lunes, 10 de mayo de 2010

Capítulo 2

De puntillas, salí de mi habitación y fui hasta la cocina. Miré de un lado a otro. Sin moros en la costa. Bien. Ya se habían ido todos. Volví a mi habitación, me vestí, hice mi cama y me miré en el espejo. Vaya, parezco la loca de la colina con estos pelos.
Cogí el peine y empecé a peinármelo. Sin duda yo tenía cara de niña, incluso a veces me echaban trece años, y mi comportamiento quizá no fuera muy maduro por mi parte, pero me daba igual.
Después me saqué la camiseta e hice un chasquido de dedos. Mis alas negras aparecieron en mis omóplatos, e intenté estirarlas todo lo que pude. Qué gusto. Retenerlas durante todo un día y noche era un logro, sin duda. Me sentía como cuando alguien tenía unas pocas ganas de ir al baño pero se aguantase. No era muy duro, pero era incómodo.
Como las alas eran algo más grandes que el cuarto, empecé sin querer a tirar cosas. Volví a chasquear los dedos, las alas desaparecieron y yo volví a vestirme. Suspiré, fui a la cocina, cogí una magdalena y salí del piso. Necesitaba tomar el aire.
Al bajar las escaleras, me encontré con la vecina anciana del segundo. Me paré a saludarla.
-Buenos días, Dina. Hoy le veo muy bien -le sonreí.
Ella me devolvió la sonrisa.
-Por supuesto, querida. Esto de subir y bajar escaleras hace milagros. Bueno, me voy ya, que tengo la comida al fuego, y si se me quema, entonces será malo.
Reí. La mujer me revolvió ligeramente el pelo, nos despedimos y me fui. Era una señora muy amable, que siempre me invitaba a comer pasteles. Y aunque se extrañaba que yo viviera con cuatro veinteañeros, siempre era muy educada.
Como era horario de invierno, todavía estaba el cielo oscuro, y las farolas alumbraban.
Sin embargo, no había nadie por la calle. Ni un alma, literalmente. Y eso no era normal.
Tragué saliva, pero seguí mi camino hasta el parque. Lo mismo, allí no había nada.
Fruncí el ceño, miré a mi alrededor y me acerqué a la gran fuente que había en el centro del lugar. Miré mi reflejo en el agua, y me quedé pensativa.
No sabía cuánto podría aguantar más sin que me encontraran. Seguramente creerían que estoy muerta. Pero entonces... no, no podría ser.
¿El por qué? Sencillo. En la academia había una sala. Nadie podía entrar allí, pero lo que había dentro tenía sin duda un valor incalculable. Era la sala de las Esferas. Cada esfera contenía en el interior las partículas de los cuatro elementos, más el tiempo y el espacio, y éstas estaban ligadas a nuestras almas. Si, por ejemplo, yo moría, la esfera del tiempo se apagaría y rompería.
Entonces el tiempo no pasaría. El mundo se quedaría congelado. Ya no rotaría sobre sí mismo, por lo que o sería de día siempre en algún lugar o sería de noche en otro. Así hasta que el organismo de los seres vivos, también parados, no pudieran soportar la ausencia de luz y se murieran.
Por eso deben protegerme. Pero yo ya dejé claro muchas veces que no necesito depender de nadie. Por favor, ni siquiera tenía padres. Yo salí de una molécula de aire a la que tomaron forma.
Salí del hilo de mis pensamientos cuando sentí un aletear de alas encima de mi cabeza. Alcé la mirada y un pájaro, golondrina, se posó a mi lado, en la fría piedra que rodeaba la fuente.
Sin duda tenía mirada inteligente, pero yo simplemente levanté la mano y salió volando.
Miré otra vez el agua, pero esta vez a mis ojos. Eran extraños. De color gris claro, casi blancos. Los demás ángeles sagrados los tenían rojos, verdes y azules. Y el ángel del espacio, del mismo que yo.
No sé cómo aguantaban allí.
Y entonces, escuché la voz escalofriante y fría que yo conocía muy bien:
-Te encontré.

*Bueno, aquí hago un paréntesis para deciros que tengo un nuevo blog, que ya puse en el otro, y es un tanto diferente. Quién no se haya pasado, verá a qué me refiero:
The Stories Hunter
¡Gracias!