-Todavía no me ha dicho su nombre, señor Alexander –le dijo Danielle mientras bailaban.
Él le agarraba la cintura con una mano, y con la otra la mano de Danielle, mientras ésta apoyaba la otra en su hombro. Sonrió.
-Axel Alexander, para servirla en todo lo posible.
-Un placer. Nunca había conocido a un joven inglés tan… tan formal como usted.
-La mayoría no se molestan en ello. Es una pena, en realidad. Pero… debería saber, señorita Danielle, que no soy inglés, sino italiano.
La chica alzó las cejas sorprendida.
-Bueno, en realidad su acento y su físico le delata un poco… Pero no fui capaz de saber de dónde provenía –lo miró a los ojos, entornándolos-. ¿Puedo saber su edad, o es demasiado entrometido?
-Por supuesto. Veintidós años recién cumplidos –le sonrió, un tanto incómodo.
-Estoy segura que intenta descubrir la mía.
-No me hace falta descubrirla. Ya lo sé.
-¿Perdone?
-Habla con una madurez innata, sin embargo, su vocabulario la delata de su extrema juventud. No es adulta siquiera todavía, ¿verdad? Creo que le falta poco. Su vestimenta también me ayudó a saberlo. Unos diecisiete, y le faltan cinco meses para cumplir la mayoría de edad.
Danielle se quedó con la boca abierta, pero todavía no se dio por vencida.
-Me faltan seis meses. Me había sorprendido gratamente, señor Alexander, pero no todo es…
-Cinco, insisto. Debería saber que estamos a uno de mes.
Danielle lo miró a los ojos, pensativa, y se dio cuenta de que así era. No se atrevió a decir nada más.
Axel se fijó que la joven miraba de reojo a veces hacia el jefe de policía, nerviosa. Y éste, vigilaba la sala con la mirada por si veía a alguien sospechoso.
-¿Algún problema?
-¿Qué? –le miró con ojos asustados-. Eh, no, no. Ninguno.
-¿Seguro? Parece usted… nerviosa.
-Sí, bueno, es que… lo de que un ladrón esté en esta misma sala… me pone los pelos de punta, en realidad. Aunque lo viera a lo lejos, me daría miedo igual.
Axel alzó una ceja divertido. Si ella supiera… con quién estaba bailando en ese momento…
-Entiendo –carraspeó.
Se fijó en que algunos invitados, la minoría de invitados, llevaban la chaqueta puesta de sus trajes, al contrario que la mayoría de la gente. Y todos eran hombres. Axel sonrió. Ya sabía cómo descubrir a los policías. Ahora sólo habría que encargarse del jefe.
Al terminar la canción, Axel se despidió de Danielle y salió disparado hacia el jefe de policía, no sin antes echar un vistazo a dónde estaba Max. Jugaba con la niña rubita a buscar algo, así que no había problemas.
Al llegar, sonrió.
-Vaya, usted debe de ser el gran jefe de policía del que me han hablado bastante.
-¿Ah sí? –contestó éste halagado.
-Sí, y bueno, es obvio por qué. Señor, tiene usted un rostro muy audaz, y sin duda espero que pueda atrapar pronto a ese joven malvado.
Apretó enseguida los dientes, y dejó de respirar. Se dio cuenta de que había metido la pata hasta el fondo.
“No, no, no… ¿Qué acabo de hacer?”
-¿Joven? ¿Por qué dice usted que debería ser joven?
Pensó rápido.
-Oh, bueno… Es obvio, señor. Un hombre de avanzada edad estaría demasiado cansado para poder sustraer las pertenecías de la gente. Con un hombre de entre veinte y cuarenta, sería lo adecuado para que su mente esté especializada y llena de experiencia, pues para mí ese intervalo es joven.
Al policía le brillaron los ojos.
-¡Ah! Vaya, pues justamente yo estoy entre ese intervalo, y eso que mi mujer y mi hijo me dicen siempre que estoy demasiado viejo. Muchas gracias, señor…
-Llámeme Axel.
-Señor Axel.
-Hum. ¿Le importaría acompañarme? Debo subir las escaleras de la casa del señor Jackson porque me pidió un pequeño recado, y como veo que ahora mismo usted no parece muy ocupado y está un poco aburrido…
-Será un placer. La verdad es que sí, aquí no hay mucho qué hacer o con quién hablar. Mi mujer siempre se encarga de eso.
-Ya veo –Axel sonrió.
Ambos fueron, entre la gente, hacia las escaleras de la casa que subían a la balconada del interior de la sala, y las subieron.
Metiéndose en la primera puerta que vio Axel, los dos se metieron en ella. Resultó ser la puerta que daba a un oscuro y enorme corredor que pasaba por la casa.
Primero pasó el jefe de policía, y luego el joven, cerrando tras de sí.
-Es increíble esta casa, ¿no cree? –preguntó el jefe de policía maravillado.
-Sí, sin duda…
Axel metió la mano en el bolsillo del chaleco, y sacó disimuladamente la jeringuilla.
-Perdóneme –susurró.
-¿Qué…?
Pero no le dio tiempo a ver más. Axel ya le había clavado la aguja e insertado el somnífero en las venas, y el policía empezó a verlo todo borroso, hasta caer tendido en el suelo.
El chico le arrastró hasta un cuarto del corredor, cogió su chaqueta y su sombrero de copa, y como los pantalones eran del mismo color y estilo, no se molestó en ponerse los del hombre. Se puso las cosas, cogió el bastón que sostenía anteriormente el policía y salió de la habitación, cerrando la puerta y dejando al jefe dormido en el suelo.
Lo que Axel no sabía era que Danielle les había visto subir las escaleras y estaba a punto de entrar en el corredor…