se le o les ha visto el rostro, pero sin duda debe de ser temible. ¿Cuándo parará esto? Quizá nunca, o podría frenarse mañana. Nadie lo sabe, excepto él o ellos. Aunque aquí un servidor opina que sólo sea uno, y muy inteligente, por cierto, ha robado el gran diamante deseado por todas las damas de nuestra bella ciudad. ¿Qué será lo próximo…?
Danielle dobló el periódico, y lo dejó encima de la mesa. Suspiró. Odiaba las injusticias, sobre todo los robos a gente inocente y los asesinatos. Lo malo es que este supuesto ladrón llevaba así desde… ¿Cuánto hacía ya? ¿Dos, tres años…?
-Danielle, ten cuidado, vas a tirar la leche. Anda, pásame el periódico –le instó su padre.
La joven volvió a suspirar, y le pasó con cuidado el periódico por encima de la mesa, pues estaban desayunando e intentaba no tirar nada.
-¡Pero es que no es justo! –se quejó después de volver a sentarse-. ¿Por qué tienen que hacer todo eso? ¡O tiene!
-Bah, ya sabes que esto se pasa enseguida.
-Papá, llevamos así tres años. ¿No crees que alguien debería pararle los pies a ese granuja?
-Quizá –se encogió de hombros.
Se llevó el dedo índice a la boca, y después pasó una hoja del periódico. Su hija apretó los dientes, y se cruzó de brazos.
-Bueno, cariño, no te enfades. Debes de reconocer que el hombre es listo. Nadie sabe cómo hace, pero siempre consigue lo que quiere.
-O quieren.
-Eso, o quieren.
-¡Pero la policía tampoco es que esté haciendo mucho!
-Hacen lo que pueden.
-Pero no lo suficiente.
-Deja el tema ya, Danielle.
-Hum.
Aunque seguía enfurruñada y con ganas de seguir con el tema, se calló. Se terminó su desayuno, se levantó de la mesa y se fue a su habitación, resignada. Cogió un poco de dinero de su bolso, y volvió a bajar las escaleras hacia la puerta principal.
-¿Adónde vas? –le preguntó su padre todavía desayunando.
-Tengo que irme. Volveré pronto.
-Está bien, pero recuerda que dentro de unos días tenemos la cena con…
-Que sí, papá. Estaré preparada, no te preocupes.
-Bien.
Se despidió con la mano y salió por la puerta, en dirección al metro.