domingo, 17 de junio de 2012

Capítulo 50-51

*Eh... antes de nada siento mucho haber tardado medio año o más en volver a entrar pero es que buuuf... yo.. es que buuf... xD Bueno, pongo dos e intentaré colgar más a menudo... Y y y lo siento... D: Una, que se va haciendo mayor... Ejem.


Al llegar, petó en la puerta.
-¡Gina! ¡Gina, abre, soy yo, Danielle! –gritó.
La joven apareció por la puerta, con los ojos llorosos y rojos, y se secó las lágrimas que le resbalaban por las mejillas.
-Danielle, ¿qué…?
-Me parece que ya sabes lo de Axel. ¡Tenemos que ayudarlo!
-¿Y qué quieres que hagamos? –Dijo mientras se apartaba para dejarla pasar y cerraba la puerta-. No tenemos nada que hacer. Ya sabes cómo son…
Gina fue interrumpida por el pequeño Max, con los ojos soñolientos.
-¿Axel…?
Gina fue rápidamente hacia él, cogiéndolo en brazos.
-No, mi vida. Es Danielle.
-¡Danielle! –alzó los bracitos hacia ella, y ésta lo cogió-. ¡Te eché mucho de menos!
-¡Y yo a ti, Max!
El niño se la quedó mirando.
-¿Tú también estuviste llorando como Gina?
-¿Qué? Oh, no, no… No te preocupes.
-¿Y por qué estás triste? ¿Sabes dónde está Axel?
Gina lo cogió y lo dejó en el suelo.
-Max, vete a acostarte, venga, que ya es tarde –Max no se movió del sitio-. ¡Venga!
Finalmente salió corriendo por el pasillo, y las muchachas entraron en la cocina. Cerraron la puerta.
-Escucha… seguramente esta noche lo ahorcarán.
-Dios mío –Gina empezó a llorar, tapándose la boca con las manos.
-Lo sé Gina, así que quiero ayudarlo. Y sé que tú también.
-Claro que sí, ¿pero qué podemos hacer?
-Primero y lo más importante, tenemos que estar allí. Ya se nos ocurrirá algo.
Gina asintió, todavía con las lágrimas en los ojos, y respiró hondo.
-¿Crees… que podremos…?
-Claro que sí, Gina, claro que sí –sollozó Danielle-. Es Axel. Él siempre… -sorbió, y carraspeó-. Siempre se libra. Ya verás…

Capítulo 51

La celda dónde Axel estaba encerrado se abrió. Julian entró.
Axel, desafiante, se levantó con ayuda de la pared, y le miró.
-¿Qué quieres? –preguntó tuteándolo.
Ya no estaba para formalidades. Ese hombre estaba a punto de arrebatarle a Max de su lado. Y lo peor de todo es que él no podía hacer nada al respecto. Y tendría que romper la promesa de Danielle.
-Ha llegado tu hora, Axel.
Axel suspiró, y se irguió recto, a pesar de que las heridas de la espalda le escocían.
-Cuando quieras.
Julian alzó las cejas sorprendido por la actitud de Axel, pero no dijo nada. Lo acompañó hasta el piso bajo, y acompañados por varios guardias, se encaminaron a la horca.

Danielle, Gina y Blake se dirigieron corriendo al centro de Londres, dónde iban a ahorcar a Axel. Habían dejado a Max con Dina, pues el niño pensaba que su hermano mayor estaba todavía de viaje.
Mientras iban hacia allí, ya podían escuchar a lo lejos el bullicio que formaba la gente alrededor de la horca.
Danielle sintió otra vez el escozor de las lágrimas, pero no derramó ni una. Axel le había pedido que fuera fuerte, y no le iba a decepcionar.
Cuando llegaron, estaban atrás en todo, y se abrieron camino entre la gente. Con suaves empujones, pudieron colocarse en la tercera fila. Unas palmadas acallaron el ruido de las voces, y por las escaleras subieron el detective Julian, el jefe de policía, el alcalde de Londres, con una sonrisa orgullosa que intentaba ocultar pero era incapaz, y detrás de ellos seis guardias, en el que cada dos llevaba un preso entre ellos. El último era Axel.
A Danielle se le cortó la respiración. Tenía peor aspecto que antes, seguía con la blusa desabrochada –algunas chicas no le quitaban ojo, y otras lo miraban soñolientas- y un ligero sudor le recorría la sien, mientras mechones de pelo oscuro se le pegaban en la frente. Pero por detrás, la camisa estaba manchada de sangre. Gina se llevó las manos a la boca, y Blake lanzó un grito ahogado.
-Dios mío, ¿el señor…? –dijo él sorprendido.
-Blake, por favor –dijo Gina entre sollozos.
Danielle intentó pensar rápido. Pronto le arrebatarían la vida al hombre que amaba. El corazón se le puso cardíaco.
-¡Muy buenas tardes, señores y señoras! –gritó el alcalde-. Ya saben que normalmente utilizamos la horca para momentos especiales. Pero como ya saben, este lo es. Hemos atrapado a tres hombres crueles y despiadados –los tres y los guardias subieron a la base de la horca.
Sólo había un lazo colgado de la viga superior, así que Danielle supuso que Axel sería el último. Pero seguía sin saber qué hacer.
-Primero, el asesino que mató a las tres niñas pequeñas y las enterró. Adelante –el jefe de policía hizo un gesto a los dos guardias que agarraban al primer prisionero, lo acercaron al lazo, se lo colocaron en el cuello, y Julian le dio a una palanca. La base en los pies del hombre se abrió en dos tablas, dejándolo caer colgado. Las mujeres, niños y niñas se taparon los ojos.
Retiraron el cadáver ahorcado y los dos guardias salieron de allí con él. Danielle se preguntó qué harían con él.
-Ahora, el hombre que abusaba de los niños. Este, sin duda, se merece la muerte.
Lo mismo. Le colocaron el lazo alrededor del cuello, Julian le dio a la palanca y las tablas se abrieron. Danielle miró hacia Axel. Alzó las cejas al ver que, sorprendentemente, éste en vez de estar atento a la muerte que le acechaba, miraba su reloj de bolsillo. Luego lo volvió a guardar en el pantalón. Ella se fijó en que cerca de la horca estaban dos chicos con caras preocupadas y otro discutía seriamente con uno de los guardias.
-¡Y ahora, el hombre más escurridizo de todos! ¡El ladrón de Londres!
Nadie se atrevió a decir ni hacer nada. El alcalde, un tanto incómodo, carraspeó y asintió en dirección al jefe. Éste le hizo el gesto a los guardias, acercaron a Axel y le colocaron el lazo en el cuello, apretándole bien el nudo pero sin ahogarle. El jefe suspiró.
-Lo siento –murmuró arrepentido.
Axel sonrió débilmente, agradecido. El alcalde lo miró.
-Bien briboncillo, esta es tu hora. Que la disfrutes.
-No se preocupe, lo haré –le contestó Axel con burla.
El alcalde apretó los labios, y le hizo un gesto a Julian.
-¡No! ¡Por favor, no lo hagas!