Capítulo 6
Como habían previsto, las nubes descargaron toda la lluvia que pudieron sobre Londres.
Danielle y Ethan entraron rápidamente en la casa de éste último, y casualmente su padre ya había llegado.
El padre de Ethan era el jefe de policía, que intentaba por todos los medios frenar la oleada de robos que habían acaecido en la ciudad durante los últimos años. Pero no lo conseguía, y Danielle estaba enfadada con él por ese motivo. Siempre discutían sobre el tema.
Al verlos, les saludó con un movimiento de cabeza y se puso a leer el periódico. Alzó las cejas al leer la entrevista que los reporteros le habían hecho a uno de sus hombres por el robo del collar de ciento diez mil libras. Se frotó la frente, y suspiró.
Danielle se le acercó.
-Qué. ¿Otro robo?
-Danielle, no empecemos.
-No empiezo, es sólo que…
-Danielle –Ethan la cogió del brazo-. Deja a mi padre tranquilo, anda.
-Pero… Agh, vale. Emm… Ethan, ¿puedes ir a cogerme un vaso de agua?
-Hum, claro.
El joven se fue a la cocina, y Danielle miró al hombre.
-Tengo una idea para atrapar al ladrón.
El padre de Ethan la miró, interrogante.
-Verás, es obvio que el ladrón, si es tan listo como dicen, irá a la cena del señor Jackson, y me supongo que intentará robarle su dinero.
-Continúa.
-Bien, pues podrían hacer una pequeña redada para cogerle por fin. Sólo tiene que esperar para que vaya hacia el botín… ¡y le cogen!
-¿Pero no se dará cuenta de que la casa estará llena de policías?
-Se esconden.
-Hum, bueno…
-Aunque Ethan me ha dicho que no estaríais ese día…
-No, él y mi mujer no estarán. Van a visitar a sus abuelos maternos, yo debo quedarme aquí.
-Bien.
En ese momento, Ethan apareció por la sala con un vaso de agua, y se lo tendió a Danielle.
-Toma.
-Gracias.
Bebió, y lo dejó encima de la mesita.
-Bueno, yo debo irme ya, que me están esperando para comer. ¡Chao!
-¡Pero Danielle…!
La chica se despidió con la mano y salió por la puerta.
Mientras iba por la calle, pensaba en cómo podrían hacer la redada. Habría que ser más listos que el ladrón, y eso era complicado.
Capítulo 7
Dejando a Max con los caballos mientras Dina limpiaba la sangre del suelo, Axel volvió a su despacho. Se acercó a su escritorio, apoyó las manos en el extremo de éste todavía de pie, y agachó la cabeza, pensativo, dejando caer los mechones de su pelo caer sobre la cara. Cerró los ojos. Aún no se había recuperado del susto que le había dado el pequeño, pero tenía que convivir con ello. Sabía que Max estaba muy débil, no era un niño normal. No podía jugar con los otros niños, ni hacer grandes esfuerzos, ni correr mucho. Y también sabía que su vida se acabaría antes que la de los demás. Mucho antes. Y eso lo mataba por dentro.
Sus padres habían muerto hacía cuatro años, cuando él sólo tenía dieciséis tiernos años, y nunca habían sido ricos. Es más, mientras sus padres habían vivido, su familia fue muy pobre. Pero fueron felices igualmente. Y después de la felicidad, sus padres se habían ido para siempre y le habían dejado con una gran responsabilidad: un niño, un bebé, que en esos momentos era toda su vida. Y le había costado sangre, sudor y lágrimas, literalmente, para tener todo lo que tenían ahora.
Sus pensamientos se dispersaron cuando Gina entró en el despacho. Al ver a Axel apoyado contra el escritorio cabizbajo, se colocó a su lado, y le miró.
-Señor, ¿está bien? –le preguntó, queriendo, deseando, posar una mano en su espalda para animarle, pero eso le resultaba vergonzoso.
Axel, con el pelo todavía tapándole algunas partes de la cara, alzó una intensa mirada hacia los ojos verdes de ella, y sonrió.
Gina se ruborizó violentamente, con el corazón martilleándole el pecho, y como no sabía dónde meterse, miró hacia la ventana detrás del sillón del despacho.
-Estoy bien, Gina, no te preocupes. Y ya te he dicho mil veces que no hace falta que me trates de usted; ya llevas un año aquí, puedes tutearme.
-Lo sé, pero sería de… -volvió a mirarle a los ojos, y al quedarse prendada de ellos, tragó saliva y balbuceó- …de mala… esto… educación.
Axel se incorporó, y se cruzó de brazos.
-¿A estas alturas y todavía tienes vergüenza? –sonrió con una pequeña pizca de diversión y mucho afecto.
-Bue… bueno, será… será mejor… será mejor que me vaya para… para ocuparme de… de algunas cosas…
Se volvió, y fue hacia la puerta, pero antes de coger el pomo, frenó.
-Señor… ¿va a intentar robar en casa del señor Jackson?
Axel apretó los labios ante la mención del robo, y suspiró. Gina era la única que sabía que él era el ladrón, pues lo había descubierto leyendo unos papeles que él creía haber perdidos en el que mencionaba su décimo quinto robo con éxito. Ella se había enfadado, gritándole que cómo podía hacer algo así con la gran casa que tenía, y cuando él le explicó sus buenas razones y por qué tenía esa mansión, lo había comprendido y lo había aceptado, aunque no le gustaba nada la idea.
-Sí, debo hacerlo.
Lo miró preocupada.
-Señor, ya ha robado hace poco aquella joya tan cara, y recibió el dinero por ella. ¿Y no…?
-Entre todos los gastos en total, no. Todavía me da para un mes, pero hasta ahí llego –Gina miró al suelo-. Oh, querida, por favor, no te preocupes, intentaré por todos los medios ser muy cuidadoso –dio una palmada en el aire con las manos, y sonrió-. Bien, voy a planearlo.
-Tenga cuidado. Max estaría perdido sin usted.
-No lo estaría tanto.
-Señor, Max le idolatra. Usted es su héroe.
-Más bien parece que sea el malo de la novela.
-Usted nunca podría ser malo. Por favor, tenga mucho, muchísimo cuidado.
-Lo tendré.
Gina asintió y se fue del despacho. Axel se apoyó, cansado, contra el escritorio. Sería muy difícil, pero por Max, por su hermanito, iría hasta el fin del mundo.
martes, 28 de diciembre de 2010
miércoles, 22 de diciembre de 2010
Capítulo 5
Axel, sentado en su enorme despacho lleno de estanterías a los lados con libros, ojeaba el periódico, vigilando si en alguna foto en la que aparecían sus robos estaba él, o si se le reconocería en algo. Por suerte, sólo había textos, nada de imágenes. Apoyó un codo en el gran escritorio saturado de papeles, y puso la mejilla en los nudillos, pasando las hojas. Empezó a pensar distraídamente que sería mejor dejar a su hermano aquí el día de la cena. Sería muy difícil apoderarse de la fortuna del hombre y estar vigilando al pequeño a la vez, ya que Max no sabía que su hermano mayor sustraía objetos preciados a las personas.
No, definitivamente el pequeño se quedaría aquí.
Mientras, Max estaba en su habitación jugando con un coche de madera de cincuenta más que tenía, pues adoraba coleccionarlos desde que tenía cinco años. Ahora con siete, todavía seguía queriendo más, y Axel nunca le decía que no. Sin embargo, tenía que ganárselos con buenas calificaciones y muestras de respeto, o demostrarle a su hermano que sabía comportarse en la mesa.
Pero de repente empezó a toser. Primero fue un poco, paró, y volvió a toser otra vez. Con más fuerza, hasta que tuvo que llevarse las manos a la garganta porque le escocía.
Empezó a notar ese característico sabor de la sangre en la lengua, y al toser otra vez, salpicó el suelo del desagradable color carmesí. Lloró hasta que Gina, la ama de llaves, escuchó sus sollozos. Fue a su habitación, y al ver que el niño se ahogaba y tosía sangre, se llevó las manos a la boca y corrió al despacho de Axel.
-¡Señor! –gritó mientras abría la puerta con fuerza.
Axel alzó la mirada del periódico, todavía con la mejilla apoyada en los nudillos de la mano, y alzó las cejas.
-¿Qué pasa, Gina?
-¡El señorito Max! ¡Le está pasando de nuevo!
Axel se levantó rápidamente alarmado, tirando la silla hacia atrás, y salió corriendo del despacho, seguido de Gina, hacia la habitación del niño.
Se lo encontró acostado en el suelo, rodeado de pequeñas manchas de sangre y con los bracitos rodeando su estómago.
-Dios mío, ¡Max!
Se arrodilló a su lado, y colocó los dedos índice y corazón en el cuello del pequeño. Tenía el pulso muy débil, al contrario que el de Axel, que estaba frenético.
-¡Gina, mira en el primer cajón de la cómoda, y coge un botecito azul que hay dentro!
Gina le hizo caso, y buscó en el cajón, encontrando el objeto que buscaba. Se lo tendió a Axel, y éste abrió la tapa con la mano temblorosa, colocándolo en la boca de Max. Apretó un botón del pequeño bote, y el aire de éste se abrió paso por la respiración del niño. Entonces se lo quitó de los labios, y Max respiró hondo. Axel se levantó, cogió un bote con pastillas –la medicación de Max- de una estantería y le obligó a tragarse dos. Se las tomó sin problemas, y el joven lo cogió en brazos, apretándolo contra su pecho.
-Vamos, Max… -susurró con la voz rota, y le dio un beso en la frente.
El pequeño abrió los ojos, y rodeó el cuello de Axel con los brazos, abrazándolo.
-Ash… -dijo con un hilillo de voz.
Axel lo miró.
-¡Max! ¡Dios, te juro que como me vuelvas a dar otro susto como este no respondo!
-Lo siento…
Lo volvió a abrazar, con mucha fuerza, cerrando los ojos, mientras Gina miraba a los dos hermanos felices. Sobre todo miraba a Axel. Quizá… si algún día pudiera… decirle todo. Absolutamente todo, pues llevaba un año guardándoselo para ella… Sus sentimientos… Pero tenía miedo.
En cambio, Axel pensaba que se llevaría a Max a la cena sin reparos. No pensaba dejarlo en casa, ya que podría darle otro ataque como este sin que él estuviera para cuidarlo, Gina estaría en su propia casa descansando, Blake, el chico que se encargaba de los jardines y los caballos, estaría en la suya y Dina, la anciana que hacía algunas tareas domésticas, con su familia. No iba dejarlo solo. Ya se le ocurriría como hacerse con el dinero sin que el pequeño y los demás invitados se dieran cuenta.
No, definitivamente el pequeño se quedaría aquí.
Mientras, Max estaba en su habitación jugando con un coche de madera de cincuenta más que tenía, pues adoraba coleccionarlos desde que tenía cinco años. Ahora con siete, todavía seguía queriendo más, y Axel nunca le decía que no. Sin embargo, tenía que ganárselos con buenas calificaciones y muestras de respeto, o demostrarle a su hermano que sabía comportarse en la mesa.
Pero de repente empezó a toser. Primero fue un poco, paró, y volvió a toser otra vez. Con más fuerza, hasta que tuvo que llevarse las manos a la garganta porque le escocía.
Empezó a notar ese característico sabor de la sangre en la lengua, y al toser otra vez, salpicó el suelo del desagradable color carmesí. Lloró hasta que Gina, la ama de llaves, escuchó sus sollozos. Fue a su habitación, y al ver que el niño se ahogaba y tosía sangre, se llevó las manos a la boca y corrió al despacho de Axel.
-¡Señor! –gritó mientras abría la puerta con fuerza.
Axel alzó la mirada del periódico, todavía con la mejilla apoyada en los nudillos de la mano, y alzó las cejas.
-¿Qué pasa, Gina?
-¡El señorito Max! ¡Le está pasando de nuevo!
Axel se levantó rápidamente alarmado, tirando la silla hacia atrás, y salió corriendo del despacho, seguido de Gina, hacia la habitación del niño.
Se lo encontró acostado en el suelo, rodeado de pequeñas manchas de sangre y con los bracitos rodeando su estómago.
-Dios mío, ¡Max!
Se arrodilló a su lado, y colocó los dedos índice y corazón en el cuello del pequeño. Tenía el pulso muy débil, al contrario que el de Axel, que estaba frenético.
-¡Gina, mira en el primer cajón de la cómoda, y coge un botecito azul que hay dentro!
Gina le hizo caso, y buscó en el cajón, encontrando el objeto que buscaba. Se lo tendió a Axel, y éste abrió la tapa con la mano temblorosa, colocándolo en la boca de Max. Apretó un botón del pequeño bote, y el aire de éste se abrió paso por la respiración del niño. Entonces se lo quitó de los labios, y Max respiró hondo. Axel se levantó, cogió un bote con pastillas –la medicación de Max- de una estantería y le obligó a tragarse dos. Se las tomó sin problemas, y el joven lo cogió en brazos, apretándolo contra su pecho.
-Vamos, Max… -susurró con la voz rota, y le dio un beso en la frente.
El pequeño abrió los ojos, y rodeó el cuello de Axel con los brazos, abrazándolo.
-Ash… -dijo con un hilillo de voz.
Axel lo miró.
-¡Max! ¡Dios, te juro que como me vuelvas a dar otro susto como este no respondo!
-Lo siento…
Lo volvió a abrazar, con mucha fuerza, cerrando los ojos, mientras Gina miraba a los dos hermanos felices. Sobre todo miraba a Axel. Quizá… si algún día pudiera… decirle todo. Absolutamente todo, pues llevaba un año guardándoselo para ella… Sus sentimientos… Pero tenía miedo.
En cambio, Axel pensaba que se llevaría a Max a la cena sin reparos. No pensaba dejarlo en casa, ya que podría darle otro ataque como este sin que él estuviera para cuidarlo, Gina estaría en su propia casa descansando, Blake, el chico que se encargaba de los jardines y los caballos, estaría en la suya y Dina, la anciana que hacía algunas tareas domésticas, con su familia. No iba dejarlo solo. Ya se le ocurriría como hacerse con el dinero sin que el pequeño y los demás invitados se dieran cuenta.
domingo, 19 de diciembre de 2010
Capítulo 4
Axel llegó al portal de su casa, y la abrió con las llaves. Pero al lado, en el buzón, había una carta. La cogió, y al cerrar la puerta, se volvió para ver la casa. Debía decir que era extremadamente grande, con enormes parcelas y jardines. Pero todo lo que le rodeaba tenía un peligroso precio.
Y una razón, pues si fuera por él, con una modesta casa le hubiera llegado. Pero esto lo hacía por otra persona que para él lo era todo.
Casualmente, justo en frente de la puerta, mientras Axel subía la pequeña cuesta hacia ella intentando abrir el sobre, se encontró con un caballo completamente negro, dirigido con una correa en el hocico por un hombre de mediana edad, y que traía en su lomo a un pequeño jinete.
El niño, sonriendo por el paseo, giró la cabeza hacia el jardín delantero y vio a Axel.
Lanzando un gritito de alegría, le pidió al hombre que le bajara de la bestia, y al dejarlo en el suelo, el pequeño salió corriendo hacia su hermano mayor, que éste último sacó las manos de los bolsillos del pantalón y le abrazó, cogiéndolo en brazos.
-¡Ash! ¡Te eché mucho de menos! –gritó el niño abrazándolo por el cuello.
-Max –Axel sonrió-. Yo también te eché de menos, peque.
Max sonrió ampliamente, dejando entrever sus pequeños dientes de leche, y cuando Axel lo cogió con un solo brazo, apretándole contra su costado, el niño se fijó que en la otra mano agarraba un sobre.
-¿Qué es eso?
Axel alzó la mano, y le enseñó la carta medio abierta.
-Pues no lo sé. Iba a abrirla ahora mismo. Pero me da la impresión de que ya sé qué es.
-¿Y qué es?
El joven cogió el papel del sobre con una mano, pues con la otra agarraba al niño, y leyó lo que ponía. Era una invitación a la cena del señor Jackson, conocido por todo Londres por ser un hombre bonachón, y el vecino más adinerado.
-Pues… una invitación a una fiesta.
-¡¿A una fiesta?! ¡¿Y… y… y puedo ir?!
-Aquí pone que ambos estamos invitados, así que sí.
-¡Iré a una fiesta de mayores!
Axel sonrió.
-Sí, pero recuerda, ante todo educación, Max.
El niño asintió enérgicamente, y Axel le dejó en el suelo. Le cogió de la mano y fueron hacia la casa.
-¿Te apetece tomar un helado? Le pediremos a Gina que nos lo prepare.
-¡¡Sí!!
Axel miró de reojo el sobre que sostenía. Menuda suerte. Le habían invitado a una casa dónde estaría llena de gente, y de un hombre extremadamente rico. Era el momento para empezar a planear.
Y una razón, pues si fuera por él, con una modesta casa le hubiera llegado. Pero esto lo hacía por otra persona que para él lo era todo.
Casualmente, justo en frente de la puerta, mientras Axel subía la pequeña cuesta hacia ella intentando abrir el sobre, se encontró con un caballo completamente negro, dirigido con una correa en el hocico por un hombre de mediana edad, y que traía en su lomo a un pequeño jinete.
El niño, sonriendo por el paseo, giró la cabeza hacia el jardín delantero y vio a Axel.
Lanzando un gritito de alegría, le pidió al hombre que le bajara de la bestia, y al dejarlo en el suelo, el pequeño salió corriendo hacia su hermano mayor, que éste último sacó las manos de los bolsillos del pantalón y le abrazó, cogiéndolo en brazos.
-¡Ash! ¡Te eché mucho de menos! –gritó el niño abrazándolo por el cuello.
-Max –Axel sonrió-. Yo también te eché de menos, peque.
Max sonrió ampliamente, dejando entrever sus pequeños dientes de leche, y cuando Axel lo cogió con un solo brazo, apretándole contra su costado, el niño se fijó que en la otra mano agarraba un sobre.
-¿Qué es eso?
Axel alzó la mano, y le enseñó la carta medio abierta.
-Pues no lo sé. Iba a abrirla ahora mismo. Pero me da la impresión de que ya sé qué es.
-¿Y qué es?
El joven cogió el papel del sobre con una mano, pues con la otra agarraba al niño, y leyó lo que ponía. Era una invitación a la cena del señor Jackson, conocido por todo Londres por ser un hombre bonachón, y el vecino más adinerado.
-Pues… una invitación a una fiesta.
-¡¿A una fiesta?! ¡¿Y… y… y puedo ir?!
-Aquí pone que ambos estamos invitados, así que sí.
-¡Iré a una fiesta de mayores!
Axel sonrió.
-Sí, pero recuerda, ante todo educación, Max.
El niño asintió enérgicamente, y Axel le dejó en el suelo. Le cogió de la mano y fueron hacia la casa.
-¿Te apetece tomar un helado? Le pediremos a Gina que nos lo prepare.
-¡¡Sí!!
Axel miró de reojo el sobre que sostenía. Menuda suerte. Le habían invitado a una casa dónde estaría llena de gente, y de un hombre extremadamente rico. Era el momento para empezar a planear.
martes, 14 de diciembre de 2010
Capítulo 3
Danielle se había quedado un poco anonadada por el pequeño golpe y el chico elegante con el que se había cruzado.
¡Así que aquí estaban los hombres más guapos de Londres! Aunque el joven tenía un acento extraño…
Sacudió la cabeza ante el pensamiento y subió las escaleras, hasta llegar arriba, y se dirigió hacia la casa de su mejor amigo, Ethan, que vivía a pocas casas de dónde ella se encontraba.
Ya en la puerta principal, petó. Le abrió su madre con una sonrisa, tan encantadora como siempre.
-¡Dani! Ven cielo, pasa. Ethan está en su habitación.
-Muchas gracias.
Danielle pasó al interior de la casa, y subió las escaleras hacia la habitación de su amigo. Sin petar, entró en el cuarto, y se encontró a Ethan leyendo un ejemplar de Oliver Twist acostado en su cama, con el pelo castaño claro y liso tapándole un poco los ojos. Pero no parecía importarle. Apartó el libro y la miró. Sonrió y se incorporó.
-Vaya, pensé que no vendrías.
-Sí, bueno, es que me choqué con un chico…
A Ethan se le borró la sonrisa de la cara.
-¿Que te chocaste? ¿Con un chico?
-Sí, eso es lo que he dicho. Ay, ya veo que el oído te está empezando a fallar.
Danielle se acercó a él y le revolvió el pelo. Él sonrió otra vez, y se levantó de la cama.
-Ven, vamos a dar una vuelta –dijo ella mientras le cogía de la mano y lo sacaba de la habitación.
Salieron de la casa, y caminaron por la calle, bajo las nubes que se arremolinaban en el cielo, ensombreciendo todo Londres.
Ethan miró hacia arriba.
-Parece que va a llover de un momento a otro.
-No pasa nada. Si llueve volvemos a tu casa y listo.
La miró con una sonrisa burlona.
-Claro.
-Por cierto, ¿vas a ir a la cena que se celebra en casa del señor Jackson?
-¿La de dentro de dos días? Nos mandaron la invitación, pero no, no voy a ir.
Danielle se paró.
-¿Por qué?
-Ya sabes. Entre mañana y el domingo voy a Irlanda, a visitar a mis abuelos. La cena es el viernes.
-Ah.
Siguieron caminando, y suspiró.
-Jo, pues a ver qué hago yo ahí.
-Pues no vayas.
-Mis padres quieren que vaya.
-Pues suerte, pero a mí no me mires.
Danielle puso los ojos en blanco. Siempre le tocaban las peores cosas a ella.
¡Así que aquí estaban los hombres más guapos de Londres! Aunque el joven tenía un acento extraño…
Sacudió la cabeza ante el pensamiento y subió las escaleras, hasta llegar arriba, y se dirigió hacia la casa de su mejor amigo, Ethan, que vivía a pocas casas de dónde ella se encontraba.
Ya en la puerta principal, petó. Le abrió su madre con una sonrisa, tan encantadora como siempre.
-¡Dani! Ven cielo, pasa. Ethan está en su habitación.
-Muchas gracias.
Danielle pasó al interior de la casa, y subió las escaleras hacia la habitación de su amigo. Sin petar, entró en el cuarto, y se encontró a Ethan leyendo un ejemplar de Oliver Twist acostado en su cama, con el pelo castaño claro y liso tapándole un poco los ojos. Pero no parecía importarle. Apartó el libro y la miró. Sonrió y se incorporó.
-Vaya, pensé que no vendrías.
-Sí, bueno, es que me choqué con un chico…
A Ethan se le borró la sonrisa de la cara.
-¿Que te chocaste? ¿Con un chico?
-Sí, eso es lo que he dicho. Ay, ya veo que el oído te está empezando a fallar.
Danielle se acercó a él y le revolvió el pelo. Él sonrió otra vez, y se levantó de la cama.
-Ven, vamos a dar una vuelta –dijo ella mientras le cogía de la mano y lo sacaba de la habitación.
Salieron de la casa, y caminaron por la calle, bajo las nubes que se arremolinaban en el cielo, ensombreciendo todo Londres.
Ethan miró hacia arriba.
-Parece que va a llover de un momento a otro.
-No pasa nada. Si llueve volvemos a tu casa y listo.
La miró con una sonrisa burlona.
-Claro.
-Por cierto, ¿vas a ir a la cena que se celebra en casa del señor Jackson?
-¿La de dentro de dos días? Nos mandaron la invitación, pero no, no voy a ir.
Danielle se paró.
-¿Por qué?
-Ya sabes. Entre mañana y el domingo voy a Irlanda, a visitar a mis abuelos. La cena es el viernes.
-Ah.
Siguieron caminando, y suspiró.
-Jo, pues a ver qué hago yo ahí.
-Pues no vayas.
-Mis padres quieren que vaya.
-Pues suerte, pero a mí no me mires.
Danielle puso los ojos en blanco. Siempre le tocaban las peores cosas a ella.
jueves, 9 de diciembre de 2010
Capítulo 2
-Menuda pieza de coleccionista, joven. Puedo darle cien mil libras por ella.
-Me parece un precio razonable, señor. Acepto.
Axel le tendió la piedra preciosa al inocente joyero, que cogió de la caja varios billetes, y después de contarlos, se los tendió. Axel los cogió con una sonrisa encantadora, y los guardó.
-Muchas gracias, buen hombre. Cuídelo bien.
-De nada, gracias a usted.
Axel se volvió hacia la puerta de la joyería, pero antes de salir, habló sin mirarle.
-Oh, y yo que usted, no se lo enseñaría a ningún policía.
-¿Por qué?
-Usted no lo haga, por favor.
El hombre, extrañado, asintió aún a pesar de que Axel le daba la espalda.
-No… no se preocupe.
Finalmente, el joven se fue de allí, preocupado porque el joyero no hiciera caso a sus palabras. Se temía lo peor.
Al salir del lugar, se dirigió al metro, ya que su casa estaba un poco lejos de dónde se encontraba. Ya se había cambiado de ropa antes de pisar la joyería, pues sería raro que un policía fuera a vender una joya estando supuestamente de servicio, e intercambió el disfraz por su casual chaleco azul oscuro sobre una blusa blanca y unos pantalones de tela. Al bajar las escaleras en la calle con rapidez, se chocó contra alguien, ya en el último escalón.
-¡Oh, Dios mío! ¡Perdone, señorita!
Ayudó a levantarse a la joven que se había caído por el choque, tendiéndole la mano. La chica se la tomó, se incorporó con un ligero gruñido y se limpió el vestido rosa del polvo del suelo. Suspiró.
-Oiga, debería ver por dónde va, señor…
Al alzar la mirada, la chica se encontró con unos pequeños ojos grises claros en una hermosa cara, y los pensamientos se dispersaron al momento.
-Oh, hum…
-Lo siento, lo siento, de verdad. No pretendía… Soy un despistado.
-No, no… no se preocupe. Está bien, no…
Axel se llevó la mano al interior del bolsillo del chaleco, sacó un pequeño reloj de oro atado a una cadena, y alzó las cejas.
-Oh, debo irme, llego tarde. Y le vuelvo a pedir mil disculpas.
Sonrió y se fue hacia la taquilla, dejando a la joven allí. Cogió el ticket, y cuando llegó el momento, subió al metro.
-Me parece un precio razonable, señor. Acepto.
Axel le tendió la piedra preciosa al inocente joyero, que cogió de la caja varios billetes, y después de contarlos, se los tendió. Axel los cogió con una sonrisa encantadora, y los guardó.
-Muchas gracias, buen hombre. Cuídelo bien.
-De nada, gracias a usted.
Axel se volvió hacia la puerta de la joyería, pero antes de salir, habló sin mirarle.
-Oh, y yo que usted, no se lo enseñaría a ningún policía.
-¿Por qué?
-Usted no lo haga, por favor.
El hombre, extrañado, asintió aún a pesar de que Axel le daba la espalda.
-No… no se preocupe.
Finalmente, el joven se fue de allí, preocupado porque el joyero no hiciera caso a sus palabras. Se temía lo peor.
Al salir del lugar, se dirigió al metro, ya que su casa estaba un poco lejos de dónde se encontraba. Ya se había cambiado de ropa antes de pisar la joyería, pues sería raro que un policía fuera a vender una joya estando supuestamente de servicio, e intercambió el disfraz por su casual chaleco azul oscuro sobre una blusa blanca y unos pantalones de tela. Al bajar las escaleras en la calle con rapidez, se chocó contra alguien, ya en el último escalón.
-¡Oh, Dios mío! ¡Perdone, señorita!
Ayudó a levantarse a la joven que se había caído por el choque, tendiéndole la mano. La chica se la tomó, se incorporó con un ligero gruñido y se limpió el vestido rosa del polvo del suelo. Suspiró.
-Oiga, debería ver por dónde va, señor…
Al alzar la mirada, la chica se encontró con unos pequeños ojos grises claros en una hermosa cara, y los pensamientos se dispersaron al momento.
-Oh, hum…
-Lo siento, lo siento, de verdad. No pretendía… Soy un despistado.
-No, no… no se preocupe. Está bien, no…
Axel se llevó la mano al interior del bolsillo del chaleco, sacó un pequeño reloj de oro atado a una cadena, y alzó las cejas.
-Oh, debo irme, llego tarde. Y le vuelvo a pedir mil disculpas.
Sonrió y se fue hacia la taquilla, dejando a la joven allí. Cogió el ticket, y cuando llegó el momento, subió al metro.
domingo, 5 de diciembre de 2010
Capítulo 1
EL PÁNICO SE APODERA OTRA VEZ DE LONDRES
Difícil ignorar estos casuales robos que ocurren en nuestras queridas calles y casas. ¿Por qué pasa esto? Lo peor que podremos preguntarnos nunca es: ¿cuántos son? ¿Uno? ¿Dos? En el caso de que fueran varios, sería más normal, pero ¿y si sólo es uno? Debemos preocuparnos por si es algún vecino nuestro, un conocido, un amigo o incluso un familiar. Nunca se le o les ha visto el rostro, pero sin duda debe de ser temible. ¿Cuándo parará esto? Quizá nunca, o podría frenarse mañana. Nadie lo sabe, excepto él o ellos. Aunque aquí un servidor opina que sólo sea uno, y muy inteligente, por cierto, ha robado el gran diamante deseado por todas las damas de nuestra bella ciudad. ¿Qué será lo próximo…?
Danielle dobló el periódico, y lo dejó encima de la mesa. Suspiró. Odiaba las injusticias, sobre todo los robos a gente inocente y los asesinatos. Lo malo es que este supuesto ladrón llevaba así desde… ¿Cuánto hacía ya? ¿Dos, tres años…?
-Danielle, ten cuidado, vas a tirar la leche. Anda, pásame el periódico –le instó su padre.
La joven volvió a suspirar, y le pasó con cuidado el periódico por encima de la mesa, pues estaban desayunando e intentaba no tirar nada.
-¡Pero es que no es justo! –se quejó después de volver a sentarse-. ¿Por qué tienen que hacer todo eso? ¡O tiene!
-Bah, ya sabes que esto se pasa enseguida.
-Papá, llevamos así tres años. ¿No crees que alguien debería pararle los pies a ese granuja?
-Quizá –se encogió de hombros.
Se llevó el dedo índice a la boca, y después pasó una hoja del periódico. Su hija apretó los dientes, y se cruzó de brazos.
-Bueno, cariño, no te enfades. Debes de reconocer que el hombre es listo. Nadie sabe cómo hace, pero siempre consigue lo que quiere.
-O quieren.
-Eso, o quieren.
-¡Pero la policía tampoco es que esté haciendo mucho!
-Hacen lo que pueden.
-Pero no lo suficiente.
-Deja el tema ya, Danielle.
-Hum.
Aunque seguía enfurruñada y con ganas de seguir con el tema, se calló. Se terminó su desayuno, se levantó de la mesa y se fue a su habitación, resignada. Cogió un poco de dinero de su bolso, y volvió a bajar las escaleras hacia la puerta principal.
-¿Adónde vas? –le preguntó su padre todavía desayunando.
-Tengo que irme. Volveré pronto.
-Está bien, pero recuerda que dentro de unos días tenemos la cena con…
-Que sí, papá. Estaré preparada, no te preocupes.
-Bien.
Se despidió con la mano y salió por la puerta, en dirección al metro.
Difícil ignorar estos casuales robos que ocurren en nuestras queridas calles y casas. ¿Por qué pasa esto? Lo peor que podremos preguntarnos nunca es: ¿cuántos son? ¿Uno? ¿Dos? En el caso de que fueran varios, sería más normal, pero ¿y si sólo es uno? Debemos preocuparnos por si es algún vecino nuestro, un conocido, un amigo o incluso un familiar. Nunca se le o les ha visto el rostro, pero sin duda debe de ser temible. ¿Cuándo parará esto? Quizá nunca, o podría frenarse mañana. Nadie lo sabe, excepto él o ellos. Aunque aquí un servidor opina que sólo sea uno, y muy inteligente, por cierto, ha robado el gran diamante deseado por todas las damas de nuestra bella ciudad. ¿Qué será lo próximo…?
Danielle dobló el periódico, y lo dejó encima de la mesa. Suspiró. Odiaba las injusticias, sobre todo los robos a gente inocente y los asesinatos. Lo malo es que este supuesto ladrón llevaba así desde… ¿Cuánto hacía ya? ¿Dos, tres años…?
-Danielle, ten cuidado, vas a tirar la leche. Anda, pásame el periódico –le instó su padre.
La joven volvió a suspirar, y le pasó con cuidado el periódico por encima de la mesa, pues estaban desayunando e intentaba no tirar nada.
-¡Pero es que no es justo! –se quejó después de volver a sentarse-. ¿Por qué tienen que hacer todo eso? ¡O tiene!
-Bah, ya sabes que esto se pasa enseguida.
-Papá, llevamos así tres años. ¿No crees que alguien debería pararle los pies a ese granuja?
-Quizá –se encogió de hombros.
Se llevó el dedo índice a la boca, y después pasó una hoja del periódico. Su hija apretó los dientes, y se cruzó de brazos.
-Bueno, cariño, no te enfades. Debes de reconocer que el hombre es listo. Nadie sabe cómo hace, pero siempre consigue lo que quiere.
-O quieren.
-Eso, o quieren.
-¡Pero la policía tampoco es que esté haciendo mucho!
-Hacen lo que pueden.
-Pero no lo suficiente.
-Deja el tema ya, Danielle.
-Hum.
Aunque seguía enfurruñada y con ganas de seguir con el tema, se calló. Se terminó su desayuno, se levantó de la mesa y se fue a su habitación, resignada. Cogió un poco de dinero de su bolso, y volvió a bajar las escaleras hacia la puerta principal.
-¿Adónde vas? –le preguntó su padre todavía desayunando.
-Tengo que irme. Volveré pronto.
-Está bien, pero recuerda que dentro de unos días tenemos la cena con…
-Que sí, papá. Estaré preparada, no te preocupes.
-Bien.
Se despidió con la mano y salió por la puerta, en dirección al metro.
jueves, 2 de diciembre de 2010
Prólogo
*A ver qué os parece. Si no os gusta o algo, escribo otra historia, no hay problema ;)
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Londres, 7 de Septiembre de 1854
Axel se encaminaba por el pasillo del lúgubre lugar, vestido –disfrazado- de policía.
El casco azul que llevaba sobre la cabeza le tapaba el rostro, difuminándolo en sombras, pues no quería que nadie le viese la cara.
Llegó hasta la puerta que llevaba a lo que él deseaba. Una joya, un diamante, de 25 quilates, colgado de un collar, ansiado por toda mujer británica que se apreciara y de buen linaje. Pero valía muchísimo dinero.
Y él quería obtenerlo.
El cuarto estaba custodiado por un policía con el mismo uniforme que él, un poco obeso y con bigote. En el pasillo hacía calor, bochorno, y el hombre se quitó un momento el casco, pasó un brazo por la frente perlada de sudor, y se lo volvió a colocar. Al ver a Axel entre sombras, se irguió rápidamente.
-¿Quién es usted?
-Buenas tardes, señor. Soy un encargado del consejero del conde. Me ha pedido personalmente, ya que su mujer desea el collar, recogerlo para la señora.
El hombre obeso le miró a conciencia.
-¿Puede… quitarse el casco?
-Me temo que eso no va a ser posible, mi señor.
-Necesito que se quite el casco.
-No.
-Pues entonces tendré que hacerlo a la fuerza…
Alzó el brazo hacia la cabeza de Axel, pero éste se llevó la mano al cinturón del uniforme, agarró la porra, le quitó el casco de un golpe y la descargó rápidamente en la cabeza del policía, para luego darle en la espalda con fuerza y desplomarlo contra el suelo inconsciente.
Le arrancó la llave que le colgaba del cuello, la metió en la cerradura y la puerta se abrió con un chasquido. La empujó con las dos manos, y entró en el lugar. El collar posaba sobre una pequeña columna. Axel se acercó con cuidado, lo cogió entre sus manos, le dio unas cuantas vueltas en sus largos dedos para comprobar que era el auténtico, y al cerciorarse de que así era, se lo colgó en la muñeca, debajo de la manga, y se quitó el casco. Se pasó la mano por el pelo negro; algunos mechones pegados en la frente por el calor del lugar, y suspiró. Se lo volvió a colocar, y salió rápidamente de allí, sin pararse para ver si el policía inconsciente todavía respiraba. Salió al exterior, pasando desapercibido entre los policías. Sin embargo, se dirigió a uno, todavía con el casco tapándole los ojos.
-Un hombre se acaba de desmayar ahí dentro. Por favor, vaya a echar un vistazo.
El policía le miró, y luego corrió adentro junto con tres más. Todo esto daría mucho de qué hablar, así que tendría que irse de allí y no volver a pisar el lugar durante algún tiempo.
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Londres, 7 de Septiembre de 1854
Axel se encaminaba por el pasillo del lúgubre lugar, vestido –disfrazado- de policía.
El casco azul que llevaba sobre la cabeza le tapaba el rostro, difuminándolo en sombras, pues no quería que nadie le viese la cara.
Llegó hasta la puerta que llevaba a lo que él deseaba. Una joya, un diamante, de 25 quilates, colgado de un collar, ansiado por toda mujer británica que se apreciara y de buen linaje. Pero valía muchísimo dinero.
Y él quería obtenerlo.
El cuarto estaba custodiado por un policía con el mismo uniforme que él, un poco obeso y con bigote. En el pasillo hacía calor, bochorno, y el hombre se quitó un momento el casco, pasó un brazo por la frente perlada de sudor, y se lo volvió a colocar. Al ver a Axel entre sombras, se irguió rápidamente.
-¿Quién es usted?
-Buenas tardes, señor. Soy un encargado del consejero del conde. Me ha pedido personalmente, ya que su mujer desea el collar, recogerlo para la señora.
El hombre obeso le miró a conciencia.
-¿Puede… quitarse el casco?
-Me temo que eso no va a ser posible, mi señor.
-Necesito que se quite el casco.
-No.
-Pues entonces tendré que hacerlo a la fuerza…
Alzó el brazo hacia la cabeza de Axel, pero éste se llevó la mano al cinturón del uniforme, agarró la porra, le quitó el casco de un golpe y la descargó rápidamente en la cabeza del policía, para luego darle en la espalda con fuerza y desplomarlo contra el suelo inconsciente.
Le arrancó la llave que le colgaba del cuello, la metió en la cerradura y la puerta se abrió con un chasquido. La empujó con las dos manos, y entró en el lugar. El collar posaba sobre una pequeña columna. Axel se acercó con cuidado, lo cogió entre sus manos, le dio unas cuantas vueltas en sus largos dedos para comprobar que era el auténtico, y al cerciorarse de que así era, se lo colgó en la muñeca, debajo de la manga, y se quitó el casco. Se pasó la mano por el pelo negro; algunos mechones pegados en la frente por el calor del lugar, y suspiró. Se lo volvió a colocar, y salió rápidamente de allí, sin pararse para ver si el policía inconsciente todavía respiraba. Salió al exterior, pasando desapercibido entre los policías. Sin embargo, se dirigió a uno, todavía con el casco tapándole los ojos.
-Un hombre se acaba de desmayar ahí dentro. Por favor, vaya a echar un vistazo.
El policía le miró, y luego corrió adentro junto con tres más. Todo esto daría mucho de qué hablar, así que tendría que irse de allí y no volver a pisar el lugar durante algún tiempo.
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