Axel le quitó el vaso de las manos, pero ella se hizo de rogar, y no lo soltaba.
-Danielle, suelta el vaso.
-¡Ni… ni se te ocurra! ¡Es mío!
-¡Danielle!
-¡No!
Axel se lo arrebató con un movimiento de muñeca, lo dejó encima de la mesa, y cogió a Danielle por los hombros, obligándola a mirarlo.
-¡¿Pero tú estás bien de la cabeza?! ¡¿Qué… demonios pretendes?!
-… ¿Hum?
-¡Danielle!
-No grites…
Axel la miró de hito en hito. La cogió por un brazo, y la condujo escaleras abajo del jardín, dónde podían hablar a solas –aparte de los pavos reales que se paseaban majestuosamente por allí-, y se acercaron a la fuente de la izquierda.
-Por qué me haces esto –empezó él.
-Oye, que no eres el único que se pregunta cosas. Yo me pregunto por qué se mueve tanto el suelo. ¿O es así?
-¡Oh, por favor! ¿Por qué te has emborrachado?
-¿Qué por qué? Ya lo tenía –sollozó-. Ya lo tenía…
-Tenías el qué, Danielle. ¡Tenías el qué!
-¡Ya estaba! ¡Ya… ya había superado lo nuestro! –Axel frunció el ceño, y se cruzó de brazos, expectante-. Cuando te vi en la fiesta no se me disparó el corazón, ni sentí esas cosquillas… tan raras del estómago como cuando estaba en tu casa. Lo había superado –susurró-. Ya no sentía nada. Entonces sonreíste y lo estropeaste todo. No tienes… ni idea de cuánto te odio y te quiero ahora mismo –mientras decía estas palabras, lágrimas transparentes resbalaban por sus mejillas-. Dios, esto es tan repentino. Ya sabía que ibas a estar aquí, pero… pero pensaba que aguantaría –hipó por los nervios-. Supongo que el ponche me ayuda a no sentir nada… Bueno, sí, un mareo y unas ganas de vomitar increíbles. Y un escozor en el estómago…
Axel se pellizcó el puente de la nariz, un poco abatido por el pequeño discurso.
-Y aún por encima aquella niña que estoy segura que es más pequeña que yo y me miraba de forma amenazadora mientras no te soltaba. Sólo le faltaba pedirte que te acostaras con ella.
-Es que quería hacerlo –Axel suspiró-. De hecho, se me insinuó de forma intencionada en su habitación.
Danielle dejó de respirar.
-¿Cómo?
-Por supuesto, me negué.
-¿Qué…?
-Suero. Ahora mismo está dormida en su cama.
-¡¡Yo estaré borracha, pero tú… tú estás loco!!
-No, simplemente estaba desesperado. De todos modos ya tengo lo que quería –se palpó el bolsillo del chaleco, dónde resonaron las joyas-, así que ahora debo irme.
-¿Vas... a dejarme en este estado?
-Mira, haz lo que quieras. Tú sola te lo has buscado. Debo irme.