-¡Yo primero!
La hermana pequeña de Danielle, Stella, bajó del carruaje la primera, con una gran sonrisa, y cuando bajaron todos, se dirigieron a la puerta principal de la enorme casa. Fueron recibidos en el interior por un mayordomo, que les pidió las chaquetas para guardarlas. Los cuatro le dieron sus respectivos abrigos y entraron en la gran sala. Era como una pista de baile, con incluso un balcón en el interior que rodeaba toda la sala por encima, y estaba decorada por adornos de buen gusto, y estaba atestada de gente. Danielle sonrió ante todo eso. No pudo evitarlo. Sus padres fueron a hablar con el señor Jackson, y se fue junto a ellos.
-… así que esta es vuestra hija menor. Es muy bella, tenéis mucha suerte –dijo el hombre-. ¿Y la mayor?
-Aquí. Danielle.
Ésta sonrió al hombre, se inclinó levemente, levantando un poco su vestido, y le volvió a mirar.
-Un placer, señor Jackson.
-Lo mismo digo, señorita. Bien, ¡pero pasad! Hay de todo.
Los cuatro pasaron, y cada uno se fue por su camino. Danielle buscaba al jefe de policía, al padre de Ethan, en la fiesta, y suspirando de alivio, lo encontró, cómo no, comiendo. Pero daba igual, hacía acto de presencia, y con eso bastaba.
Cuando se volvió para buscar a sus padres, se dio cuenta de que ellos, el señor Jackson y su hermana hablaban con un joven de pelo negro muy alto y buen porte, pero como estaba de espaldas a ella, no pudo verle la cara. Otra figurita más pequeña estaba a su lado.
Curiosa, se acercó a ellos, y su padre se volvió hacia ella.
-¡Oh, hija, ven! Quiero que conozcas a alguien.
El chico, que tenía las manos guardadas en los bolsillos de su pantalón y carecía de chaqueta, pues estaba segura de que se lo había dado al mayordomo de la entrada para que se lo guardase, se giró para verla.
Se quedó petrificada al ver que era el mismo chico de las escaleras del metro.
El joven también se dio cuenta.
-Vaya, volvemos a vernos –y sonrió, radiante.
Danielle se ruborizó ligeramente, y también sonrió. Se dio cuenta de que el chico le llevaba una cabeza por lo menos, y eso que ella era alta.
-Sí… parece que sí.
-¿Ya os conocíais? –preguntó su padre.
-Digamos que sí. Sin embargo, no conozco su nombre, señorita Gilbert.
-Da… Danielle…
El chico sonrió.
-Vaya, un nombre precioso, sin duda. Le hace juego con la cara.
Danielle empezó a hiperventilar. No, no podía ser. ¿Un príncipe azul? ¿Desde cuándo existen fuera de los cuentos?
El señor Jackson sonrió.
-¿Ven? ¡Sabía que el señor Alexander era pura maravilla!
-Por favor, no diga eso. No soy tan maravilloso.
-¡Sí que lo eres! –replicó el pequeño que estaba a su lado. Parecía una réplica exacta del chico, con el mismo traje, el mismo pelo negro cortado en varias capas por la nuca, la misma hermosa cara, y los mismos ojos, salvo que el pequeño los tenía dorados.
Plata y oro, pensó fascinada.
-Max, ¿qué te he dicho antes de salir de casa?
-Que fuera educado…
-Bueno, pues interrumpiendo a los adultos entre gritos es de mala educación –Max hizo un pequeño puchero, y miró al suelo-. Vamos, sé que puedes hacerlo mejor –Axel le guiñó un ojo, y le sonrió.
Max le devolvió la sonrisa, y asintió.
Danielle veía maravillada a los dos hermanos, que eran todo lo contrario a como se comportaban ella y Stella. Qué suerte.