martes, 12 de julio de 2011

Capítulo 36

Ya pasados esos dos días, por la noche, Danielle se estaba terminando de preparar poniéndose el vestido que Axel le había comprado el día anterior.
Mientras, Axel se terminaba de atar el nudo de la corbata gris humo mirándose en el espejo, y detrás de él, por la puerta, apareció Max, vestido con el pijama. Le había pedido a Gina expresamente que se quedara cuidando esa noche a Max. Aunque cuando se enteró de que Danielle iba a acompañarlo, se puso de un humor de perros. Aunque él no le dio mucha importancia. Ya se le pasaría.
Max se colocó a su lado, y se miró en el espejo.
-Axel, yo quería ir contigo.
Axel lo miró, sonrió y se arrodilló a su altura. Le puso las manos en los hombros.
-Max, esta vez no puedes acompañarme. Me encantaría que vinieses, pero esta vez…
-¿Pero por qué?
-Mira, te prometo que cuando te despiertes, yo ya estaré aquí, ¿de acuerdo?
El pequeño asintió.
-¿Pero vendrás pronto?
-Te lo prometo –le dio un beso en el pelo, se lo revolvió con cariño y se levantó-. Y ahora, a dormir, que ya es muy tarde.
Max asintió y corrió hacia el pasillo. Axel colocó algunos objetos útiles en los bolsillos interiores de su chaleco, cogió su chaqueta y bajó las escaleras, esperando en la puerta principal. Al poco rato, Danielle descendió también las escaleras.
Axel sintió que se moría cuando la vio con el vestido. Rosa de tonos claros y oscuros, largo hasta el suelo y de palabra de honor, la joven estaba muy hermosa.
Cuando llegó abajo, ella se sonrojó.
-¿Qué… tal estoy?
Axel se había quedado sin habla. ¿Cómo podría si lo único que atinaba a hacer era mirarla?
-Estás… muy bella –carraspeó, y apartó la mirada con rapidez. Era increíble que nada en el mundo le hiciera sorprenderse de esa manera como lo hacía Danielle. Lo desconcertaba por completo, aunque tampoco le desagradaba-. Vamos.
Ambos subieron a un carruaje y llegaron al cabo de media hora a la casa de la señora Brown.
Bajaron, y en la entrada les abrió un mayordomo, dejándoles pasar a una gran sala dónde el matrimonio se acercó a ellos para saludarlos.
Danielle se puso rígida, pues temía que la reconocieran. ¿Cómo Axel no había pensado en ello?
-Buenas noches, señor Brown. Señora Brown –Axel le cogió la mano con la palma hacia abajo y le besó el dorso-, o debería decir señorita.
La mujer se rio azorada.
-¡Oh! ¡Qué joven más encantador! Hicimos bien en invitarles, ¿no crees, George? –Miró hacia su marido, y luego hacia Danielle-. ¿Y esta muchacha?
-Os presento a mi compañera y amada Clarissa.
Danielle se ruborizó cuando dijo su amada, pues no estaba acostumbrada a eso. De todos modos, no era verdad.
-Vaya, me suena de haberla visto –dijo el señor Brown-. ¿Puede ser?
-Lo dudo mucho, señor Brown, pues Clarissa viene de las Américas, y llegó anoche.
-Oh, disculpa entonces. Pero pasad, podéis hacer lo que queráis.
-Muchísimas gracias, en realidad me pasaría toda la noche diciendo el exquisito gusto en las mujeres que usted tiene –la mujer se ruborizó y volvió a reír embobada, mirando a Axel-. Pero debo estar con mi amada.
Cogió a Danielle de la mano, y la llevó un poco más lejos, dónde apenas nadie pudiera oírles.
-¡No me reconoció! –dijo Danielle asombrada.
-¿Pensabas que se me iba a pasar un pequeño detalle como ese? Te he sugerido que te recogieras el pelo y te pusieras un poco de maquillaje, ya que así te ocultas mejor. Bien, ya sabes lo que hay que hacer, ¿verdad?
-¡Sí!
Se soltó de la mano de Axel, pero éste la retuvo. Danielle le miró.
-Ten… ten cuidado.
La joven sonrió y asintió. Se fue hacia el matrimonio, pasando entre la gente que bailaba, y les preguntó dónde estaba el baño. Como había dicho Axel, estaba en el piso superior.
Entonces subió las escaleras, y en vez de ir hacia el cuarto, fue a los aposentos de los señores Brown. Aunque estaba muy nerviosa.