lunes, 6 de septiembre de 2010

Capítulo 25

El director estaba apoyado en el marco de la puerta, mirando hacia el exterior, a los ángeles hablando, en grupitos sentados y demás. Tenía las manos detrás de la espalda.
Suspiré algo aliviada y senté en su sillón. Coloqué los pies encima de su mesa cruzándolos por los tobillos y entrelacé las manos detrás de la cabeza. Sólo me faltaba el café y las pastas.
El director se volvió hacia mí, suspiró y chasqueó la lengua. Volvió a mirar el cielo.
-Quita los pies de la mesa…
-Hey, hey, sin exigencias, Leonardo, que si no ya sabes… -le repliqué.
Ah, sí, por supuesto. Ambos teníamos un secreto. Una de mis eficacias, por así decirlo, es poder hacer inmortal a una persona. Rejuvenecerla o envejecerla hasta la edad que me dé la gana. O incluso congelar sus células para que no puedan envejecer jamás. Decidí que lo mejor sería rejuvenecer a Leonardo haciendo que su cuerpo no cumpliera el año, y esto cada doce meses. Ésa es una de las razones por las que estaba tan desesperado por encontrarme.
Y como me fui hace tres años, Leo ha envejecido tres.
Podría hacerlo inmortal, pero si no… ¿Cómo podría sobornarle?
Todo el mundo, aunque seas un director de un gran colegio antiguo y bonachón, quiere ser inmortal. Todos.
Cómo se nota que soy la mala.
El problema es que nadie debía enterarse de que podía hacer esto.
-Por favor, Alex, compórtate, que ya eres mayorcita. Dentro de poco cumplirás 17 años.
-Lo sé. Mira, te quitaré los años que te “sobran”, pero a cambio quiero que…
Una sensación extraña me recorrió la espalda, como si nos estuvieran vigilando.
-¿Quieres qué…? Alex, ¿qué ibas a decir? ¿Alex?
Se volvió hacia mí, pero yo me había incorporado en el sillón. Me levanté, le miré y le hice un gesto hacia la puerta. Él la miró, asintió y ambos fuimos sin hacer ruido hasta ella.
Y la abrió.
Vicky, Max y Al cayeron al suelo. Se levantaron rápidamente, y colocaron las manos detrás de la espalda, avergonzados.
Me crucé de brazos, y Leo también.
-¿Qué es esto? ¿De dónde habéis sacado tan mala conducta?
-Esto… es que… nosotros… -intentó explicarse Vicky-. ¡Lo sentimos, de verdad! Pero es que…
Leo y yo nos miramos asustados. ¿Y si habían escuchado algo?
-¿Qué habéis escuchado?
-¡Nada, lo juramos! ¡No escuchamos nada!
Leo miró a cada uno, y yo suspiré derrotada.
-Leo, déjalos ir. Sólo tenían curiosidad. No es su culpa. Pero creo que sé de quién lo es.
-Está bien. Podéis iros.
Los tres me miraron preocupados, yo asentí y se fueron. Miré a Leo.
-Tú tranquilo, sé quién es el responsable. Y no te preocupes –susurré-, ya lo arreglaremos en otro momento.
Él asintió y me fui de allí. Encontraría al responsable.
Además… ¡¿es que nunca me iba a dejar tranquila?!