Por la mañana, Danielle ya estaba lista en la puerta, con Axel, Gina, Blake, Dina y el pequeño Max.
-Te echaremos de menos –le dijeron todos.
Después de besos y abrazos de despedida –aunque con Gina fue un poco amargo-, Axel la acompañó hasta el carruaje, al otro lado del gran portón. Le abrió la puerta, y Danielle lo miró.
-Danielle, siento que acabemos así. Aunque me gustaría que siguiéramos siendo amigos.
-Si no nos vamos a volver a ver, entonces no servirá para nada tener una amistad –replicó ella enfadada.
-Yo no he dicho que no nos volvamos a ver. Quizá en alguna cena de esas que asistimos nosotros y así nos veamos, pero… fuera de ahí, lo dudo.
-Ya me lo imaginaba.
Ya no sabían qué más decirse. Hasta que Axel se guardó las manos en lo
s bolsillos, y sonrió con timidez.
-¿De qué te ríes?
-Bueno, me fijé que ayer fue tu primer beso.
Danielle apretó los labios, avergonzada. Se cruzó de brazos.
-¡No! ¡Ya me habían besado antes!
-Claro.
-Mira, déjalo, ¿vale? Me voy.
Se iba a subir al carruaje, pero Axel la cogió de la mano, la hizo volverse y la atrajo hacia sí, abrazándola.
Danielle no podía creérselo. Se quedó helada.
Axel tampoco pudo explicar muy bien lo que acababa de hacer. Ni siquiera sabía el por qué.
Pero de lo que estaba seguro era que estaba deseando hacerlo. La separó al momento de él, y carraspeó.
-Ha sido divertido, Danielle, y sin ti no hubiera conseguido tan fácilmente las joyas. Y para compensarte… -se sacó del bolsillo un collar del que colgaba un reloj pequeño incrustado en una esmeralda. Brillaba con lucidez, por lo que Danielle tuvo que entornar los ojos-. Toma.
Ella lo cogió entre sus manos, sorprendida.
-Pero, pero… yo… no puedo… No puedo aceptarlo.
-Es lo mínimo –Axel miró al suelo-. Suerte. Y que busques al chico de tus sueños, Danielle. Lo encontrarás pronto.
Danielle asintió y subió al carruaje, estando al borde de las lágrimas.
“El chico de mis sueños eres tú, pero no te das cuenta. O no quieres darte cuenta.”
El coche avanzó con el chasquido del látigo a los caballos, y Axel se despidió con la mano.
Entonces, cuando ya no se podía ver su casa, Danielle se echó a llorar sin poder evitarlo.
viernes, 22 de julio de 2011
domingo, 17 de julio de 2011
Capítulo 38
*Aunque no lo creáis, por cada comentario me arrancáis una sonrisa...
A las seis de la mañana, Danielle no podía dormir. Habían llegado a casa a las cinco, pero aún así era incapaz. Estaba sentada en su cama, con las piernas cruzadas, pensando en que había sido cómplice de un robo. Pero se había sentido tan emocionada… Y Axel le había dado su primer beso…
Entonces escuchó el chirrido de su puerta abriéndose. Miró hacia allí, y Axel apareció por ella. Entró, cerrándola detrás de él, y se apoyó en ella, con los brazos cruzados. Todavía seguía vestido, pero sin el chaleco, con la blusa entreabierta y las mangas remangadas hasta los codos. Danielle sintió morirse al verlo de esa manera tan inusual y rebelde.
-Tenemos que hablar –dijo él severo.
-¿Sobre qué? –aunque ella ya lo sabía.
-Lo que pasó en la fiesta no significa nada, ¿me oyes? Sólo fue para que nos dejasen en paz.
Danielle apretó los labios, y rehuyó su mirada. Ya se había imaginado que para Axel sería una más, pero aún así, que se lo dijera directamente, dolía. Tragó saliva para aguantar las lágrimas que amenazaban con derramarse.
“No lloraré. No delante de él.”
Axel se dio cuenta. Suspiró.
-Perdóname, Danielle. No es por lo que crees. Yo… oí que le decías a Max que me amas.
Danielle abrió mucho los ojos, quedándose con la boca medio abierta.
-¿Có… cómo?
Se quería morir de la vergüenza. Él asintió.
-Oh, Dios mío.
-No puede ser, Danielle –respiró hondo-. Ese beso fue un tremendo error. Yo lo sé, y tú lo sabes, aunque no quieras admitirlo. Y no podemos seguir así.
-Pero Axel, ¿por qué…?
-Eres una chica maravillosa, Danielle. Guapa, lista, inocente y fuerte. Pero yo no soy el chico adecuado para ti.
Danielle se levantó de la cama, furiosa.
-Claro, yo soy la chica perfecta, y sin embargo no quieres estar conmigo. ¿Qué pasa, que sólo soy una más del montón? ¡Pues no te lo creas tanto!
-No es por eso. Yo por mí… Bueno, pero no puede ser, principalmente porque si en otra ocasión que vayamos juntos nos atrapan, en vez de proteger mi propia vida, protegeré la tuya. Y eso para mí es malo. Y que conste que viceversa. Si me atraparan a mí, estoy un noventa y nueve por ciento seguro de que vendrías a ayudarme. ¿Me equivoco? –Danielle no contestó-. Me lo imaginaba. Además está el hecho de que yo tengo veintidós años, y tú sólo eres una cría de diecisiete.
-Tampoco somos tan diferentes de edad…
-Créeme, lo somos. Sólo tenemos dos opciones. O dejas de venir conmigo a cometer estos delitos…
-¡¿Y dejar que te atrapen?! ¡No, me niego a no ir!
-… o te vas.
-¿Qué?
-Que ya es hora de que te vayas, Danielle. No puedo retenerte aquí toda tu vida. Tus padres deben de estar muy preocupados.
Danielle empezó a llorar, y corrió hacia Axel abrazándolo con fuerza.
-¡No! ¡No quiero irme, Axel! ¡¡No quiero, no me hagas esto!! ¡No quiero volver a casa!
-¿Pero tú te estás oyendo? Danielle, que no estás en una casa de verano. Estás secuestrada –dijo despacio-. ¿Es que no lo entiendes?
-¡No, no lo entiendo! ¡Porque a mí esto no me parece un secuestro! ¡No me voy! ¡Quiero estar contigo! –sollozó.
La apartó de sí por los hombros, y la obligó a mirarlo.
-Escúchame. Danielle, mírame. Hey, mírame. Bien, escucha. Debes volver a casa. ¿Tú sabes lo que es que un hijo desaparezca así por las buenas? ¿No sabes cómo deben de estar tus padres de preocupados? Yo si Max fuera secuestrado, me volvería loco.
-Pero Max es tu hermano, no tu hijo.
-Max es como mi hijo. Lo he criado como tal. Y de todos modos daría igual, ya sabes a lo que me refiero. Por favor, vuelve a casa.
-Claro, y ahora me pedirás que no le diga a nadie quién eres, ¿verdad?
-Eso es decisión tuya. Yo no debo meterme. De todos modos, no sabes cómo me odio ahora mismo por estar echándote de casa, pero ambos sabemos que la vida se basa en los sentimientos, y ni tú ni yo podremos evitar que el roce entre los dos nos enamore. Por eso tiene que acabarse. Lo siento.
Y se fue de la habitación. Danielle, llorando, se sentó en la cama otra vez, sin dormir en toda la noche.
A las seis de la mañana, Danielle no podía dormir. Habían llegado a casa a las cinco, pero aún así era incapaz. Estaba sentada en su cama, con las piernas cruzadas, pensando en que había sido cómplice de un robo. Pero se había sentido tan emocionada… Y Axel le había dado su primer beso…
Entonces escuchó el chirrido de su puerta abriéndose. Miró hacia allí, y Axel apareció por ella. Entró, cerrándola detrás de él, y se apoyó en ella, con los brazos cruzados. Todavía seguía vestido, pero sin el chaleco, con la blusa entreabierta y las mangas remangadas hasta los codos. Danielle sintió morirse al verlo de esa manera tan inusual y rebelde.
-Tenemos que hablar –dijo él severo.
-¿Sobre qué? –aunque ella ya lo sabía.
-Lo que pasó en la fiesta no significa nada, ¿me oyes? Sólo fue para que nos dejasen en paz.
Danielle apretó los labios, y rehuyó su mirada. Ya se había imaginado que para Axel sería una más, pero aún así, que se lo dijera directamente, dolía. Tragó saliva para aguantar las lágrimas que amenazaban con derramarse.
“No lloraré. No delante de él.”
Axel se dio cuenta. Suspiró.
-Perdóname, Danielle. No es por lo que crees. Yo… oí que le decías a Max que me amas.
Danielle abrió mucho los ojos, quedándose con la boca medio abierta.
-¿Có… cómo?
Se quería morir de la vergüenza. Él asintió.
-Oh, Dios mío.
-No puede ser, Danielle –respiró hondo-. Ese beso fue un tremendo error. Yo lo sé, y tú lo sabes, aunque no quieras admitirlo. Y no podemos seguir así.
-Pero Axel, ¿por qué…?
-Eres una chica maravillosa, Danielle. Guapa, lista, inocente y fuerte. Pero yo no soy el chico adecuado para ti.
Danielle se levantó de la cama, furiosa.
-Claro, yo soy la chica perfecta, y sin embargo no quieres estar conmigo. ¿Qué pasa, que sólo soy una más del montón? ¡Pues no te lo creas tanto!
-No es por eso. Yo por mí… Bueno, pero no puede ser, principalmente porque si en otra ocasión que vayamos juntos nos atrapan, en vez de proteger mi propia vida, protegeré la tuya. Y eso para mí es malo. Y que conste que viceversa. Si me atraparan a mí, estoy un noventa y nueve por ciento seguro de que vendrías a ayudarme. ¿Me equivoco? –Danielle no contestó-. Me lo imaginaba. Además está el hecho de que yo tengo veintidós años, y tú sólo eres una cría de diecisiete.
-Tampoco somos tan diferentes de edad…
-Créeme, lo somos. Sólo tenemos dos opciones. O dejas de venir conmigo a cometer estos delitos…
-¡¿Y dejar que te atrapen?! ¡No, me niego a no ir!
-… o te vas.
-¿Qué?
-Que ya es hora de que te vayas, Danielle. No puedo retenerte aquí toda tu vida. Tus padres deben de estar muy preocupados.
Danielle empezó a llorar, y corrió hacia Axel abrazándolo con fuerza.
-¡No! ¡No quiero irme, Axel! ¡¡No quiero, no me hagas esto!! ¡No quiero volver a casa!
-¿Pero tú te estás oyendo? Danielle, que no estás en una casa de verano. Estás secuestrada –dijo despacio-. ¿Es que no lo entiendes?
-¡No, no lo entiendo! ¡Porque a mí esto no me parece un secuestro! ¡No me voy! ¡Quiero estar contigo! –sollozó.
La apartó de sí por los hombros, y la obligó a mirarlo.
-Escúchame. Danielle, mírame. Hey, mírame. Bien, escucha. Debes volver a casa. ¿Tú sabes lo que es que un hijo desaparezca así por las buenas? ¿No sabes cómo deben de estar tus padres de preocupados? Yo si Max fuera secuestrado, me volvería loco.
-Pero Max es tu hermano, no tu hijo.
-Max es como mi hijo. Lo he criado como tal. Y de todos modos daría igual, ya sabes a lo que me refiero. Por favor, vuelve a casa.
-Claro, y ahora me pedirás que no le diga a nadie quién eres, ¿verdad?
-Eso es decisión tuya. Yo no debo meterme. De todos modos, no sabes cómo me odio ahora mismo por estar echándote de casa, pero ambos sabemos que la vida se basa en los sentimientos, y ni tú ni yo podremos evitar que el roce entre los dos nos enamore. Por eso tiene que acabarse. Lo siento.
Y se fue de la habitación. Danielle, llorando, se sentó en la cama otra vez, sin dormir en toda la noche.
viernes, 15 de julio de 2011
Capítulo 37
Danielle empezó a buscar por todas partes del cuarto: debajo de la cama, en los cajones, debajo de las alfombras… Pero no encontró nada. Empezó a pensar que Axel se había equivocado, aunque lo veía muy difícil.
Entonces recordó.
“Busca en todas partes, incluso si tiene un tocador, puedes mirar detrás del espejo…”
Danielle se fijó en el tocador, y en efecto, tenía un espejo. Pero lo que más le sorprendió fue que Axel tenía razón. El espejo se abría como una puerta, y detrás había un joyero.
Emocionada, cerró el espejo con cuidado y bajó rápidamente las escaleras, preocupada por si pisaba el vestido.
Axel la esperaba abajo, y como vio que ella estaba contenta, una sonrisa se formó en su rostro. Al llegar abajo, fue hacia ella, la cogió de las manos y la llevó adónde las parejas bailaban.
Mientras se movían al ritmo lento de la música, Danielle le contó todo.
-Ya sé dónde está. ¡Tenías razón! Detrás del espejo está el joyero con todo dentro –susurró.
Axel sonrió contento, la abrazó y la levantó del suelo.
-¡Así me gusta! Sabía que no me fallarías.
Cuando la dejó en el suelo otra vez, juntó su frente con la de ella, cerrando los ojos.
-No sabes el peso que me acabas de quitar de encima. Te lo agradezco muchísimo, Danielle –susurró.
Pero Danielle apenas le escuchaba. Se puso cardíaca, con el rostro pasando por todos los tonos del rosa, queriendo acercarse un poco más a Axel, sintiendo el temblor de las piernas…
Pero ambos se dieron cuenta de que todos habían dejado de bailar y los miraban. Axel levantó la mirada, desconcertado.
-¿Qué…?
-¡Venga, me parece que ya tenemos la pareja ganadora en cuestión de amor! –gritó la señora Brown-. ¡Que se besen, que se besen!
Todo el mundo empezó a hacerle coro.
Axel y Danielle se miraron con alerta.
Besarse no estaba en sus planes.
Y además acentuaría el enamoramiento por parte de Danielle. Axel no podía permitir eso.
Pero todo el mundo insistía, mientras los ojos de la joven que sostenía entre sus brazos lo miraban con admiración. ¿Qué iba a hacer sino?
“Dios mío, ¿qué hago?”
“Vamos, tú puedes parar esto. Olvídate de las joyas y lárgate rápido”.
“Pero no puedo dejarla aquí…”
Mientras ocurría la batalla campal en su mente consigo mismo, Danielle ya se había acercado. Axel le cogió la cara con las manos, en un principio para apartarla, pero el contacto de su suave piel en los dedos le hizo echarse atrás y no soltarla. No podía.
“Páralo. Lo complicarás más. ¡No lo hagas!”
Juntó otra vez sus frentes, mientras Danielle cerraba los ojos, y entreabría un poco sus labios, esperando recibir ese beso.
“Se acabó. No puedo aguantarlo más… El mundo ya puede estar en mi contra, que yo ya no puedo hacer nada”.
Finalmente se inclinó un poco más y la besó con suavidad, sin querer hacerle daño pero tampoco que se escapara. Aunque por el modo en que ella estaba disfrutando del beso, dudaba que lo hiciera.
Pero se separó casi al momento, devolviéndole la razón, pues su batalla mental y ese acercamiento lo habían dejado al borde de la locura.
Todos aplaudieron emocionados. Axel sonrió forzadamente, y después de un gracias y demás, todo el mundo volvió a lo suyo. Luego subió las escaleras con la misma excusa de Danielle y fue directamente a la habitación. Abrió el espejo, cogió un poco más de la mitad de las joyas guardándoselas en los bolsillos del chaleco, y volvió a dejar todo como estaba. Salió del cuarto y miró su reloj de bolsillo. Ya habían pasado cuatro horas, entre todo el jaleo. No se lo podía creer. Bajó las escaleras, y cogiendo a Danielle de la mano –un poco incómodo-, anunció que ya se iban. Los señores Brown, algo tristes, se despidieron y ambos se fueron en el mismo carruaje.
Entonces recordó.
“Busca en todas partes, incluso si tiene un tocador, puedes mirar detrás del espejo…”
Danielle se fijó en el tocador, y en efecto, tenía un espejo. Pero lo que más le sorprendió fue que Axel tenía razón. El espejo se abría como una puerta, y detrás había un joyero.
Emocionada, cerró el espejo con cuidado y bajó rápidamente las escaleras, preocupada por si pisaba el vestido.
Axel la esperaba abajo, y como vio que ella estaba contenta, una sonrisa se formó en su rostro. Al llegar abajo, fue hacia ella, la cogió de las manos y la llevó adónde las parejas bailaban.
Mientras se movían al ritmo lento de la música, Danielle le contó todo.
-Ya sé dónde está. ¡Tenías razón! Detrás del espejo está el joyero con todo dentro –susurró.
Axel sonrió contento, la abrazó y la levantó del suelo.
-¡Así me gusta! Sabía que no me fallarías.
Cuando la dejó en el suelo otra vez, juntó su frente con la de ella, cerrando los ojos.
-No sabes el peso que me acabas de quitar de encima. Te lo agradezco muchísimo, Danielle –susurró.
Pero Danielle apenas le escuchaba. Se puso cardíaca, con el rostro pasando por todos los tonos del rosa, queriendo acercarse un poco más a Axel, sintiendo el temblor de las piernas…
Pero ambos se dieron cuenta de que todos habían dejado de bailar y los miraban. Axel levantó la mirada, desconcertado.
-¿Qué…?
-¡Venga, me parece que ya tenemos la pareja ganadora en cuestión de amor! –gritó la señora Brown-. ¡Que se besen, que se besen!
Todo el mundo empezó a hacerle coro.
Axel y Danielle se miraron con alerta.
Besarse no estaba en sus planes.
Y además acentuaría el enamoramiento por parte de Danielle. Axel no podía permitir eso.
Pero todo el mundo insistía, mientras los ojos de la joven que sostenía entre sus brazos lo miraban con admiración. ¿Qué iba a hacer sino?
“Dios mío, ¿qué hago?”
“Vamos, tú puedes parar esto. Olvídate de las joyas y lárgate rápido”.
“Pero no puedo dejarla aquí…”
Mientras ocurría la batalla campal en su mente consigo mismo, Danielle ya se había acercado. Axel le cogió la cara con las manos, en un principio para apartarla, pero el contacto de su suave piel en los dedos le hizo echarse atrás y no soltarla. No podía.
“Páralo. Lo complicarás más. ¡No lo hagas!”
Juntó otra vez sus frentes, mientras Danielle cerraba los ojos, y entreabría un poco sus labios, esperando recibir ese beso.
“Se acabó. No puedo aguantarlo más… El mundo ya puede estar en mi contra, que yo ya no puedo hacer nada”.
Finalmente se inclinó un poco más y la besó con suavidad, sin querer hacerle daño pero tampoco que se escapara. Aunque por el modo en que ella estaba disfrutando del beso, dudaba que lo hiciera.
Pero se separó casi al momento, devolviéndole la razón, pues su batalla mental y ese acercamiento lo habían dejado al borde de la locura.
Todos aplaudieron emocionados. Axel sonrió forzadamente, y después de un gracias y demás, todo el mundo volvió a lo suyo. Luego subió las escaleras con la misma excusa de Danielle y fue directamente a la habitación. Abrió el espejo, cogió un poco más de la mitad de las joyas guardándoselas en los bolsillos del chaleco, y volvió a dejar todo como estaba. Salió del cuarto y miró su reloj de bolsillo. Ya habían pasado cuatro horas, entre todo el jaleo. No se lo podía creer. Bajó las escaleras, y cogiendo a Danielle de la mano –un poco incómodo-, anunció que ya se iban. Los señores Brown, algo tristes, se despidieron y ambos se fueron en el mismo carruaje.
martes, 12 de julio de 2011
Capítulo 36
Ya pasados esos dos días, por la noche, Danielle se estaba terminando de preparar poniéndose el vestido que Axel le había comprado el día anterior.
Mientras, Axel se terminaba de atar el nudo de la corbata gris humo mirándose en el espejo, y detrás de él, por la puerta, apareció Max, vestido con el pijama. Le había pedido a Gina expresamente que se quedara cuidando esa noche a Max. Aunque cuando se enteró de que Danielle iba a acompañarlo, se puso de un humor de perros. Aunque él no le dio mucha importancia. Ya se le pasaría.
Max se colocó a su lado, y se miró en el espejo.
-Axel, yo quería ir contigo.
Axel lo miró, sonrió y se arrodilló a su altura. Le puso las manos en los hombros.
-Max, esta vez no puedes acompañarme. Me encantaría que vinieses, pero esta vez…
-¿Pero por qué?
-Mira, te prometo que cuando te despiertes, yo ya estaré aquí, ¿de acuerdo?
El pequeño asintió.
-¿Pero vendrás pronto?
-Te lo prometo –le dio un beso en el pelo, se lo revolvió con cariño y se levantó-. Y ahora, a dormir, que ya es muy tarde.
Max asintió y corrió hacia el pasillo. Axel colocó algunos objetos útiles en los bolsillos interiores de su chaleco, cogió su chaqueta y bajó las escaleras, esperando en la puerta principal. Al poco rato, Danielle descendió también las escaleras.
Axel sintió que se moría cuando la vio con el vestido. Rosa de tonos claros y oscuros, largo hasta el suelo y de palabra de honor, la joven estaba muy hermosa.
Cuando llegó abajo, ella se sonrojó.
-¿Qué… tal estoy?
Axel se había quedado sin habla. ¿Cómo podría si lo único que atinaba a hacer era mirarla?
-Estás… muy bella –carraspeó, y apartó la mirada con rapidez. Era increíble que nada en el mundo le hiciera sorprenderse de esa manera como lo hacía Danielle. Lo desconcertaba por completo, aunque tampoco le desagradaba-. Vamos.
Ambos subieron a un carruaje y llegaron al cabo de media hora a la casa de la señora Brown.
Bajaron, y en la entrada les abrió un mayordomo, dejándoles pasar a una gran sala dónde el matrimonio se acercó a ellos para saludarlos.
Danielle se puso rígida, pues temía que la reconocieran. ¿Cómo Axel no había pensado en ello?
-Buenas noches, señor Brown. Señora Brown –Axel le cogió la mano con la palma hacia abajo y le besó el dorso-, o debería decir señorita.
La mujer se rio azorada.
-¡Oh! ¡Qué joven más encantador! Hicimos bien en invitarles, ¿no crees, George? –Miró hacia su marido, y luego hacia Danielle-. ¿Y esta muchacha?
-Os presento a mi compañera y amada Clarissa.
Danielle se ruborizó cuando dijo su amada, pues no estaba acostumbrada a eso. De todos modos, no era verdad.
-Vaya, me suena de haberla visto –dijo el señor Brown-. ¿Puede ser?
-Lo dudo mucho, señor Brown, pues Clarissa viene de las Américas, y llegó anoche.
-Oh, disculpa entonces. Pero pasad, podéis hacer lo que queráis.
-Muchísimas gracias, en realidad me pasaría toda la noche diciendo el exquisito gusto en las mujeres que usted tiene –la mujer se ruborizó y volvió a reír embobada, mirando a Axel-. Pero debo estar con mi amada.
Cogió a Danielle de la mano, y la llevó un poco más lejos, dónde apenas nadie pudiera oírles.
-¡No me reconoció! –dijo Danielle asombrada.
-¿Pensabas que se me iba a pasar un pequeño detalle como ese? Te he sugerido que te recogieras el pelo y te pusieras un poco de maquillaje, ya que así te ocultas mejor. Bien, ya sabes lo que hay que hacer, ¿verdad?
-¡Sí!
Se soltó de la mano de Axel, pero éste la retuvo. Danielle le miró.
-Ten… ten cuidado.
La joven sonrió y asintió. Se fue hacia el matrimonio, pasando entre la gente que bailaba, y les preguntó dónde estaba el baño. Como había dicho Axel, estaba en el piso superior.
Entonces subió las escaleras, y en vez de ir hacia el cuarto, fue a los aposentos de los señores Brown. Aunque estaba muy nerviosa.
Mientras, Axel se terminaba de atar el nudo de la corbata gris humo mirándose en el espejo, y detrás de él, por la puerta, apareció Max, vestido con el pijama. Le había pedido a Gina expresamente que se quedara cuidando esa noche a Max. Aunque cuando se enteró de que Danielle iba a acompañarlo, se puso de un humor de perros. Aunque él no le dio mucha importancia. Ya se le pasaría.
Max se colocó a su lado, y se miró en el espejo.
-Axel, yo quería ir contigo.
Axel lo miró, sonrió y se arrodilló a su altura. Le puso las manos en los hombros.
-Max, esta vez no puedes acompañarme. Me encantaría que vinieses, pero esta vez…
-¿Pero por qué?
-Mira, te prometo que cuando te despiertes, yo ya estaré aquí, ¿de acuerdo?
El pequeño asintió.
-¿Pero vendrás pronto?
-Te lo prometo –le dio un beso en el pelo, se lo revolvió con cariño y se levantó-. Y ahora, a dormir, que ya es muy tarde.
Max asintió y corrió hacia el pasillo. Axel colocó algunos objetos útiles en los bolsillos interiores de su chaleco, cogió su chaqueta y bajó las escaleras, esperando en la puerta principal. Al poco rato, Danielle descendió también las escaleras.
Axel sintió que se moría cuando la vio con el vestido. Rosa de tonos claros y oscuros, largo hasta el suelo y de palabra de honor, la joven estaba muy hermosa.
Cuando llegó abajo, ella se sonrojó.
-¿Qué… tal estoy?
Axel se había quedado sin habla. ¿Cómo podría si lo único que atinaba a hacer era mirarla?
-Estás… muy bella –carraspeó, y apartó la mirada con rapidez. Era increíble que nada en el mundo le hiciera sorprenderse de esa manera como lo hacía Danielle. Lo desconcertaba por completo, aunque tampoco le desagradaba-. Vamos.
Ambos subieron a un carruaje y llegaron al cabo de media hora a la casa de la señora Brown.
Bajaron, y en la entrada les abrió un mayordomo, dejándoles pasar a una gran sala dónde el matrimonio se acercó a ellos para saludarlos.
Danielle se puso rígida, pues temía que la reconocieran. ¿Cómo Axel no había pensado en ello?
-Buenas noches, señor Brown. Señora Brown –Axel le cogió la mano con la palma hacia abajo y le besó el dorso-, o debería decir señorita.
La mujer se rio azorada.
-¡Oh! ¡Qué joven más encantador! Hicimos bien en invitarles, ¿no crees, George? –Miró hacia su marido, y luego hacia Danielle-. ¿Y esta muchacha?
-Os presento a mi compañera y amada Clarissa.
Danielle se ruborizó cuando dijo su amada, pues no estaba acostumbrada a eso. De todos modos, no era verdad.
-Vaya, me suena de haberla visto –dijo el señor Brown-. ¿Puede ser?
-Lo dudo mucho, señor Brown, pues Clarissa viene de las Américas, y llegó anoche.
-Oh, disculpa entonces. Pero pasad, podéis hacer lo que queráis.
-Muchísimas gracias, en realidad me pasaría toda la noche diciendo el exquisito gusto en las mujeres que usted tiene –la mujer se ruborizó y volvió a reír embobada, mirando a Axel-. Pero debo estar con mi amada.
Cogió a Danielle de la mano, y la llevó un poco más lejos, dónde apenas nadie pudiera oírles.
-¡No me reconoció! –dijo Danielle asombrada.
-¿Pensabas que se me iba a pasar un pequeño detalle como ese? Te he sugerido que te recogieras el pelo y te pusieras un poco de maquillaje, ya que así te ocultas mejor. Bien, ya sabes lo que hay que hacer, ¿verdad?
-¡Sí!
Se soltó de la mano de Axel, pero éste la retuvo. Danielle le miró.
-Ten… ten cuidado.
La joven sonrió y asintió. Se fue hacia el matrimonio, pasando entre la gente que bailaba, y les preguntó dónde estaba el baño. Como había dicho Axel, estaba en el piso superior.
Entonces subió las escaleras, y en vez de ir hacia el cuarto, fue a los aposentos de los señores Brown. Aunque estaba muy nerviosa.
sábado, 9 de julio de 2011
Capítulo 35
Axel, horrorizado, bajó sin hacer el menor ruido las escaleras, entró en su despacho, y al cerrar la puerta, fue hacia su mesa. Apoyó las manos en ésta, y agachó la cabeza. Era incapaz de respirar bien. No podía, sencillamente no podía.
Nunca se había imaginado que Danielle, con todo lo que odia el hurto de objetos y dinero, se enamorara precisamente de él, un ladrón de guante blanco. Increíble.
Suspiró, desesperado. Levantó la cabeza, con la mirada perdida en la pared detrás de su sillón. ¿Qué iba a hacer ahora? Si la dejaba ir, podría escapársele que él era el ladrón, lo condenarían y lo matarían en dos días, como mucho. Y si no la dejaba ir…
Como había dicho Nathan, el roce hace el cariño. Cuánto más tiempo pasasen juntos, ella se enamoraría todavía más, y él… bueno, seguramente acabaría igual.
De repente, petaron en la puerta.
-Puedes pasar –dijo sin volverse.
-Axel, quería hablar contigo.
El corazón se le disparó al reconocer la voz. Se volvió rápidamente, y se ruborizó al constatar que, en efecto, era Danielle.
-S-s-¡sí! ¡Dime! –carraspeó incómodo-. Emm… quiero decir… Eso, dime.
Danielle alzó las cejas ante el tono nervioso de Axel.
-¿Te pasa algo?
-¿A mí? No, qué va. Fue un… un… esto… -se cruzó de brazos, ruborizándose todavía más, y desvió la mirada al suelo-. No. Yo… -suspiró, y toda la sangre se le bajó de golpe de la cara-. Dime lo que quieres, Danielle, y así dejaré de hacer el ridículo.
-Hum, bueno, me gustaría saber qué estrategia tienes para mañana.
-Oh, bueno. Ven.
Axel rodeó la mesa, y colocándose de pie delante del sillón, se apoyó en el extremo del escritorio, y sacó un papel doblado de un cajón. Danielle se colocó enfrente de él, al otro lado.
Axel desplegó el papel. Era una especie de mapa.
-Me… he tomado la libertad de conseguir los planos de la casa de la señora Brown.
-¿Cómo…? –preguntó sorprendida.
Axel sonrió un poco.
-Su arquitecto es un buen amigo mío. Bien, nuestro objetivo serán las joyas. Las tiene escondidas en algún lugar de su habitación –señaló un cuadrado del papel-. No las tiene a simple vista, ahí ha sido más lista que el señor Jackson.
-Pero… el dinero del señor Jackson no estaba a simple vista.
Axel la miró burlonamente.
-Danielle, por favor. Estaba claro dónde se encontraba. Del cuello del señor Jackson colgaba un pequeño panel de metal, dónde en un lado de éste tenía su apellido escrito, y en el otro ponía unos números que supuse que serían su fecha de nacimiento, pero el año no concordaba con su edad, por lo tanto esa era la clave del que tendría que ser, por eliminación, una caja fuerte. Y bueno, el dónde… había un policía vigilando en el pasillo superior de la mansión, y el jefe no paraba de preguntar por los aposentos del señor Jackson, a lo mismo que éste. No hay que ser un genio para saberlo.
Danielle lo miró con la boca abierta.
-¿Me enseñarás a hacer eso? –Axel rio.
-Claro que sí, mujer. Pero sólo cuando tengamos tiempo. Bien, lo dicho, una señora como ella no podría esconderlo en otro lugar que no sea su habitación, pues si no me equivoco tiene un cuarto un poco sospechoso, para despistar por si algún día alguien entrara a robar. Y bueno, sólo faltaría buscar dónde. Ahí es donde entras tú.
-¿Hum?
-Sí. Tú sólo debes decir dónde está el baño, subir al piso superior, y en vez de dirigirte allí, vas a su cuarto, y buscas cualquier pista, una rendija, un cuadro, incluso detrás del espejo de su tocador. Cualquier sitio. Pero sólo tienes siete minutos exactos. ¿Te ha quedado claro?
-Creo… que sí.
-Bien, entonces cuando bajes, me dices dónde está y quiero que distraigas a la señora Brown mientras yo voy hacia allí. ¿Todo bien?
-Sip.
-Bien, eso es todo.
-Vale, estoy preparada.
-No sé, no sé… Todavía no has entrenado más días, pero bueno, confiaré en ti –la miró pensativo, y se incorporó-. ¿Necesitas algo más?
Danielle apretó los labios, y se lo quedó mirando unos segundos. Axel consiguió, con toda su fuerza de voluntad, no sonrojarse, y la miró con dureza.
-¿Quieres algo o no?
-Yo… hum… -la muchacha miró al suelo, avergonzada, deseando decirle todo lo que sentía por él, las cosquillas que le aparecían en el estómago cada vez que lo veía, o las piernas temblorosas cuando estaba demasiado cerca, incluso que lo único que estaba pensando en ese momento era abrazarlo, besarlo y no soltarlo nunca-. No, nada. Ya me voy.
-Bien. Hum… Danielle –la llamó justo cuando ésta ya estaba en la puerta-. Espero que no me decepciones.
Ella tragó saliva, asintió y salió de allí.
Después Axel se derrumbó, completamente, apoyándose contra la mesa. No sabía qué iba a hacer.
Nunca se había imaginado que Danielle, con todo lo que odia el hurto de objetos y dinero, se enamorara precisamente de él, un ladrón de guante blanco. Increíble.
Suspiró, desesperado. Levantó la cabeza, con la mirada perdida en la pared detrás de su sillón. ¿Qué iba a hacer ahora? Si la dejaba ir, podría escapársele que él era el ladrón, lo condenarían y lo matarían en dos días, como mucho. Y si no la dejaba ir…
Como había dicho Nathan, el roce hace el cariño. Cuánto más tiempo pasasen juntos, ella se enamoraría todavía más, y él… bueno, seguramente acabaría igual.
De repente, petaron en la puerta.
-Puedes pasar –dijo sin volverse.
-Axel, quería hablar contigo.
El corazón se le disparó al reconocer la voz. Se volvió rápidamente, y se ruborizó al constatar que, en efecto, era Danielle.
-S-s-¡sí! ¡Dime! –carraspeó incómodo-. Emm… quiero decir… Eso, dime.
Danielle alzó las cejas ante el tono nervioso de Axel.
-¿Te pasa algo?
-¿A mí? No, qué va. Fue un… un… esto… -se cruzó de brazos, ruborizándose todavía más, y desvió la mirada al suelo-. No. Yo… -suspiró, y toda la sangre se le bajó de golpe de la cara-. Dime lo que quieres, Danielle, y así dejaré de hacer el ridículo.
-Hum, bueno, me gustaría saber qué estrategia tienes para mañana.
-Oh, bueno. Ven.
Axel rodeó la mesa, y colocándose de pie delante del sillón, se apoyó en el extremo del escritorio, y sacó un papel doblado de un cajón. Danielle se colocó enfrente de él, al otro lado.
Axel desplegó el papel. Era una especie de mapa.
-Me… he tomado la libertad de conseguir los planos de la casa de la señora Brown.
-¿Cómo…? –preguntó sorprendida.
Axel sonrió un poco.
-Su arquitecto es un buen amigo mío. Bien, nuestro objetivo serán las joyas. Las tiene escondidas en algún lugar de su habitación –señaló un cuadrado del papel-. No las tiene a simple vista, ahí ha sido más lista que el señor Jackson.
-Pero… el dinero del señor Jackson no estaba a simple vista.
Axel la miró burlonamente.
-Danielle, por favor. Estaba claro dónde se encontraba. Del cuello del señor Jackson colgaba un pequeño panel de metal, dónde en un lado de éste tenía su apellido escrito, y en el otro ponía unos números que supuse que serían su fecha de nacimiento, pero el año no concordaba con su edad, por lo tanto esa era la clave del que tendría que ser, por eliminación, una caja fuerte. Y bueno, el dónde… había un policía vigilando en el pasillo superior de la mansión, y el jefe no paraba de preguntar por los aposentos del señor Jackson, a lo mismo que éste. No hay que ser un genio para saberlo.
Danielle lo miró con la boca abierta.
-¿Me enseñarás a hacer eso? –Axel rio.
-Claro que sí, mujer. Pero sólo cuando tengamos tiempo. Bien, lo dicho, una señora como ella no podría esconderlo en otro lugar que no sea su habitación, pues si no me equivoco tiene un cuarto un poco sospechoso, para despistar por si algún día alguien entrara a robar. Y bueno, sólo faltaría buscar dónde. Ahí es donde entras tú.
-¿Hum?
-Sí. Tú sólo debes decir dónde está el baño, subir al piso superior, y en vez de dirigirte allí, vas a su cuarto, y buscas cualquier pista, una rendija, un cuadro, incluso detrás del espejo de su tocador. Cualquier sitio. Pero sólo tienes siete minutos exactos. ¿Te ha quedado claro?
-Creo… que sí.
-Bien, entonces cuando bajes, me dices dónde está y quiero que distraigas a la señora Brown mientras yo voy hacia allí. ¿Todo bien?
-Sip.
-Bien, eso es todo.
-Vale, estoy preparada.
-No sé, no sé… Todavía no has entrenado más días, pero bueno, confiaré en ti –la miró pensativo, y se incorporó-. ¿Necesitas algo más?
Danielle apretó los labios, y se lo quedó mirando unos segundos. Axel consiguió, con toda su fuerza de voluntad, no sonrojarse, y la miró con dureza.
-¿Quieres algo o no?
-Yo… hum… -la muchacha miró al suelo, avergonzada, deseando decirle todo lo que sentía por él, las cosquillas que le aparecían en el estómago cada vez que lo veía, o las piernas temblorosas cuando estaba demasiado cerca, incluso que lo único que estaba pensando en ese momento era abrazarlo, besarlo y no soltarlo nunca-. No, nada. Ya me voy.
-Bien. Hum… Danielle –la llamó justo cuando ésta ya estaba en la puerta-. Espero que no me decepciones.
Ella tragó saliva, asintió y salió de allí.
Después Axel se derrumbó, completamente, apoyándose contra la mesa. No sabía qué iba a hacer.
martes, 5 de julio de 2011
Capítulo 34
Ya por la tarde, los amigos de Axel habían llegado a su casa, impacientes por saber quién era la muchacha. Estaban sentados en el sofá, bebiendo una taza de té, mirando a Axel.
-¿Y bien? –preguntó Hunter.
-Vale. Es una joven.
-Vale, pero queremos más.
-Tiene diecisiete años, si no me equivoco, y… bueno…
-¿Pero habéis… ya sabes…?
Axel alzó las cejas cuando entendió a qué se refería.
-¡Oh, no, por Dios! Nathan, es menor.
-¿Y? ¿No te parece algo excitante estar con una menor?
Axel lo fulminó con la mirada, y sacudió la cabeza.
-Nathan, a veces me pareces un enfermo –le soltó Stephen, y suspiró.
-Anda que sois…
-¿Entonces eso es todo? –Hunter frunció el ceño-. ¿Qué vino aquí para pasar unos días y ya?
-Sí, exacto.
-¿Podemos verla al menos?
-¡No! –Axel se levantó-. No, no. Imposible. Esto… muchachos, tenéis que iros. Tengo que… encargarme de muchas cosas.
-¿Pero no vienes con nosotros a la taberna? Vamos, ¿acaso no te acuerdas ya de Bridget, la camarera que no paraba de mirarte? –Nathan sonrió.
-Ahora no es ella la que tengo precisamente en mente.
-Ya, claro. Pues ten cuidado, ya sabes que el roce hace el cariño.
Axel puso los ojos en blanco y los acompañó a la puerta.
-¿Entonces cuándo quedamos?
-Hum… Después de pasado mañana estoy libre.
-Bien, entonces. ¡Hasta dentro de tres días!
-Hunter, espera.
Mientras los otros dos empezaban a irse ya, Hunter se quedó un momento.
-¿Tú… guardas los planos de las casas que diseñas?
-Por supuesto. Por si acaso me acusan de algo que he hecho mal o así… y que no me juzguen, claro.
-¿Tú no tendrás por casualidad los planos de la mansión de la señora Brown? De cuarenta y pico de años, bastante adinerada…
-Por supuesto.
-¿Me los traerías por la tarde?
-No hay problema. Hasta luego.
Y los tres recorrieron el césped hasta el portal principal, yéndose.
Axel suspiró cuando cerró la puerta. Menos mal que se habían ido. Subió las escaleras.
Mientras, en la habitación de invitados dónde dormía Danielle, ésta estaba acostada en su cama, mirando al techo, con el corazón frenético y su mente llena de pensamientos sobre Axel.
Comprendía perfectamente lo que le estaba pasando. Pero no quería reconocerlo.
Entonces Max entró en el cuarto. Al verla acostada, se sentó a su lado, y Danielle se irguió, mirándolo con sorpresa y una sonrisa.
-¿Te pasa algo? –le preguntó el niño.
-¿Hum? No, Max, no… te preocupes –suspiró.
-Te pasa algo. Se te nota en los ojos.
-No, yo… hum… Es que yo…
-¿Es sobre Axel verdad?
-Sí.
-Cuéntame, anda. Te prometo que no se lo diré. Seré una tumba.
Danielle le sonrió otra vez, y le acarició la mejilla. Volvió a suspirar, y miró hacia la ventana.
-Creo que… ¿pero seguro que no se lo dirás?
-Prometido.
-Vale –respiró hondo-. Creo que estoy enamorada de Axel. Bueno, no lo creo. Lo sé.
Max se quedó con la boca medio abierta.
-Guau. Bueno, en realidad ya me lo olía.
-¿Cómo que…?
-Sí. Pasáis mucho tiempo juntos. Estaba claro.
Danielle asintió débilmente.
-Gracias por escucharme, Max.
-De nada. Soy un niño, pero no soy tonto.
Ambos se abrazaron, pero lo que ninguno sabía era que Axel había escuchado absolutamente todo detrás de la puerta.
-¿Y bien? –preguntó Hunter.
-Vale. Es una joven.
-Vale, pero queremos más.
-Tiene diecisiete años, si no me equivoco, y… bueno…
-¿Pero habéis… ya sabes…?
Axel alzó las cejas cuando entendió a qué se refería.
-¡Oh, no, por Dios! Nathan, es menor.
-¿Y? ¿No te parece algo excitante estar con una menor?
Axel lo fulminó con la mirada, y sacudió la cabeza.
-Nathan, a veces me pareces un enfermo –le soltó Stephen, y suspiró.
-Anda que sois…
-¿Entonces eso es todo? –Hunter frunció el ceño-. ¿Qué vino aquí para pasar unos días y ya?
-Sí, exacto.
-¿Podemos verla al menos?
-¡No! –Axel se levantó-. No, no. Imposible. Esto… muchachos, tenéis que iros. Tengo que… encargarme de muchas cosas.
-¿Pero no vienes con nosotros a la taberna? Vamos, ¿acaso no te acuerdas ya de Bridget, la camarera que no paraba de mirarte? –Nathan sonrió.
-Ahora no es ella la que tengo precisamente en mente.
-Ya, claro. Pues ten cuidado, ya sabes que el roce hace el cariño.
Axel puso los ojos en blanco y los acompañó a la puerta.
-¿Entonces cuándo quedamos?
-Hum… Después de pasado mañana estoy libre.
-Bien, entonces. ¡Hasta dentro de tres días!
-Hunter, espera.
Mientras los otros dos empezaban a irse ya, Hunter se quedó un momento.
-¿Tú… guardas los planos de las casas que diseñas?
-Por supuesto. Por si acaso me acusan de algo que he hecho mal o así… y que no me juzguen, claro.
-¿Tú no tendrás por casualidad los planos de la mansión de la señora Brown? De cuarenta y pico de años, bastante adinerada…
-Por supuesto.
-¿Me los traerías por la tarde?
-No hay problema. Hasta luego.
Y los tres recorrieron el césped hasta el portal principal, yéndose.
Axel suspiró cuando cerró la puerta. Menos mal que se habían ido. Subió las escaleras.
Mientras, en la habitación de invitados dónde dormía Danielle, ésta estaba acostada en su cama, mirando al techo, con el corazón frenético y su mente llena de pensamientos sobre Axel.
Comprendía perfectamente lo que le estaba pasando. Pero no quería reconocerlo.
Entonces Max entró en el cuarto. Al verla acostada, se sentó a su lado, y Danielle se irguió, mirándolo con sorpresa y una sonrisa.
-¿Te pasa algo? –le preguntó el niño.
-¿Hum? No, Max, no… te preocupes –suspiró.
-Te pasa algo. Se te nota en los ojos.
-No, yo… hum… Es que yo…
-¿Es sobre Axel verdad?
-Sí.
-Cuéntame, anda. Te prometo que no se lo diré. Seré una tumba.
Danielle le sonrió otra vez, y le acarició la mejilla. Volvió a suspirar, y miró hacia la ventana.
-Creo que… ¿pero seguro que no se lo dirás?
-Prometido.
-Vale –respiró hondo-. Creo que estoy enamorada de Axel. Bueno, no lo creo. Lo sé.
Max se quedó con la boca medio abierta.
-Guau. Bueno, en realidad ya me lo olía.
-¿Cómo que…?
-Sí. Pasáis mucho tiempo juntos. Estaba claro.
Danielle asintió débilmente.
-Gracias por escucharme, Max.
-De nada. Soy un niño, pero no soy tonto.
Ambos se abrazaron, pero lo que ninguno sabía era que Axel había escuchado absolutamente todo detrás de la puerta.
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