miércoles, 22 de septiembre de 2010

Capítulo 28

Por la noche, cuando me aseguré de que Vicky estaba dormida, me levanté despacio y me dirigí a la habitación de Jack. Tenía que contarme esas cosas que yo no sabía. Aunque yo a cambio tenía que contarle mi secreto.
Al llegar, peté. Y él me abrió sonriente. Menudo memo. Pero es que estaba tan guapo…
No, Alex, concéntrate.
Con el ceño fruncido, entré, él cerró la puerta y ambos nos sentamos en el suelo.
-Bien. ¿Quién cuenta primero? –preguntó él.
-Me parece que lo sabes perfectamente.
-Pues adelante.
-Me refería a ti… Da igual. Bien. El director no envejece gracias a mí. Puedo hacer inmortal a cualquiera, puedo cambiar el tiempo para una persona como para el universo. Puedo hacerlos viejos, bebés, adolescentes… o mismamente matarlos envejeciendo simplemente el corazón u otro órgano. Puedo hacer lo que me dé la gana.
Se me quedó mirando de hito en hito. Y sonrió.
-Vaya, vaya, por eso el director estaba tan nervioso cuando te fuiste. Así que… ¿es más viejo de lo que aparenta?
-Exacto.
-¿Y tú?
-No, yo tengo diecisiete.
-Dieciséis –me corrigió. Puse los ojos en blanco.
-Empecé a rejuvenecerlo cuando cumplí los doce años. Pero no recuerdo la razón. Bien, ya está. Cuéntame ahora tú lo que sabes.
-Vale… esto no es fácil. Sabes que el ángel del espacio, Jonathan, es tu contrario, ¿verdad? Tu opuesto.
-Sí, algo he oído.
-¿Sabes de quién es hijo?
-Creo que nació como yo… Bueno, creo que fue creado.
-No. Él nació, al igual que tú.
Me quedé perpleja.
-¿Cómo?
-Sí. Su padre es el mismísimo arcángel Gabriel.
Le miré con la boca abierta. ¡¿Cómo?!
-¡¿Es… es… el hijo de…?! –Jack asintió-. Pero entonces si él es el hijo de un ángel… y es mi opuesto… yo… ¿soy hija de un… demonio?
-No… exactamente. Eres la hija del demonio. Del ángel caído. El mismo que se reveló a Dios. Tiene muchos nombres. El Diablo, el demonio. Satanás. Nosotros lo llamamos Lucifer, quizá porque es más cómodo. Y el problema es que eres su única hija, Alex.
Me quedé completamente congelada. No. No, no, no, no. ¡No!
-¡No puede ser! ¡Es… imposible! ¡¿No dicen que los ángeles no son ni hombres ni mujeres?! ¿Cómo pudo…?
-Alex, aquí todos somos ángeles. Hombres y mujeres. Tú misma lo eres.
-No lo creo. No puede ser. ¿Qué…? ¿Cómo…? ¡No entiendo nada!
Me levanté rápidamente.
-¡No me puedo estar pasando esto! Además, si soy su única hija, ¿cómo es que…?
-Te caíste por un agujero del tiempo que tú misma creaste. Y Leo, el director, te encontró. Mira, no sé mucho sobre todo este tema, sólo te digo lo que sé con certeza, pero… estoy seguro de que, aunque suene irónico, tu padre te quería mucho.
-¡Lo dudo mucho! ¡Es el mismo diablo! ¡¿Pe… pero quién juega con esto?! –empecé a llorar como una estúpida.
Jack se levantó e intentó abrazarme, pero me aparté rápidamente.
-¡No! ¡Se supone que yo soy la sucesora del mal que pasará en el mundo! ¡Soy un monstruo!
-No, no lo eres. Simplemente eres una niña muy asustada con un padre un poquito cabrón. Nada más. Lo único que necesitas es protección. Y yo puedo dártela.
Le miré con las cejas alzadas. ¿Qué intentaba decirme?
-¿Qué…?
-¡Lo único que quiero es permanecer a tu lado durante el resto de mi vida! ¡Nada más!
Se dio cuenta de lo que acababa de decir, y se calló al momento, desconcertado, como yo.
Intentó acercarse a mí, pero yo negué con la cabeza retrocediendo.
-No. No necesito protección. Lo que necesito es otra cosa. No puedo seguir viviendo sabiendo que no puedo confiar en nadie, ¡ni siquiera en mí misma!
-Pero puedes confiar en mí. Yo nunca, Alex, nunca te haría daño, ni te traicionaría.
Apreté los labios, y cogí el picaporte de la puerta.
-Voy a acabar con esto de una vez.
-¿Qué…?
Abrí la puerta y salí corriendo a la Sala de las Esferas, dónde estaba mi alma atrapada.
Si no hay alma, no hay vida.