Danielle, después de ver al jefe de policía subir con Axel, les siguió. Subió las escaleras, y entró en la puerta dónde habían ido ellos. Daba lugar a un enorme pasillo oscuro y tétrico…
Axel, sin embargo, ya había recorrido el corredor, y se había encontrado con un policía disfrazado. Se colocó el sombrero de modo que le tapara los ojos.
-Buenas noches, señor –dijo el policía.
-Buenas noches, muchacho –contestó Axel imitando la voz y el limitado vocabulario del jefe-. No quiero que ningún soldado pase por aquí, ¿me has entendido?
El policía frunció el ceño.
-Pero señor, el ladrón o ladrones…
-Hemos visto sospechosos en los alrededores de la casa. Quiero que avises a los demás para que vayan a investigar. Yo me aseguraré de que la fortuna del señor Jackson esté int… -carraspeó por la palabra demasiado formal que iba a utilizar-. Si está bien.
-De acuerdo, señor.
-¿Pero aún estás aquí? ¡Corre!
-¡Sí, señor!
Y salió corriendo. Axel suspiró brevemente y se volvió a colocar bien el sombrero. Después de asegurarse que el corredor que todavía quedaba por andar estaba desierto, empezó a caminar hasta la habitación del fondo. Al llegar, intentó abrirla, pero estaba cerrada con llave.
En ese momento, Danielle le vio entre las sombras.
“¡El jefe! ¿Pero dónde está el señor Alexander?”, pensó ella.
Pero Axel estaba tan concentrado en buscar una manera de abrir la puerta, que no se dio cuenta de que la chica estaba a unos metros de él. Finalmente cogió en los bolsillos de su chaleco un pequeño alambre, con el que se arrodilló y lo metió en la cerradura. Después de un poco de esfuerzo, consiguió abrirla con un chasquido, y entró.
Danielle se extrañó.
“¿Pero qué hace?”
Terminó el corredor, y entreabrió la puerta para ver lo suficiente sin ser vista.
Axel fue hacia un cuadro de entre muchos, justo encima de la cabecera de la cama, y lo abrió hacia fuera. Sonrió al ver la caja fuerte de detrás. Danielle miraba la escena sobrecogida. No entendía qué estaba haciendo el jefe de policía. ¿Acaso estaba robando?
¿Significaba eso que el padre de Ethan era el supuesto ladrón que todo el mundo buscaba? Quizá por eso nunca fue capaz de atrapar al granuja, porque o era un mal investigador, o era él mismo el que robaba…
Pero todos sus pensamientos desaparecieron cuando el hombre consiguió sorprendentemente abrir la caja, sacó la mitad de los billetes que había dentro y se los guardó dentro del chaleco del traje. Luego cerró la puerta, el cuadro, y finalmente bajó de la cama.
A Danielle se le cortó la respiración cuando, debajo del sombrero, vio que no era la envejecida cara del jefe, sino el hermoso rostro moreno del señor Alexander.
Vale, entonces el jefe era mal investigador.
Pondré partes de los próximos capítulos para que sepáis de qué van:
En el capítulo trece:
"Danielle tenía los ojos cerrados, y al momento dejó de sentir presión en su cuello; sin embargo, sentía la respiración agitada de Axel demasiado cerca…"
"-¿Us… usted… usted es…?
-Lo ha visto con sus propios ojos, ¿no? Creo que la escena anterior responde a su inacabada pregunta.
-Dios mío –jadeó-. No me lo puedo creer.
-Pues no lo haga."
viernes, 28 de enero de 2011
lunes, 24 de enero de 2011
Capítulo 11
-Todavía no me ha dicho su nombre, señor Alexander –le dijo Danielle mientras bailaban.
Él le agarraba la cintura con una mano, y con la otra la mano de Danielle, mientras ésta apoyaba la otra en su hombro. Sonrió.
-Axel Alexander, para servirla en todo lo posible.
-Un placer. Nunca había conocido a un joven inglés tan… tan formal como usted.
-La mayoría no se molestan en ello. Es una pena, en realidad. Pero… debería saber, señorita Danielle, que no soy inglés, sino italiano.
La chica alzó las cejas sorprendida.
-Bueno, en realidad su acento y su físico le delata un poco… Pero no fui capaz de saber de dónde provenía –lo miró a los ojos, entornándolos-. ¿Puedo saber su edad, o es demasiado entrometido?
-Por supuesto. Veintidós años recién cumplidos –le sonrió, un tanto incómodo.
-Estoy segura que intenta descubrir la mía.
-No me hace falta descubrirla. Ya lo sé.
-¿Perdone?
-Habla con una madurez innata, sin embargo, su vocabulario la delata de su extrema juventud. No es adulta siquiera todavía, ¿verdad? Creo que le falta poco. Su vestimenta también me ayudó a saberlo. Unos diecisiete, y le faltan cinco meses para cumplir la mayoría de edad.
Danielle se quedó con la boca abierta, pero todavía no se dio por vencida.
-Me faltan seis meses. Me había sorprendido gratamente, señor Alexander, pero no todo es…
-Cinco, insisto. Debería saber que estamos a uno de mes.
Danielle lo miró a los ojos, pensativa, y se dio cuenta de que así era. No se atrevió a decir nada más.
Axel se fijó que la joven miraba de reojo a veces hacia el jefe de policía, nerviosa. Y éste, vigilaba la sala con la mirada por si veía a alguien sospechoso.
-¿Algún problema?
-¿Qué? –le miró con ojos asustados-. Eh, no, no. Ninguno.
-¿Seguro? Parece usted… nerviosa.
-Sí, bueno, es que… lo de que un ladrón esté en esta misma sala… me pone los pelos de punta, en realidad. Aunque lo viera a lo lejos, me daría miedo igual.
Axel alzó una ceja divertido. Si ella supiera… con quién estaba bailando en ese momento…
-Entiendo –carraspeó.
Se fijó en que algunos invitados, la minoría de invitados, llevaban la chaqueta puesta de sus trajes, al contrario que la mayoría de la gente. Y todos eran hombres. Axel sonrió. Ya sabía cómo descubrir a los policías. Ahora sólo habría que encargarse del jefe.
Al terminar la canción, Axel se despidió de Danielle y salió disparado hacia el jefe de policía, no sin antes echar un vistazo a dónde estaba Max. Jugaba con la niña rubita a buscar algo, así que no había problemas.
Al llegar, sonrió.
-Vaya, usted debe de ser el gran jefe de policía del que me han hablado bastante.
-¿Ah sí? –contestó éste halagado.
-Sí, y bueno, es obvio por qué. Señor, tiene usted un rostro muy audaz, y sin duda espero que pueda atrapar pronto a ese joven malvado.
Apretó enseguida los dientes, y dejó de respirar. Se dio cuenta de que había metido la pata hasta el fondo.
“No, no, no… ¿Qué acabo de hacer?”
-¿Joven? ¿Por qué dice usted que debería ser joven?
Pensó rápido.
-Oh, bueno… Es obvio, señor. Un hombre de avanzada edad estaría demasiado cansado para poder sustraer las pertenecías de la gente. Con un hombre de entre veinte y cuarenta, sería lo adecuado para que su mente esté especializada y llena de experiencia, pues para mí ese intervalo es joven.
Al policía le brillaron los ojos.
-¡Ah! Vaya, pues justamente yo estoy entre ese intervalo, y eso que mi mujer y mi hijo me dicen siempre que estoy demasiado viejo. Muchas gracias, señor…
-Llámeme Axel.
-Señor Axel.
-Hum. ¿Le importaría acompañarme? Debo subir las escaleras de la casa del señor Jackson porque me pidió un pequeño recado, y como veo que ahora mismo usted no parece muy ocupado y está un poco aburrido…
-Será un placer. La verdad es que sí, aquí no hay mucho qué hacer o con quién hablar. Mi mujer siempre se encarga de eso.
-Ya veo –Axel sonrió.
Ambos fueron, entre la gente, hacia las escaleras de la casa que subían a la balconada del interior de la sala, y las subieron.
Metiéndose en la primera puerta que vio Axel, los dos se metieron en ella. Resultó ser la puerta que daba a un oscuro y enorme corredor que pasaba por la casa.
Primero pasó el jefe de policía, y luego el joven, cerrando tras de sí.
-Es increíble esta casa, ¿no cree? –preguntó el jefe de policía maravillado.
-Sí, sin duda…
Axel metió la mano en el bolsillo del chaleco, y sacó disimuladamente la jeringuilla.
-Perdóneme –susurró.
-¿Qué…?
Pero no le dio tiempo a ver más. Axel ya le había clavado la aguja e insertado el somnífero en las venas, y el policía empezó a verlo todo borroso, hasta caer tendido en el suelo.
El chico le arrastró hasta un cuarto del corredor, cogió su chaqueta y su sombrero de copa, y como los pantalones eran del mismo color y estilo, no se molestó en ponerse los del hombre. Se puso las cosas, cogió el bastón que sostenía anteriormente el policía y salió de la habitación, cerrando la puerta y dejando al jefe dormido en el suelo.
Lo que Axel no sabía era que Danielle les había visto subir las escaleras y estaba a punto de entrar en el corredor…
Él le agarraba la cintura con una mano, y con la otra la mano de Danielle, mientras ésta apoyaba la otra en su hombro. Sonrió.
-Axel Alexander, para servirla en todo lo posible.
-Un placer. Nunca había conocido a un joven inglés tan… tan formal como usted.
-La mayoría no se molestan en ello. Es una pena, en realidad. Pero… debería saber, señorita Danielle, que no soy inglés, sino italiano.
La chica alzó las cejas sorprendida.
-Bueno, en realidad su acento y su físico le delata un poco… Pero no fui capaz de saber de dónde provenía –lo miró a los ojos, entornándolos-. ¿Puedo saber su edad, o es demasiado entrometido?
-Por supuesto. Veintidós años recién cumplidos –le sonrió, un tanto incómodo.
-Estoy segura que intenta descubrir la mía.
-No me hace falta descubrirla. Ya lo sé.
-¿Perdone?
-Habla con una madurez innata, sin embargo, su vocabulario la delata de su extrema juventud. No es adulta siquiera todavía, ¿verdad? Creo que le falta poco. Su vestimenta también me ayudó a saberlo. Unos diecisiete, y le faltan cinco meses para cumplir la mayoría de edad.
Danielle se quedó con la boca abierta, pero todavía no se dio por vencida.
-Me faltan seis meses. Me había sorprendido gratamente, señor Alexander, pero no todo es…
-Cinco, insisto. Debería saber que estamos a uno de mes.
Danielle lo miró a los ojos, pensativa, y se dio cuenta de que así era. No se atrevió a decir nada más.
Axel se fijó que la joven miraba de reojo a veces hacia el jefe de policía, nerviosa. Y éste, vigilaba la sala con la mirada por si veía a alguien sospechoso.
-¿Algún problema?
-¿Qué? –le miró con ojos asustados-. Eh, no, no. Ninguno.
-¿Seguro? Parece usted… nerviosa.
-Sí, bueno, es que… lo de que un ladrón esté en esta misma sala… me pone los pelos de punta, en realidad. Aunque lo viera a lo lejos, me daría miedo igual.
Axel alzó una ceja divertido. Si ella supiera… con quién estaba bailando en ese momento…
-Entiendo –carraspeó.
Se fijó en que algunos invitados, la minoría de invitados, llevaban la chaqueta puesta de sus trajes, al contrario que la mayoría de la gente. Y todos eran hombres. Axel sonrió. Ya sabía cómo descubrir a los policías. Ahora sólo habría que encargarse del jefe.
Al terminar la canción, Axel se despidió de Danielle y salió disparado hacia el jefe de policía, no sin antes echar un vistazo a dónde estaba Max. Jugaba con la niña rubita a buscar algo, así que no había problemas.
Al llegar, sonrió.
-Vaya, usted debe de ser el gran jefe de policía del que me han hablado bastante.
-¿Ah sí? –contestó éste halagado.
-Sí, y bueno, es obvio por qué. Señor, tiene usted un rostro muy audaz, y sin duda espero que pueda atrapar pronto a ese joven malvado.
Apretó enseguida los dientes, y dejó de respirar. Se dio cuenta de que había metido la pata hasta el fondo.
“No, no, no… ¿Qué acabo de hacer?”
-¿Joven? ¿Por qué dice usted que debería ser joven?
Pensó rápido.
-Oh, bueno… Es obvio, señor. Un hombre de avanzada edad estaría demasiado cansado para poder sustraer las pertenecías de la gente. Con un hombre de entre veinte y cuarenta, sería lo adecuado para que su mente esté especializada y llena de experiencia, pues para mí ese intervalo es joven.
Al policía le brillaron los ojos.
-¡Ah! Vaya, pues justamente yo estoy entre ese intervalo, y eso que mi mujer y mi hijo me dicen siempre que estoy demasiado viejo. Muchas gracias, señor…
-Llámeme Axel.
-Señor Axel.
-Hum. ¿Le importaría acompañarme? Debo subir las escaleras de la casa del señor Jackson porque me pidió un pequeño recado, y como veo que ahora mismo usted no parece muy ocupado y está un poco aburrido…
-Será un placer. La verdad es que sí, aquí no hay mucho qué hacer o con quién hablar. Mi mujer siempre se encarga de eso.
-Ya veo –Axel sonrió.
Ambos fueron, entre la gente, hacia las escaleras de la casa que subían a la balconada del interior de la sala, y las subieron.
Metiéndose en la primera puerta que vio Axel, los dos se metieron en ella. Resultó ser la puerta que daba a un oscuro y enorme corredor que pasaba por la casa.
Primero pasó el jefe de policía, y luego el joven, cerrando tras de sí.
-Es increíble esta casa, ¿no cree? –preguntó el jefe de policía maravillado.
-Sí, sin duda…
Axel metió la mano en el bolsillo del chaleco, y sacó disimuladamente la jeringuilla.
-Perdóneme –susurró.
-¿Qué…?
Pero no le dio tiempo a ver más. Axel ya le había clavado la aguja e insertado el somnífero en las venas, y el policía empezó a verlo todo borroso, hasta caer tendido en el suelo.
El chico le arrastró hasta un cuarto del corredor, cogió su chaqueta y su sombrero de copa, y como los pantalones eran del mismo color y estilo, no se molestó en ponerse los del hombre. Se puso las cosas, cogió el bastón que sostenía anteriormente el policía y salió de la habitación, cerrando la puerta y dejando al jefe dormido en el suelo.
Lo que Axel no sabía era que Danielle les había visto subir las escaleras y estaba a punto de entrar en el corredor…
domingo, 16 de enero de 2011
Capítulo 10
-¿Y no está preocupado por si ese granuja intentara entrar en sus aposentos? –le preguntó el padre de Danielle.
-Bueno, la verdad es que no. Les contaré un secreto, pero que no salga de aquí, ¿eh? –susurró el señor Jackson. Axel escuchó detenidamente-. Bien, pues el jefe de policía me ha dicho que si por un casual el ladrón estuviese entre esta gente y consigue entrar en mis aposentos, le tienen preparada una redada para atraparle de una vez por todas. El jefe de policía sólo tiene que dar un aviso, ¡y listo!
Danielle sonrió. Al final el padre de Ethan le había hecho caso. Pero Axel empezó a tornarse pálido.
-Dios mío –susurró muy bajo. Tan bajo, que Danielle juraría que sólo lo había escuchado ella-. ¿Y… qué… dónde…?
-Ah, están en todas partes, camuflados. Si ven a alguien sospechoso, ¡bam! Lo atrapan… Señor Alexander, ¿está bien? Se ha vuelto pálido como el papel…
Axel había empezado a sudar ligeramente. Se sacó un pañuelo del bolsillo exterior del chaleco, se lo pasó por la frente, y lo volvió a guardar.
-Emm… esto, sí, sí, estoy… estoy bien. Por supuesto. Es que parece que en el aire todavía perece el calor de agosto, ¿no creen? –sonrió, pero parecía forzado.
Aunque el señor Jackson no pareció darse cuenta, porque le sonreía embobado. Stella se quedó mirando a Max, pero éste sólo ponía atención a los gestos de su hermano, admirándolo. Axel volvió a guardarse las manos en los bolsillos del pantalón, y Max le imitó rápidamente. Stella alzó las cejas. Se acercó a él.
-¿Por qué haces lo que hace tu hermano? –le preguntó con curiosidad.
-Porque cuando sea mayor, seré como él. Y usted debería llamarle señor Alexander, señorita –dijo recordando las palabras que le había escuchado decir a Axel momentos antes con Danielle-. Es de mala educación dirigirse a un desconocido tuteándolo.
-Oh, vamos. No…
Pero Stella paró de hablar cuando se dieron cuenta de que las familias de ambos ya no estaban a su lado.
-¿Dónde están todos?
Max miró a su alrededor, y abrió la boca sorprendido.
-¡Axel! ¡Axel! –gritó buscándolo con la mirada. Empezó a sollozar. Stella puso los ojos en blanco.
-Oh, genial. Me he perdido con un niño pequeño, y aún por encima llorica.
-¡No soy llorica! –En cambio, se le escapó una lágrima-. Quiero ir con Ash.
-Bueno, bueno, ahora vamos.
Y empezaron a caminar entre el gentío que bailaba.
Mientras, Axel le tendía una mano a Danielle. Ésta lo miró con curiosidad, y él se inclinó levemente en una reverencia.
-¿Me concede este baile, bella señorita? Sería un desperdicio tan grande dejarla aquí sentada…
Danielle tragó saliva, nerviosa. Ruborizada, le tomó la mano y ambos se dirigieron cerca del centro de la sala, dónde las parejas enamoradas bailaban con la música.
-Bueno, la verdad es que no. Les contaré un secreto, pero que no salga de aquí, ¿eh? –susurró el señor Jackson. Axel escuchó detenidamente-. Bien, pues el jefe de policía me ha dicho que si por un casual el ladrón estuviese entre esta gente y consigue entrar en mis aposentos, le tienen preparada una redada para atraparle de una vez por todas. El jefe de policía sólo tiene que dar un aviso, ¡y listo!
Danielle sonrió. Al final el padre de Ethan le había hecho caso. Pero Axel empezó a tornarse pálido.
-Dios mío –susurró muy bajo. Tan bajo, que Danielle juraría que sólo lo había escuchado ella-. ¿Y… qué… dónde…?
-Ah, están en todas partes, camuflados. Si ven a alguien sospechoso, ¡bam! Lo atrapan… Señor Alexander, ¿está bien? Se ha vuelto pálido como el papel…
Axel había empezado a sudar ligeramente. Se sacó un pañuelo del bolsillo exterior del chaleco, se lo pasó por la frente, y lo volvió a guardar.
-Emm… esto, sí, sí, estoy… estoy bien. Por supuesto. Es que parece que en el aire todavía perece el calor de agosto, ¿no creen? –sonrió, pero parecía forzado.
Aunque el señor Jackson no pareció darse cuenta, porque le sonreía embobado. Stella se quedó mirando a Max, pero éste sólo ponía atención a los gestos de su hermano, admirándolo. Axel volvió a guardarse las manos en los bolsillos del pantalón, y Max le imitó rápidamente. Stella alzó las cejas. Se acercó a él.
-¿Por qué haces lo que hace tu hermano? –le preguntó con curiosidad.
-Porque cuando sea mayor, seré como él. Y usted debería llamarle señor Alexander, señorita –dijo recordando las palabras que le había escuchado decir a Axel momentos antes con Danielle-. Es de mala educación dirigirse a un desconocido tuteándolo.
-Oh, vamos. No…
Pero Stella paró de hablar cuando se dieron cuenta de que las familias de ambos ya no estaban a su lado.
-¿Dónde están todos?
Max miró a su alrededor, y abrió la boca sorprendido.
-¡Axel! ¡Axel! –gritó buscándolo con la mirada. Empezó a sollozar. Stella puso los ojos en blanco.
-Oh, genial. Me he perdido con un niño pequeño, y aún por encima llorica.
-¡No soy llorica! –En cambio, se le escapó una lágrima-. Quiero ir con Ash.
-Bueno, bueno, ahora vamos.
Y empezaron a caminar entre el gentío que bailaba.
Mientras, Axel le tendía una mano a Danielle. Ésta lo miró con curiosidad, y él se inclinó levemente en una reverencia.
-¿Me concede este baile, bella señorita? Sería un desperdicio tan grande dejarla aquí sentada…
Danielle tragó saliva, nerviosa. Ruborizada, le tomó la mano y ambos se dirigieron cerca del centro de la sala, dónde las parejas enamoradas bailaban con la música.
jueves, 13 de enero de 2011
Capítulo 9
-¡Yo primero!
La hermana pequeña de Danielle, Stella, bajó del carruaje la primera, con una gran sonrisa, y cuando bajaron todos, se dirigieron a la puerta principal de la enorme casa. Fueron recibidos en el interior por un mayordomo, que les pidió las chaquetas para guardarlas. Los cuatro le dieron sus respectivos abrigos y entraron en la gran sala. Era como una pista de baile, con incluso un balcón en el interior que rodeaba toda la sala por encima, y estaba decorada por adornos de buen gusto, y estaba atestada de gente. Danielle sonrió ante todo eso. No pudo evitarlo. Sus padres fueron a hablar con el señor Jackson, y se fue junto a ellos.
-… así que esta es vuestra hija menor. Es muy bella, tenéis mucha suerte –dijo el hombre-. ¿Y la mayor?
-Aquí. Danielle.
Ésta sonrió al hombre, se inclinó levemente, levantando un poco su vestido, y le volvió a mirar.
-Un placer, señor Jackson.
-Lo mismo digo, señorita. Bien, ¡pero pasad! Hay de todo.
Los cuatro pasaron, y cada uno se fue por su camino. Danielle buscaba al jefe de policía, al padre de Ethan, en la fiesta, y suspirando de alivio, lo encontró, cómo no, comiendo. Pero daba igual, hacía acto de presencia, y con eso bastaba.
Cuando se volvió para buscar a sus padres, se dio cuenta de que ellos, el señor Jackson y su hermana hablaban con un joven de pelo negro muy alto y buen porte, pero como estaba de espaldas a ella, no pudo verle la cara. Otra figurita más pequeña estaba a su lado.
Curiosa, se acercó a ellos, y su padre se volvió hacia ella.
-¡Oh, hija, ven! Quiero que conozcas a alguien.
El chico, que tenía las manos guardadas en los bolsillos de su pantalón y carecía de chaqueta, pues estaba segura de que se lo había dado al mayordomo de la entrada para que se lo guardase, se giró para verla.
Se quedó petrificada al ver que era el mismo chico de las escaleras del metro.
El joven también se dio cuenta.
-Vaya, volvemos a vernos –y sonrió, radiante.
Danielle se ruborizó ligeramente, y también sonrió. Se dio cuenta de que el chico le llevaba una cabeza por lo menos, y eso que ella era alta.
-Sí… parece que sí.
-¿Ya os conocíais? –preguntó su padre.
-Digamos que sí. Sin embargo, no conozco su nombre, señorita Gilbert.
-Da… Danielle…
El chico sonrió.
-Vaya, un nombre precioso, sin duda. Le hace juego con la cara.
Danielle empezó a hiperventilar. No, no podía ser. ¿Un príncipe azul? ¿Desde cuándo existen fuera de los cuentos?
El señor Jackson sonrió.
-¿Ven? ¡Sabía que el señor Alexander era pura maravilla!
-Por favor, no diga eso. No soy tan maravilloso.
-¡Sí que lo eres! –replicó el pequeño que estaba a su lado. Parecía una réplica exacta del chico, con el mismo traje, el mismo pelo negro cortado en varias capas por la nuca, la misma hermosa cara, y los mismos ojos, salvo que el pequeño los tenía dorados.
Plata y oro, pensó fascinada.
-Max, ¿qué te he dicho antes de salir de casa?
-Que fuera educado…
-Bueno, pues interrumpiendo a los adultos entre gritos es de mala educación –Max hizo un pequeño puchero, y miró al suelo-. Vamos, sé que puedes hacerlo mejor –Axel le guiñó un ojo, y le sonrió.
Max le devolvió la sonrisa, y asintió.
Danielle veía maravillada a los dos hermanos, que eran todo lo contrario a como se comportaban ella y Stella. Qué suerte.
La hermana pequeña de Danielle, Stella, bajó del carruaje la primera, con una gran sonrisa, y cuando bajaron todos, se dirigieron a la puerta principal de la enorme casa. Fueron recibidos en el interior por un mayordomo, que les pidió las chaquetas para guardarlas. Los cuatro le dieron sus respectivos abrigos y entraron en la gran sala. Era como una pista de baile, con incluso un balcón en el interior que rodeaba toda la sala por encima, y estaba decorada por adornos de buen gusto, y estaba atestada de gente. Danielle sonrió ante todo eso. No pudo evitarlo. Sus padres fueron a hablar con el señor Jackson, y se fue junto a ellos.
-… así que esta es vuestra hija menor. Es muy bella, tenéis mucha suerte –dijo el hombre-. ¿Y la mayor?
-Aquí. Danielle.
Ésta sonrió al hombre, se inclinó levemente, levantando un poco su vestido, y le volvió a mirar.
-Un placer, señor Jackson.
-Lo mismo digo, señorita. Bien, ¡pero pasad! Hay de todo.
Los cuatro pasaron, y cada uno se fue por su camino. Danielle buscaba al jefe de policía, al padre de Ethan, en la fiesta, y suspirando de alivio, lo encontró, cómo no, comiendo. Pero daba igual, hacía acto de presencia, y con eso bastaba.
Cuando se volvió para buscar a sus padres, se dio cuenta de que ellos, el señor Jackson y su hermana hablaban con un joven de pelo negro muy alto y buen porte, pero como estaba de espaldas a ella, no pudo verle la cara. Otra figurita más pequeña estaba a su lado.
Curiosa, se acercó a ellos, y su padre se volvió hacia ella.
-¡Oh, hija, ven! Quiero que conozcas a alguien.
El chico, que tenía las manos guardadas en los bolsillos de su pantalón y carecía de chaqueta, pues estaba segura de que se lo había dado al mayordomo de la entrada para que se lo guardase, se giró para verla.
Se quedó petrificada al ver que era el mismo chico de las escaleras del metro.
El joven también se dio cuenta.
-Vaya, volvemos a vernos –y sonrió, radiante.
Danielle se ruborizó ligeramente, y también sonrió. Se dio cuenta de que el chico le llevaba una cabeza por lo menos, y eso que ella era alta.
-Sí… parece que sí.
-¿Ya os conocíais? –preguntó su padre.
-Digamos que sí. Sin embargo, no conozco su nombre, señorita Gilbert.
-Da… Danielle…
El chico sonrió.
-Vaya, un nombre precioso, sin duda. Le hace juego con la cara.
Danielle empezó a hiperventilar. No, no podía ser. ¿Un príncipe azul? ¿Desde cuándo existen fuera de los cuentos?
El señor Jackson sonrió.
-¿Ven? ¡Sabía que el señor Alexander era pura maravilla!
-Por favor, no diga eso. No soy tan maravilloso.
-¡Sí que lo eres! –replicó el pequeño que estaba a su lado. Parecía una réplica exacta del chico, con el mismo traje, el mismo pelo negro cortado en varias capas por la nuca, la misma hermosa cara, y los mismos ojos, salvo que el pequeño los tenía dorados.
Plata y oro, pensó fascinada.
-Max, ¿qué te he dicho antes de salir de casa?
-Que fuera educado…
-Bueno, pues interrumpiendo a los adultos entre gritos es de mala educación –Max hizo un pequeño puchero, y miró al suelo-. Vamos, sé que puedes hacerlo mejor –Axel le guiñó un ojo, y le sonrió.
Max le devolvió la sonrisa, y asintió.
Danielle veía maravillada a los dos hermanos, que eran todo lo contrario a como se comportaban ella y Stella. Qué suerte.
lunes, 3 de enero de 2011
Capítulo 8
** ¡Antes de nada, Feliz año nuevo! ^-^
Hum... y si no es mucho pedir, me gustaría que vierais dos blogs que son muy importantes para mí... -u.u-
Este, http://reto100libros.blogspot.com, que junto con Marina, Nicole y Marie L.Ross, haremos un desafío de 100 libros en un año. Diremos los resúmenes y bueno, ya lo veréis ^-^
Y luego este, http://anomalarealidad.blogspot.com/, de ARATHROR, un blog precioso que me enganchó desde la primera entrada que leí. Merece muchísimo la pena leerlo, de verdad, pues habla como un perfecto poeta. Me encanta *¬*
---------------------------------------------------------------
Ya en el día de la cena, por la tarde, Danielle se preparaba para ir presentable. Mientras se cepillaba el pelo, se estaba viendo en el espejo. De repente, sin ninguna razón, empezó a pensar en aquel apuesto joven con el que se chocó en las escaleras del metro. En su reflejo, se dio cuenta de que se había puesto roja.
Sí, era guapo, pero ¿cómo era posible que con sólo mentalizar su elegante imagen ya se ruborizara?
Intentó sacarlo de su cabeza, pero cuanto más lo intentaba, se aparecía con más intensidad.
“¡Para! ¡Sal de mi mente, desconocido!”
Pero no salía. Empezó a recordar su perfecta sonrisa, sus preciosos ojos, su hermosa cara…
-¡Danielle!
Su hermana pequeña, de nueve años, entró sin petar en su habitación, con cara de enfado.
-¡Danielle!
-¿Qué?
Le enseñó su peine.
-¡Has utilizado mi peine! ¡No lo uses!
-Bueno, tranquilízate, ¿quieres?
Fue hacia el espejo de Danielle, se miró en él, y sonriendo, se peinó su pelo rubio platino.
-Vete –le dijo Danielle.
-No quiero.
-¡Lárgate!
-¡No!
Danielle se levantó, y sacó fuera a su hermana, cerrando la puerta cuando la pequeña salió. Suspiró. Todavía no entendía por qué su hermana tenía un pelo precioso y rubio con tirabuzones, y ella un pelo de color marrón oscuro y ondulado. No era justo.
Cuando todos terminaron de prepararse, un carruaje tirado por dos caballos les esperaba a la entrada. La familia subió adentro y se encaminaron hacia la casa del señor Jackson.
Mientras, Axel se terminaba de colocar su traje en su cuarto, delante del espejo, y suspiró. Menuda noche que le esperaba.
Colocó algunas pequeñas herramientas dentro de los bolsillos del chaleco gris humo, pues tenía pensado quitarse la chaqueta al llegar allí para que le fuera más fácil deslizarse en el interior del lugar dónde estaba el dinero del señor Jackson. Y después de todo eso, cogió una jeringuilla llena de un somnífero en el interior, por si acaso, también guardándosela en el chaleco.
Al terminar, se fue a la habitación de Max, dónde Gina le ayudaba a vestirse un pequeño traje, gemelo al de su hermano mayor, pero en miniatura. Axel sonrió ante eso. Le había dado al pequeño a elegir entre varios trajes, y justo quiso ponerse el mismo que él, porque decía que así empezaba más temprano a parecerse a Axel.
Cuando terminó de vestirlo, Gina se levantó satisfecha y le empezó a peinar el pelo.
Después, se levantó, y con un respingo, miró a Axel.
-¡Oh! Perdone, no sabía que estaba ahí… -se ruborizó.
-Lo siento, pero gracias, Gina, por todo.
-Es mi trabajo –y sonrió.
Axel le devolvió la sonrisa, y miró a Max, que admiraba su traje mirándose al espejo.
-¿Me parezco a Axel? –le preguntó a Gina.
Ésta se rió, y el propio Axel también.
-Sí, prácticamente eres él, pero en pequeño.
-¡Pronto seré tan grande y fuerte como él! –Miró a su hermano mayor-. ¡Ash!
Corrió hacia él, le dio un rápido abrazo, y Axel se arrodilló hasta quedar a su altura. Le examinó de arriba abajo, y asintió orgulloso.
-Muy bien, Max. ¿Qué hay que anteponer ante todo?
-Emm… -chasqueó la lengua pensativo-. Ante todo… educación.
-Bien hecho. ¿Y cómo hay que tratar a las señoritas tan guapas como Gina? –le lanzó a ésta una mirada.
Gina abrió la boca sorprendida, y la volvió a cerrar. Le temblaba el pulso.
-Pues… -Max colocó las manos en los bolsillos del pantalón, gesto propio de Axel-. Hay que tratarlas con respeto… y… esto… hum… con respeto… ¡y siempre con una sonrisa!
-Muy bien. Entonces ¿estás listo?
-¡Sí!
-Bien, pues entonces ¡vamos!
Max, saltando de los nervios, le cogió la mano a Axel y ambos fueron hacia el carruaje que les esperaban.
Hum... y si no es mucho pedir, me gustaría que vierais dos blogs que son muy importantes para mí... -u.u-
Este, http://reto100libros.blogspot.com, que junto con Marina, Nicole y Marie L.Ross, haremos un desafío de 100 libros en un año. Diremos los resúmenes y bueno, ya lo veréis ^-^
Y luego este, http://anomalarealidad.blogspot.com/, de ARATHROR, un blog precioso que me enganchó desde la primera entrada que leí. Merece muchísimo la pena leerlo, de verdad, pues habla como un perfecto poeta. Me encanta *¬*
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Ya en el día de la cena, por la tarde, Danielle se preparaba para ir presentable. Mientras se cepillaba el pelo, se estaba viendo en el espejo. De repente, sin ninguna razón, empezó a pensar en aquel apuesto joven con el que se chocó en las escaleras del metro. En su reflejo, se dio cuenta de que se había puesto roja.
Sí, era guapo, pero ¿cómo era posible que con sólo mentalizar su elegante imagen ya se ruborizara?
Intentó sacarlo de su cabeza, pero cuanto más lo intentaba, se aparecía con más intensidad.
“¡Para! ¡Sal de mi mente, desconocido!”
Pero no salía. Empezó a recordar su perfecta sonrisa, sus preciosos ojos, su hermosa cara…
-¡Danielle!
Su hermana pequeña, de nueve años, entró sin petar en su habitación, con cara de enfado.
-¡Danielle!
-¿Qué?
Le enseñó su peine.
-¡Has utilizado mi peine! ¡No lo uses!
-Bueno, tranquilízate, ¿quieres?
Fue hacia el espejo de Danielle, se miró en él, y sonriendo, se peinó su pelo rubio platino.
-Vete –le dijo Danielle.
-No quiero.
-¡Lárgate!
-¡No!
Danielle se levantó, y sacó fuera a su hermana, cerrando la puerta cuando la pequeña salió. Suspiró. Todavía no entendía por qué su hermana tenía un pelo precioso y rubio con tirabuzones, y ella un pelo de color marrón oscuro y ondulado. No era justo.
Cuando todos terminaron de prepararse, un carruaje tirado por dos caballos les esperaba a la entrada. La familia subió adentro y se encaminaron hacia la casa del señor Jackson.
Mientras, Axel se terminaba de colocar su traje en su cuarto, delante del espejo, y suspiró. Menuda noche que le esperaba.
Colocó algunas pequeñas herramientas dentro de los bolsillos del chaleco gris humo, pues tenía pensado quitarse la chaqueta al llegar allí para que le fuera más fácil deslizarse en el interior del lugar dónde estaba el dinero del señor Jackson. Y después de todo eso, cogió una jeringuilla llena de un somnífero en el interior, por si acaso, también guardándosela en el chaleco.
Al terminar, se fue a la habitación de Max, dónde Gina le ayudaba a vestirse un pequeño traje, gemelo al de su hermano mayor, pero en miniatura. Axel sonrió ante eso. Le había dado al pequeño a elegir entre varios trajes, y justo quiso ponerse el mismo que él, porque decía que así empezaba más temprano a parecerse a Axel.
Cuando terminó de vestirlo, Gina se levantó satisfecha y le empezó a peinar el pelo.
Después, se levantó, y con un respingo, miró a Axel.
-¡Oh! Perdone, no sabía que estaba ahí… -se ruborizó.
-Lo siento, pero gracias, Gina, por todo.
-Es mi trabajo –y sonrió.
Axel le devolvió la sonrisa, y miró a Max, que admiraba su traje mirándose al espejo.
-¿Me parezco a Axel? –le preguntó a Gina.
Ésta se rió, y el propio Axel también.
-Sí, prácticamente eres él, pero en pequeño.
-¡Pronto seré tan grande y fuerte como él! –Miró a su hermano mayor-. ¡Ash!
Corrió hacia él, le dio un rápido abrazo, y Axel se arrodilló hasta quedar a su altura. Le examinó de arriba abajo, y asintió orgulloso.
-Muy bien, Max. ¿Qué hay que anteponer ante todo?
-Emm… -chasqueó la lengua pensativo-. Ante todo… educación.
-Bien hecho. ¿Y cómo hay que tratar a las señoritas tan guapas como Gina? –le lanzó a ésta una mirada.
Gina abrió la boca sorprendida, y la volvió a cerrar. Le temblaba el pulso.
-Pues… -Max colocó las manos en los bolsillos del pantalón, gesto propio de Axel-. Hay que tratarlas con respeto… y… esto… hum… con respeto… ¡y siempre con una sonrisa!
-Muy bien. Entonces ¿estás listo?
-¡Sí!
-Bien, pues entonces ¡vamos!
Max, saltando de los nervios, le cogió la mano a Axel y ambos fueron hacia el carruaje que les esperaban.
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