*Eh... antes de nada siento mucho haber tardado medio año o más en volver a entrar pero es que buuuf... yo.. es que buuf... xD Bueno, pongo dos e intentaré colgar más a menudo... Y y y lo siento... D: Una, que se va haciendo mayor... Ejem.
Al llegar, petó en la puerta.
-¡Gina! ¡Gina, abre, soy yo, Danielle! –gritó.
La joven apareció por la puerta, con los ojos llorosos y rojos, y se secó las lágrimas que le resbalaban por las mejillas.
-Danielle, ¿qué…?
-Me parece que ya sabes lo de Axel. ¡Tenemos que ayudarlo!
-¿Y qué quieres que hagamos? –Dijo mientras se apartaba para dejarla pasar y cerraba la puerta-. No tenemos nada que hacer. Ya sabes cómo son…
Gina fue interrumpida por el pequeño Max, con los ojos soñolientos.
-¿Axel…?
Gina fue rápidamente hacia él, cogiéndolo en brazos.
-No, mi vida. Es Danielle.
-¡Danielle! –alzó los bracitos hacia ella, y ésta lo cogió-. ¡Te eché mucho de menos!
-¡Y yo a ti, Max!
El niño se la quedó mirando.
-¿Tú también estuviste llorando como Gina?
-¿Qué? Oh, no, no… No te preocupes.
-¿Y por qué estás triste? ¿Sabes dónde está Axel?
Gina lo cogió y lo dejó en el suelo.
-Max, vete a acostarte, venga, que ya es tarde –Max no se movió del sitio-. ¡Venga!
Finalmente salió corriendo por el pasillo, y las muchachas entraron en la cocina. Cerraron la puerta.
-Escucha… seguramente esta noche lo ahorcarán.
-Dios mío –Gina empezó a llorar, tapándose la boca con las manos.
-Lo sé Gina, así que quiero ayudarlo. Y sé que tú también.
-Claro que sí, ¿pero qué podemos hacer?
-Primero y lo más importante, tenemos que estar allí. Ya se nos ocurrirá algo.
Gina asintió, todavía con las lágrimas en los ojos, y respiró hondo.
-¿Crees… que podremos…?
-Claro que sí, Gina, claro que sí –sollozó Danielle-. Es Axel. Él siempre… -sorbió, y carraspeó-. Siempre se libra. Ya verás…
Capítulo 51
La celda dónde Axel estaba encerrado se abrió. Julian entró.
Axel, desafiante, se levantó con ayuda de la pared, y le miró.
-¿Qué quieres? –preguntó tuteándolo.
Ya no estaba para formalidades. Ese hombre estaba a punto de arrebatarle a Max de su lado. Y lo peor de todo es que él no podía hacer nada al respecto. Y tendría que romper la promesa de Danielle.
-Ha llegado tu hora, Axel.
Axel suspiró, y se irguió recto, a pesar de que las heridas de la espalda le escocían.
-Cuando quieras.
Julian alzó las cejas sorprendido por la actitud de Axel, pero no dijo nada. Lo acompañó hasta el piso bajo, y acompañados por varios guardias, se encaminaron a la horca.
Danielle, Gina y Blake se dirigieron corriendo al centro de Londres, dónde iban a ahorcar a Axel. Habían dejado a Max con Dina, pues el niño pensaba que su hermano mayor estaba todavía de viaje.
Mientras iban hacia allí, ya podían escuchar a lo lejos el bullicio que formaba la gente alrededor de la horca.
Danielle sintió otra vez el escozor de las lágrimas, pero no derramó ni una. Axel le había pedido que fuera fuerte, y no le iba a decepcionar.
Cuando llegaron, estaban atrás en todo, y se abrieron camino entre la gente. Con suaves empujones, pudieron colocarse en la tercera fila. Unas palmadas acallaron el ruido de las voces, y por las escaleras subieron el detective Julian, el jefe de policía, el alcalde de Londres, con una sonrisa orgullosa que intentaba ocultar pero era incapaz, y detrás de ellos seis guardias, en el que cada dos llevaba un preso entre ellos. El último era Axel.
A Danielle se le cortó la respiración. Tenía peor aspecto que antes, seguía con la blusa desabrochada –algunas chicas no le quitaban ojo, y otras lo miraban soñolientas- y un ligero sudor le recorría la sien, mientras mechones de pelo oscuro se le pegaban en la frente. Pero por detrás, la camisa estaba manchada de sangre. Gina se llevó las manos a la boca, y Blake lanzó un grito ahogado.
-Dios mío, ¿el señor…? –dijo él sorprendido.
-Blake, por favor –dijo Gina entre sollozos.
Danielle intentó pensar rápido. Pronto le arrebatarían la vida al hombre que amaba. El corazón se le puso cardíaco.
-¡Muy buenas tardes, señores y señoras! –gritó el alcalde-. Ya saben que normalmente utilizamos la horca para momentos especiales. Pero como ya saben, este lo es. Hemos atrapado a tres hombres crueles y despiadados –los tres y los guardias subieron a la base de la horca.
Sólo había un lazo colgado de la viga superior, así que Danielle supuso que Axel sería el último. Pero seguía sin saber qué hacer.
-Primero, el asesino que mató a las tres niñas pequeñas y las enterró. Adelante –el jefe de policía hizo un gesto a los dos guardias que agarraban al primer prisionero, lo acercaron al lazo, se lo colocaron en el cuello, y Julian le dio a una palanca. La base en los pies del hombre se abrió en dos tablas, dejándolo caer colgado. Las mujeres, niños y niñas se taparon los ojos.
Retiraron el cadáver ahorcado y los dos guardias salieron de allí con él. Danielle se preguntó qué harían con él.
-Ahora, el hombre que abusaba de los niños. Este, sin duda, se merece la muerte.
Lo mismo. Le colocaron el lazo alrededor del cuello, Julian le dio a la palanca y las tablas se abrieron. Danielle miró hacia Axel. Alzó las cejas al ver que, sorprendentemente, éste en vez de estar atento a la muerte que le acechaba, miraba su reloj de bolsillo. Luego lo volvió a guardar en el pantalón. Ella se fijó en que cerca de la horca estaban dos chicos con caras preocupadas y otro discutía seriamente con uno de los guardias.
-¡Y ahora, el hombre más escurridizo de todos! ¡El ladrón de Londres!
Nadie se atrevió a decir ni hacer nada. El alcalde, un tanto incómodo, carraspeó y asintió en dirección al jefe. Éste le hizo el gesto a los guardias, acercaron a Axel y le colocaron el lazo en el cuello, apretándole bien el nudo pero sin ahogarle. El jefe suspiró.
-Lo siento –murmuró arrepentido.
Axel sonrió débilmente, agradecido. El alcalde lo miró.
-Bien briboncillo, esta es tu hora. Que la disfrutes.
-No se preocupe, lo haré –le contestó Axel con burla.
El alcalde apretó los labios, y le hizo un gesto a Julian.
-¡No! ¡Por favor, no lo hagas!
domingo, 17 de junio de 2012
sábado, 17 de diciembre de 2011
Capítulo 49
El guardia había llegado al piso, con algunas magulladuras en la cara y completamente rojo del esfuerzo.
-¡Tú! –señaló a Danielle.
-Levántate, Danielle, y haz todo lo que te dice –le susurró Axel.
-No, Axel, ¡no pienso dejarte! –el guardia se acercó a ella y la levantó sin esfuerzo del suelo-. ¡No! ¡Suéltame! ¡Yo no me voy! ¡No quiero irme!
-Vamos, lárgate antes de que cambie de opinión.
-¡No! ¡Axel! ¡Por favor, Axel, quiero estar contigo!
Lloraba alzando las manos hacia la celda, pero el guardia la arrastraba hacia las escaleras. Axel sólo podía mirar cómo se marchaban.
Finalmente ambos bajaron. Ethan la esperaba fuera, en la calle, sin ningún rasguño, quizá porque el guardia no quiso hacerle daño. Al verla ser arrastrada, fue hacia ellos. El guardia la soltó en el suelo, y después de una pequeña riña y una amenaza, cerró las puertas.
Danielle siguió llorando. Ethan la abrazó con fuerza, apretándola contra su pecho, como tantas veces había deseado hacer anteriormente.
Pero Danielle no quería que la consolasen esos brazos ni esos besos que recibía en las mejillas. Sólo quería todo eso de una persona, a la que iban a matar esa misma noche.
-Ethan… ¿quién… cómo se habrán enterado de quién es en realidad Axel?
Ethan paró de besarla, y apoyó la mejilla en su cabeza.
-No… no lo sé, Danielle. En realidad, no lo sé.
Se sentía realmente culpable. Pero había estado tan celoso en ese momento…
-¿Lo amas? –le preguntó después de un rato, todavía abrazados.
Danielle tragó saliva antes de contestar.
-¿Por… por qué lo dices?
-He visto cómo lo miras.
“Lo sé porque siempre quise que me mirases igual…”
-No lo miro de ninguna manera.
-Oh, vamos Danielle. No seas mentirosa. Cuando hablas de él, se te ilumina la cara, pareces más contenta. Como si estuvieras enamorada. Y has dejado un viaje a España, ¡a España!, para ir a verle, sabiendo que no sería nada fácil que se librara de esta. Sabes que no lo conseguirá.
Danielle lo apartó de un suave empujón. Se limpió las lágrimas con la manga de su vestido, y lo miró furiosa.
-¡¿Por qué todos decís eso?! ¡Axel vivirá! ¡Lo sé!
Ethan negó despacio con la cabeza, intentando que lo comprendiera.
-No lo hará.
-No tienes derecho a decir eso –contestó temblando de rabia. Entonces recordó lo que le dijo Axel-. Antes Axel me preguntó por qué me dijiste dónde estaba él. ¿Por qué dijo eso? ¿Qué hiciste, Ethan?
-¿Yo…?
-Sí, tú. ¿Qué has hecho?
Ethan apretó los labios y rehuyó su mirada. No quería mentirle, pero tampoco que lo odiara.
-Ethan, dime la verdad –éste suspiró.
-Está bien. ¿Me prometes que no te enfadarás?
-Te prometo que intentaré no enfadarme.
-Hum… Yo… yo me chivé a mi padre de que él era el ladrón de Londres…
Al escuchar la frase, Danielle le pegó en la mejilla a Ethan. Éste se llevó una mano para aguantar el dolor.
-Eres… eres despreciable.
Lo apartó de su camino y salió corriendo de allí, hacia la casa de Axel.
-¡Tú! –señaló a Danielle.
-Levántate, Danielle, y haz todo lo que te dice –le susurró Axel.
-No, Axel, ¡no pienso dejarte! –el guardia se acercó a ella y la levantó sin esfuerzo del suelo-. ¡No! ¡Suéltame! ¡Yo no me voy! ¡No quiero irme!
-Vamos, lárgate antes de que cambie de opinión.
-¡No! ¡Axel! ¡Por favor, Axel, quiero estar contigo!
Lloraba alzando las manos hacia la celda, pero el guardia la arrastraba hacia las escaleras. Axel sólo podía mirar cómo se marchaban.
Finalmente ambos bajaron. Ethan la esperaba fuera, en la calle, sin ningún rasguño, quizá porque el guardia no quiso hacerle daño. Al verla ser arrastrada, fue hacia ellos. El guardia la soltó en el suelo, y después de una pequeña riña y una amenaza, cerró las puertas.
Danielle siguió llorando. Ethan la abrazó con fuerza, apretándola contra su pecho, como tantas veces había deseado hacer anteriormente.
Pero Danielle no quería que la consolasen esos brazos ni esos besos que recibía en las mejillas. Sólo quería todo eso de una persona, a la que iban a matar esa misma noche.
-Ethan… ¿quién… cómo se habrán enterado de quién es en realidad Axel?
Ethan paró de besarla, y apoyó la mejilla en su cabeza.
-No… no lo sé, Danielle. En realidad, no lo sé.
Se sentía realmente culpable. Pero había estado tan celoso en ese momento…
-¿Lo amas? –le preguntó después de un rato, todavía abrazados.
Danielle tragó saliva antes de contestar.
-¿Por… por qué lo dices?
-He visto cómo lo miras.
“Lo sé porque siempre quise que me mirases igual…”
-No lo miro de ninguna manera.
-Oh, vamos Danielle. No seas mentirosa. Cuando hablas de él, se te ilumina la cara, pareces más contenta. Como si estuvieras enamorada. Y has dejado un viaje a España, ¡a España!, para ir a verle, sabiendo que no sería nada fácil que se librara de esta. Sabes que no lo conseguirá.
Danielle lo apartó de un suave empujón. Se limpió las lágrimas con la manga de su vestido, y lo miró furiosa.
-¡¿Por qué todos decís eso?! ¡Axel vivirá! ¡Lo sé!
Ethan negó despacio con la cabeza, intentando que lo comprendiera.
-No lo hará.
-No tienes derecho a decir eso –contestó temblando de rabia. Entonces recordó lo que le dijo Axel-. Antes Axel me preguntó por qué me dijiste dónde estaba él. ¿Por qué dijo eso? ¿Qué hiciste, Ethan?
-¿Yo…?
-Sí, tú. ¿Qué has hecho?
Ethan apretó los labios y rehuyó su mirada. No quería mentirle, pero tampoco que lo odiara.
-Ethan, dime la verdad –éste suspiró.
-Está bien. ¿Me prometes que no te enfadarás?
-Te prometo que intentaré no enfadarme.
-Hum… Yo… yo me chivé a mi padre de que él era el ladrón de Londres…
Al escuchar la frase, Danielle le pegó en la mejilla a Ethan. Éste se llevó una mano para aguantar el dolor.
-Eres… eres despreciable.
Lo apartó de su camino y salió corriendo de allí, hacia la casa de Axel.
miércoles, 7 de diciembre de 2011
Capítulo 48
Danielle y Ethan habían llegado a la cárcel de Londres, con un poco de miedo.
En el primer piso, había un guardia.
-Por favor, señor, déjenos pasar.
-¿Perdonen? Ustedes no están permitidos a entrar.
-¡Pero es necesario!
-Lo siento, no…
Ethan apretó la mandíbula y se lanzó contra el guardia, tirándolo al suelo.
-¡Ethan! –gritó Danielle.
-¡Corre!
Danielle vaciló un momento, pero al final le hizo caso. Subió las escaleras corriendo, cogiendo con las manos el bajo del vestido para no pisarlo. Sólo tendría unos momentos hasta que ese gorila pudiera con Ethan y la siguiese.
Siguió subiendo hasta la cima, pues estaba seguro que al gran ladrón de Londres lo habían puesto arriba en todo para asegurarse de que no se escapaba.
Al llegar, casi sin aliento, recorrió el pasillo, atemorizada, pues los presos le pedían ayuda e incluso les faltaba alguna extremidad.
-Axel… ¡Axel! ¡Axel, ¿dónde estás? –sollozó, al borde de las lágrimas-. ¡Axel!
Al fondo, a un lado del pasillo, escuchó un ruido.
-¿Danielle?
Siguió la voz hasta la celda adecuada. En el suelo, entre las rejas, podía ver un poco de sangre seca manchar la piedra.
-Dios mío –murmuró asustada.
Fue hacia allí, y se arrodilló. Axel estaba sentado en el suelo, sin su usual chaleco y con la blusa abierta, dejando entrever sus marcados pero ligeros abdominales y la piel morena manchada de su propia sangre.
-¿Qué haces aquí? –preguntó con voz dolorida y sorprendida.
-¿Dónde… por qué sangras tanto?
-Respóndeme a mi pregunta.
-Primero responde la mía.
-Yo te pregunté antes –replicó con un pequeño tono de humor.
-Axel, por favor… -Danielle empezó a llorar, dejando resbalar las lágrimas por sus mejillas hasta caer al suelo.
-En la espalda –respondió.
Axel se apoyó mejor en la fría piedra, dejando caer la cabeza hacia atrás contra la pared.
-Ahora respóndeme tú.
-Tenía que venir, yo… tú… me dijo Ethan… que estabas aquí…
-Ethan –suspiró-. Ya veo. Me sorprende que te lo haya dicho.
-¿Por qué?
-Que te responda él –se incorporó, pero se encogió del dolor por la espalda.
-¿Qué…? ¡No te muevas, o sangrarás más! ¿Qué te pasó?
-Me… me maltrataron para que confesara. No lo hice, antes de que insinúes nada –ante la mirada asustada de la muchacha, habló, apartando la mirada entrecerrada-. Ya da igual. Ahora mismo lo que menos me preocupa son mis heridas. Esta noche estaré muerto de todos modos. Al menos Max está con Gina, y supongo que ya sabrán lo de mi arresto.
-Sí…
-Y también me preocupa que estés aquí. Debes irte, o te las harán pagar –la miró.
-Me da igual, yo no me voy de aquí sin ti.
-Danielle, no seas irracional. Cuando me maten todo esto que estás haciendo será en vano.
-No me importa. Me quedo.
Axel volvió a apoyar la cabeza contra la pared, sonriendo. A Danielle el corazón casi se le sale del pecho. Le encantaba esa sensación de hormigueo en el estómago. Y que él sonriera.
Pero volvió a derramar más lágrimas. Axel dejó de sonreír para mirarla con los ojos entornados.
Danielle levantó la vista al sentir el peso de su mirada.
-No quiero que llores –alzó una mano, y entre dos rejas le tocó la mejilla a Danielle, enjugándole las lágrimas-. Ningún hombre se merece las lágrimas de una mujer, y yo no soy una excepción. Así que no llores por mí, cielo. No vale la pena.
Danielle tenía todavía más ganas de llorar. Tapó la mano de Axel con la suya, sin querer soltarla nunca, apretándola todavía más contra su mejilla.
-Por favor, Axel, no me dejes. Por favor… -rompió a llorar otra vez.
Axel la miraba con tristeza. Pero no podía hacer nada.
-Escucha, intentaré algo, ¿de acuerdo? Ya se me ocurrirá el qué.
-Ahora es tu turno de no fallarme a mí –le dijo ella.
La miró unos momentos, y asintió.
-No te preocupes.
Pero entonces los fuertes pasos del guardia se oyeron. Danielle se puso más nerviosa de lo que estaba, sin querer separarse de Axel.
En el primer piso, había un guardia.
-Por favor, señor, déjenos pasar.
-¿Perdonen? Ustedes no están permitidos a entrar.
-¡Pero es necesario!
-Lo siento, no…
Ethan apretó la mandíbula y se lanzó contra el guardia, tirándolo al suelo.
-¡Ethan! –gritó Danielle.
-¡Corre!
Danielle vaciló un momento, pero al final le hizo caso. Subió las escaleras corriendo, cogiendo con las manos el bajo del vestido para no pisarlo. Sólo tendría unos momentos hasta que ese gorila pudiera con Ethan y la siguiese.
Siguió subiendo hasta la cima, pues estaba seguro que al gran ladrón de Londres lo habían puesto arriba en todo para asegurarse de que no se escapaba.
Al llegar, casi sin aliento, recorrió el pasillo, atemorizada, pues los presos le pedían ayuda e incluso les faltaba alguna extremidad.
-Axel… ¡Axel! ¡Axel, ¿dónde estás? –sollozó, al borde de las lágrimas-. ¡Axel!
Al fondo, a un lado del pasillo, escuchó un ruido.
-¿Danielle?
Siguió la voz hasta la celda adecuada. En el suelo, entre las rejas, podía ver un poco de sangre seca manchar la piedra.
-Dios mío –murmuró asustada.
Fue hacia allí, y se arrodilló. Axel estaba sentado en el suelo, sin su usual chaleco y con la blusa abierta, dejando entrever sus marcados pero ligeros abdominales y la piel morena manchada de su propia sangre.
-¿Qué haces aquí? –preguntó con voz dolorida y sorprendida.
-¿Dónde… por qué sangras tanto?
-Respóndeme a mi pregunta.
-Primero responde la mía.
-Yo te pregunté antes –replicó con un pequeño tono de humor.
-Axel, por favor… -Danielle empezó a llorar, dejando resbalar las lágrimas por sus mejillas hasta caer al suelo.
-En la espalda –respondió.
Axel se apoyó mejor en la fría piedra, dejando caer la cabeza hacia atrás contra la pared.
-Ahora respóndeme tú.
-Tenía que venir, yo… tú… me dijo Ethan… que estabas aquí…
-Ethan –suspiró-. Ya veo. Me sorprende que te lo haya dicho.
-¿Por qué?
-Que te responda él –se incorporó, pero se encogió del dolor por la espalda.
-¿Qué…? ¡No te muevas, o sangrarás más! ¿Qué te pasó?
-Me… me maltrataron para que confesara. No lo hice, antes de que insinúes nada –ante la mirada asustada de la muchacha, habló, apartando la mirada entrecerrada-. Ya da igual. Ahora mismo lo que menos me preocupa son mis heridas. Esta noche estaré muerto de todos modos. Al menos Max está con Gina, y supongo que ya sabrán lo de mi arresto.
-Sí…
-Y también me preocupa que estés aquí. Debes irte, o te las harán pagar –la miró.
-Me da igual, yo no me voy de aquí sin ti.
-Danielle, no seas irracional. Cuando me maten todo esto que estás haciendo será en vano.
-No me importa. Me quedo.
Axel volvió a apoyar la cabeza contra la pared, sonriendo. A Danielle el corazón casi se le sale del pecho. Le encantaba esa sensación de hormigueo en el estómago. Y que él sonriera.
Pero volvió a derramar más lágrimas. Axel dejó de sonreír para mirarla con los ojos entornados.
Danielle levantó la vista al sentir el peso de su mirada.
-No quiero que llores –alzó una mano, y entre dos rejas le tocó la mejilla a Danielle, enjugándole las lágrimas-. Ningún hombre se merece las lágrimas de una mujer, y yo no soy una excepción. Así que no llores por mí, cielo. No vale la pena.
Danielle tenía todavía más ganas de llorar. Tapó la mano de Axel con la suya, sin querer soltarla nunca, apretándola todavía más contra su mejilla.
-Por favor, Axel, no me dejes. Por favor… -rompió a llorar otra vez.
Axel la miraba con tristeza. Pero no podía hacer nada.
-Escucha, intentaré algo, ¿de acuerdo? Ya se me ocurrirá el qué.
-Ahora es tu turno de no fallarme a mí –le dijo ella.
La miró unos momentos, y asintió.
-No te preocupes.
Pero entonces los fuertes pasos del guardia se oyeron. Danielle se puso más nerviosa de lo que estaba, sin querer separarse de Axel.
miércoles, 30 de noviembre de 2011
Capítulo 47
Danielle terminaba de prepararse y ya bajaba las escaleras con sus cosas. Stella saltaba contenta.
-¡Voy a hacer muchas cosas! A lo mejor hasta conozco a un príncipe muy, muy guapo, que se quiere casar conmigo y…
-Lo que tú digas, Stella –rio Danielle.
La niña puso los ojos en blanco, y fueron a colocar todo en el carruaje, pues los llevarían hasta el puerto.
Cuando ya estaba todo colocado y bien puesto, subieron al carruaje junto con sus padres, y éste empezó a avanzar.
Pero entonces Ethan apareció corriendo, completamente rojo y sudando.
-¡Danielle! ¡Espera, Danielle!
La muchacha, al escucharlo tan alarmado, pidió que el coche frenara. Al hacerlo, se bajó de él y fue hacia Ethan. Éste respiró hondo.
-Danielle… Axel…
Al escuchar su nombre, le dio un vuelco el corazón.
-¿Qué le pasa a Axel? –le preguntó ella preocupada.
-Él…
-¡¡Ethan, dime qué pasa!! ¡Me estás preocupando! ¡¿Le pasa algo?!
-Lo… ¡Lo van a matar!
Una sensación de desasosiego, de que iba a caerse desmayada en cualquier momento, se apoderó de ella.
-Que lo van a ¡¿qué?!
-¡Saben que él es el ladrón de Londres!
-¡¿Cómo?! No, no, ¡no!
Miró desesperada a sus padres.
-Hija, vamos a perder el barco.
-Papá, ir vosotros. Yo me quedaré aquí.
-¿Y dejarte sola? No.
-¡¡Papá, es muy urgente!! ¡Por favor, sé cuidarme sola! ¡Por favor, id! ¡Yo estaré bien! ¡Soy casi adulta!
-Pero…
-¡Por favor!
Sus padres se miraron entre ellos.
-¿Estarás bien?
-¡Muy bien, de verdad!
-Está bien, hija, pero porque sabemos que eres una chica resp…
Pero no le dejó terminar, pues Danielle y Ethan habían salido escopeteados hacia el metro.
-¡Voy a hacer muchas cosas! A lo mejor hasta conozco a un príncipe muy, muy guapo, que se quiere casar conmigo y…
-Lo que tú digas, Stella –rio Danielle.
La niña puso los ojos en blanco, y fueron a colocar todo en el carruaje, pues los llevarían hasta el puerto.
Cuando ya estaba todo colocado y bien puesto, subieron al carruaje junto con sus padres, y éste empezó a avanzar.
Pero entonces Ethan apareció corriendo, completamente rojo y sudando.
-¡Danielle! ¡Espera, Danielle!
La muchacha, al escucharlo tan alarmado, pidió que el coche frenara. Al hacerlo, se bajó de él y fue hacia Ethan. Éste respiró hondo.
-Danielle… Axel…
Al escuchar su nombre, le dio un vuelco el corazón.
-¿Qué le pasa a Axel? –le preguntó ella preocupada.
-Él…
-¡¡Ethan, dime qué pasa!! ¡Me estás preocupando! ¡¿Le pasa algo?!
-Lo… ¡Lo van a matar!
Una sensación de desasosiego, de que iba a caerse desmayada en cualquier momento, se apoderó de ella.
-Que lo van a ¡¿qué?!
-¡Saben que él es el ladrón de Londres!
-¡¿Cómo?! No, no, ¡no!
Miró desesperada a sus padres.
-Hija, vamos a perder el barco.
-Papá, ir vosotros. Yo me quedaré aquí.
-¿Y dejarte sola? No.
-¡¡Papá, es muy urgente!! ¡Por favor, sé cuidarme sola! ¡Por favor, id! ¡Yo estaré bien! ¡Soy casi adulta!
-Pero…
-¡Por favor!
Sus padres se miraron entre ellos.
-¿Estarás bien?
-¡Muy bien, de verdad!
-Está bien, hija, pero porque sabemos que eres una chica resp…
Pero no le dejó terminar, pues Danielle y Ethan habían salido escopeteados hacia el metro.
viernes, 11 de noviembre de 2011
Capítulo 46
*11/11/11!!!! :3
-Nos vamos de viaje, ¿qué te parece?
El padre de Danielle sonreía radiante.
-¿De viaje?
Danielle levantó la vista de las notas que escribía, y dejó la pluma en el tintero.
-¿Cómo?
-Sí. Le haremos una visita a España. ¿Qué te parece?
-¿A España? Bueno… Supongo que está bien. ¿Cuándo nos vamos?
-Mañana por la tarde. Así que ve preparando todo.
-Muy bien.
El hombre sonrió contento y salió de la habitación, cerrando la puerta. Danielle se levantó de su escritorio, y empezó a hacer la maleta.
Axel, con las esposas puestas, fue llevado por el detective y sus hombres a una casa. Cuando Julian petó en la puerta, ésta se abrió. El jefe de policía apareció por ella.
-Dios mío, ¿lo habéis…?
-Jefe, no se altere. Ya lo tenemos.
-Sigo pensando que él es inocente.
-¡¿Pero es que no lo ve?! –gritó Julian molesto-. ¡En todas las casas dónde se cometió un robo, él estaba siempre ahí, justo en la misma noche que pasaba! No me dirá que eso es una enorme casualidad, ¿verdad?
-Puede ser…
El jefe miraba a Axel, pues éste tenía la mirada perdida, hacia el suelo, y Ethan se asomó por detrás de su padre. Julian sonrió.
-¡Anda, mira quién está aquí! Nuestro ayudante favorito, ¿eh Ethan?
Axel levantó la cabeza, mirando al muchacho.
-¿Qué…? –Consiguió decir, y frunció el ceño-. ¿Has sido tú? ¿Tú me has acusado de robo?
Y él pensando que había sido Danielle…
-Bueno, yo… -Ethan lo miraba horrorizado-. No pensaba que… yo…
-Bien, pues ya está todo –Julian se despidió-. Ya veremos qué hacer con él. Primero tenemos que conseguir que confiese.
-Julian, no te pases… -el jefe lo miraba con preocupación.
-Claro que no.
Sonrió con malicia, y se fueron.
Pero al siguiente día, cuando ya era casi por la tarde, Ethan decidió ir corriendo a casa de Danielle.
-Nos vamos de viaje, ¿qué te parece?
El padre de Danielle sonreía radiante.
-¿De viaje?
Danielle levantó la vista de las notas que escribía, y dejó la pluma en el tintero.
-¿Cómo?
-Sí. Le haremos una visita a España. ¿Qué te parece?
-¿A España? Bueno… Supongo que está bien. ¿Cuándo nos vamos?
-Mañana por la tarde. Así que ve preparando todo.
-Muy bien.
El hombre sonrió contento y salió de la habitación, cerrando la puerta. Danielle se levantó de su escritorio, y empezó a hacer la maleta.
Axel, con las esposas puestas, fue llevado por el detective y sus hombres a una casa. Cuando Julian petó en la puerta, ésta se abrió. El jefe de policía apareció por ella.
-Dios mío, ¿lo habéis…?
-Jefe, no se altere. Ya lo tenemos.
-Sigo pensando que él es inocente.
-¡¿Pero es que no lo ve?! –gritó Julian molesto-. ¡En todas las casas dónde se cometió un robo, él estaba siempre ahí, justo en la misma noche que pasaba! No me dirá que eso es una enorme casualidad, ¿verdad?
-Puede ser…
El jefe miraba a Axel, pues éste tenía la mirada perdida, hacia el suelo, y Ethan se asomó por detrás de su padre. Julian sonrió.
-¡Anda, mira quién está aquí! Nuestro ayudante favorito, ¿eh Ethan?
Axel levantó la cabeza, mirando al muchacho.
-¿Qué…? –Consiguió decir, y frunció el ceño-. ¿Has sido tú? ¿Tú me has acusado de robo?
Y él pensando que había sido Danielle…
-Bueno, yo… -Ethan lo miraba horrorizado-. No pensaba que… yo…
-Bien, pues ya está todo –Julian se despidió-. Ya veremos qué hacer con él. Primero tenemos que conseguir que confiese.
-Julian, no te pases… -el jefe lo miraba con preocupación.
-Claro que no.
Sonrió con malicia, y se fueron.
Pero al siguiente día, cuando ya era casi por la tarde, Ethan decidió ir corriendo a casa de Danielle.
miércoles, 21 de septiembre de 2011
Capítulo 45
Ethan, al volver a casa, se demoraba si decírselo a su padre. ¿Sí o no?
¿Estropear una gran amistad de la que esperaba que terminara en algo más, o hacer el bien y que esa persona no le hablara nunca más pero estaría a salvo?
Cuando saludó a su padre, se derrumbó.
-Papá…
-Dime, hijo.
-Yo… quería contarte una cosa…
-¿Es que no vas a dejar de robar nunca? –Danielle resopló.
-Sabes que no, y además ya sabes el por qué. Hasta pronto, Danielle.
La muchacha sintió unas terribles ganas de llorar hasta sacarse todo el dolor que retenía dentro, pero sabía que el único que podía rebajar ese dolor era Axel. Pero éste ya se había ido.
Entonces Danielle le pidió a sus padres que se fueran ya a casa, pues no estaba para más fiesta…
Axel, al salir de la mansión sin dificultad alguna, en vez de ir a casa, fue hacia el mismo centro de Londres, dónde el Big Ben, con su intimidante y enorme figura, daban las doce de la noche. Todo el mundo estaría durmiendo. Sin embargo, el cielo estaba gris y negro, con nubes, amenazando con llover, mientras la luna se asomaba por detrás. Pero no llovía.
Axel se dirigió al enorme reloj, abriendo las compuertas, y subió durante varios minutos –pues nadie vigilaba la torre- hasta estar por encima de las agujas, del doce del panel, y se sentó en el borde del hueco de en medio, vislumbrando toda la ciudad.
El detective Julian, junto con varios hombres, se adentraron corriendo en la ciudad. Al fijarse en el Big Ben, descubrieron una oscura figura encima del número doce, dónde la aguja pequeña señalaba, y la grande ya la había pasado.
Al momento, supo quién era esa misteriosa sombra.
Todos subieron corriendo la torre hasta la cima, y lo que Julian vio lo dejó un poco anonadado.
El ladrón, Axel, estaba sentado en el borde de la gran ventana, como si no temiera caerse a más de quince metros hasta el suelo, con una pierna estirada y la otra doblada. Tenía la mano derecha apoyada en la fría piedra, y la otra, con el codo sobre la rodilla de la pierna doblada, sostenía una cadena de plata de la que colgaba un reloj de bolsillo, que hacía mover de un lado a otro. Parecía que iba a juego con el cielo de Londres.
Ni siquiera se molestó en levantar la vista.
-¿Señor Alexander? –dijo el detective.
-¿No le parece fascinante? Siempre intentamos matar el tiempo, siendo inconscientes de que él nos acabará por matar a nosotros –sonrió-. De todos modos, la inmortalidad sería sólo un contratiempo –suspiró-. Dígame, señor detective, le he visto venir corriendo hasta aquí, al verme, desde allí abajo. ¿Qué desea?
Julian, conmocionado, le contestó.
-Está usted detenido.
Lo sabía. Sabía que Danielle no se lo callaría. No podría, después de haberla echado de casa.
Sabía que no podía confiar en nadie.
Axel sonrió, forzado, y levantó la mirada, dejando que algunos mechones de su pelo le cayeran por la frente y los ojos.
-¿Por qué?
-Usted lo sabe muy bien.
-No, no lo sé. No se debe acusar a nadie de algo del que no se tienen pruebas. Dígame de qué estoy acusado.
-Principalmente, de ser el ladrón de Londres –miró a los policías-. Arrestadle.
Los hombres asintieron y fueron a atraparle. Aunque no hizo falta. Para la sorpresa de Julian, Axel se guardó el reloj en el chaleco, bajó de la ventana y se acercó a él. Alzó las manos juntas, y con una mirada desafiante, sonrió.
-Adelante, hágalo.
Julian le devolvió la mirada. Sin embargo, diferente a las demás personas, el ladrón no se intimidaba.
-¡Vamos! –le instó impaciente-. Hágalo de una vez.
El detective cogió unas esposas, y le ató las muñecas con ellas entre breves y sonoros tintineos de las cadenas.
¿Estropear una gran amistad de la que esperaba que terminara en algo más, o hacer el bien y que esa persona no le hablara nunca más pero estaría a salvo?
Cuando saludó a su padre, se derrumbó.
-Papá…
-Dime, hijo.
-Yo… quería contarte una cosa…
-¿Es que no vas a dejar de robar nunca? –Danielle resopló.
-Sabes que no, y además ya sabes el por qué. Hasta pronto, Danielle.
La muchacha sintió unas terribles ganas de llorar hasta sacarse todo el dolor que retenía dentro, pero sabía que el único que podía rebajar ese dolor era Axel. Pero éste ya se había ido.
Entonces Danielle le pidió a sus padres que se fueran ya a casa, pues no estaba para más fiesta…
Axel, al salir de la mansión sin dificultad alguna, en vez de ir a casa, fue hacia el mismo centro de Londres, dónde el Big Ben, con su intimidante y enorme figura, daban las doce de la noche. Todo el mundo estaría durmiendo. Sin embargo, el cielo estaba gris y negro, con nubes, amenazando con llover, mientras la luna se asomaba por detrás. Pero no llovía.
Axel se dirigió al enorme reloj, abriendo las compuertas, y subió durante varios minutos –pues nadie vigilaba la torre- hasta estar por encima de las agujas, del doce del panel, y se sentó en el borde del hueco de en medio, vislumbrando toda la ciudad.
El detective Julian, junto con varios hombres, se adentraron corriendo en la ciudad. Al fijarse en el Big Ben, descubrieron una oscura figura encima del número doce, dónde la aguja pequeña señalaba, y la grande ya la había pasado.
Al momento, supo quién era esa misteriosa sombra.
Todos subieron corriendo la torre hasta la cima, y lo que Julian vio lo dejó un poco anonadado.
El ladrón, Axel, estaba sentado en el borde de la gran ventana, como si no temiera caerse a más de quince metros hasta el suelo, con una pierna estirada y la otra doblada. Tenía la mano derecha apoyada en la fría piedra, y la otra, con el codo sobre la rodilla de la pierna doblada, sostenía una cadena de plata de la que colgaba un reloj de bolsillo, que hacía mover de un lado a otro. Parecía que iba a juego con el cielo de Londres.
Ni siquiera se molestó en levantar la vista.
-¿Señor Alexander? –dijo el detective.
-¿No le parece fascinante? Siempre intentamos matar el tiempo, siendo inconscientes de que él nos acabará por matar a nosotros –sonrió-. De todos modos, la inmortalidad sería sólo un contratiempo –suspiró-. Dígame, señor detective, le he visto venir corriendo hasta aquí, al verme, desde allí abajo. ¿Qué desea?
Julian, conmocionado, le contestó.
-Está usted detenido.
Lo sabía. Sabía que Danielle no se lo callaría. No podría, después de haberla echado de casa.
Sabía que no podía confiar en nadie.
Axel sonrió, forzado, y levantó la mirada, dejando que algunos mechones de su pelo le cayeran por la frente y los ojos.
-¿Por qué?
-Usted lo sabe muy bien.
-No, no lo sé. No se debe acusar a nadie de algo del que no se tienen pruebas. Dígame de qué estoy acusado.
-Principalmente, de ser el ladrón de Londres –miró a los policías-. Arrestadle.
Los hombres asintieron y fueron a atraparle. Aunque no hizo falta. Para la sorpresa de Julian, Axel se guardó el reloj en el chaleco, bajó de la ventana y se acercó a él. Alzó las manos juntas, y con una mirada desafiante, sonrió.
-Adelante, hágalo.
Julian le devolvió la mirada. Sin embargo, diferente a las demás personas, el ladrón no se intimidaba.
-¡Vamos! –le instó impaciente-. Hágalo de una vez.
El detective cogió unas esposas, y le ató las muñecas con ellas entre breves y sonoros tintineos de las cadenas.
sábado, 17 de septiembre de 2011
Capítulo 44
Axel le quitó el vaso de las manos, pero ella se hizo de rogar, y no lo soltaba.
-Danielle, suelta el vaso.
-¡Ni… ni se te ocurra! ¡Es mío!
-¡Danielle!
-¡No!
Axel se lo arrebató con un movimiento de muñeca, lo dejó encima de la mesa, y cogió a Danielle por los hombros, obligándola a mirarlo.
-¡¿Pero tú estás bien de la cabeza?! ¡¿Qué… demonios pretendes?!
-… ¿Hum?
-¡Danielle!
-No grites…
Axel la miró de hito en hito. La cogió por un brazo, y la condujo escaleras abajo del jardín, dónde podían hablar a solas –aparte de los pavos reales que se paseaban majestuosamente por allí-, y se acercaron a la fuente de la izquierda.
-Por qué me haces esto –empezó él.
-Oye, que no eres el único que se pregunta cosas. Yo me pregunto por qué se mueve tanto el suelo. ¿O es así?
-¡Oh, por favor! ¿Por qué te has emborrachado?
-¿Qué por qué? Ya lo tenía –sollozó-. Ya lo tenía…
-Tenías el qué, Danielle. ¡Tenías el qué!
-¡Ya estaba! ¡Ya… ya había superado lo nuestro! –Axel frunció el ceño, y se cruzó de brazos, expectante-. Cuando te vi en la fiesta no se me disparó el corazón, ni sentí esas cosquillas… tan raras del estómago como cuando estaba en tu casa. Lo había superado –susurró-. Ya no sentía nada. Entonces sonreíste y lo estropeaste todo. No tienes… ni idea de cuánto te odio y te quiero ahora mismo –mientras decía estas palabras, lágrimas transparentes resbalaban por sus mejillas-. Dios, esto es tan repentino. Ya sabía que ibas a estar aquí, pero… pero pensaba que aguantaría –hipó por los nervios-. Supongo que el ponche me ayuda a no sentir nada… Bueno, sí, un mareo y unas ganas de vomitar increíbles. Y un escozor en el estómago…
Axel se pellizcó el puente de la nariz, un poco abatido por el pequeño discurso.
-Y aún por encima aquella niña que estoy segura que es más pequeña que yo y me miraba de forma amenazadora mientras no te soltaba. Sólo le faltaba pedirte que te acostaras con ella.
-Es que quería hacerlo –Axel suspiró-. De hecho, se me insinuó de forma intencionada en su habitación.
Danielle dejó de respirar.
-¿Cómo?
-Por supuesto, me negué.
-¿Qué…?
-Suero. Ahora mismo está dormida en su cama.
-¡¡Yo estaré borracha, pero tú… tú estás loco!!
-No, simplemente estaba desesperado. De todos modos ya tengo lo que quería –se palpó el bolsillo del chaleco, dónde resonaron las joyas-, así que ahora debo irme.
-¿Vas... a dejarme en este estado?
-Mira, haz lo que quieras. Tú sola te lo has buscado. Debo irme.
-Danielle, suelta el vaso.
-¡Ni… ni se te ocurra! ¡Es mío!
-¡Danielle!
-¡No!
Axel se lo arrebató con un movimiento de muñeca, lo dejó encima de la mesa, y cogió a Danielle por los hombros, obligándola a mirarlo.
-¡¿Pero tú estás bien de la cabeza?! ¡¿Qué… demonios pretendes?!
-… ¿Hum?
-¡Danielle!
-No grites…
Axel la miró de hito en hito. La cogió por un brazo, y la condujo escaleras abajo del jardín, dónde podían hablar a solas –aparte de los pavos reales que se paseaban majestuosamente por allí-, y se acercaron a la fuente de la izquierda.
-Por qué me haces esto –empezó él.
-Oye, que no eres el único que se pregunta cosas. Yo me pregunto por qué se mueve tanto el suelo. ¿O es así?
-¡Oh, por favor! ¿Por qué te has emborrachado?
-¿Qué por qué? Ya lo tenía –sollozó-. Ya lo tenía…
-Tenías el qué, Danielle. ¡Tenías el qué!
-¡Ya estaba! ¡Ya… ya había superado lo nuestro! –Axel frunció el ceño, y se cruzó de brazos, expectante-. Cuando te vi en la fiesta no se me disparó el corazón, ni sentí esas cosquillas… tan raras del estómago como cuando estaba en tu casa. Lo había superado –susurró-. Ya no sentía nada. Entonces sonreíste y lo estropeaste todo. No tienes… ni idea de cuánto te odio y te quiero ahora mismo –mientras decía estas palabras, lágrimas transparentes resbalaban por sus mejillas-. Dios, esto es tan repentino. Ya sabía que ibas a estar aquí, pero… pero pensaba que aguantaría –hipó por los nervios-. Supongo que el ponche me ayuda a no sentir nada… Bueno, sí, un mareo y unas ganas de vomitar increíbles. Y un escozor en el estómago…
Axel se pellizcó el puente de la nariz, un poco abatido por el pequeño discurso.
-Y aún por encima aquella niña que estoy segura que es más pequeña que yo y me miraba de forma amenazadora mientras no te soltaba. Sólo le faltaba pedirte que te acostaras con ella.
-Es que quería hacerlo –Axel suspiró-. De hecho, se me insinuó de forma intencionada en su habitación.
Danielle dejó de respirar.
-¿Cómo?
-Por supuesto, me negué.
-¿Qué…?
-Suero. Ahora mismo está dormida en su cama.
-¡¡Yo estaré borracha, pero tú… tú estás loco!!
-No, simplemente estaba desesperado. De todos modos ya tengo lo que quería –se palpó el bolsillo del chaleco, dónde resonaron las joyas-, así que ahora debo irme.
-¿Vas... a dejarme en este estado?
-Mira, haz lo que quieras. Tú sola te lo has buscado. Debo irme.
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