En el coche, me alejé todo lo que pude de él, y miré por la ventanilla.
¿Qué pensaría Jorge? El pobre debía de estar preocupado. Suspiré.
-Oye, que no es tan malo.
Yo no dije nada.
-¿Ahora no me hablas? Aún por encima que te protejo...
Seguía ignorándole.
-Al menos dime algo.
Le miré.
-Te odio -dije las palabras despacio para que me entendiera perfectamente.
Él sólo sonrió.
-Ya, yo tampoco te tengo mucho afecto, pero cuidar de ti significa un ascenso.
-¿Un ascenso por qué?
-Fácil. Si protejo a uno de fuego, lo máximo que pasaría si le ocurriera algo sería que no hubiera más fuego. Si fuera el del aire, como mucho no quedaría más viento. Al de tierra... bueno, a lo mejor sería un poco jodido, la verdad. Y el de agua sería malo. Pero de ellos hay cinco más en los demás continentes. Cuidar de ti o del ángel del espacio es bastante bueno, aunque si te pasa algo, la cago. Pero sin duda, es un ascenso.
-Te odio -repetí.
-Y yo a ti, guapita, ¿pero qué quieres que le haga?
-Muérete, y entonces estaremos en paz.
Estalló a carcajadas.
-¡Ja! Ésa ha sido buena, pero por desgracia no va a poder ser. Tendrás que conformarte -se acercó a mí, con su cara a pocos centímetros de la mía, y aunque lo odiara, no pude evitar ruborizarme-. Y te aseguro que yo no voy a fallar como los demás -y se volvió a alejar.
Cogió su móvil y llamó a alguien.
-Y te aseguro que no voy a fallar como los demás-repetí entre susurros con voz burlona-. Imbécil. Que te den.
Después de bastantes horas de camino, llegamos a ese espantoso lugar.
Era un castillo del siglo IV, muy antiguo, pero en casi perfecto estado. Y sobre todo era enorme. Tenía cuatro torres, y lo más extraño de todo, y era lo que alejaba a cualquier humano de allí, es que la mayoría de las veces estaba el cielo oscuro. Incluso algunos chicos juraron ver fantasmas pálidos en los alrededores.
El coche se paró, y me bajé. Jack se colocó a mi lado, y me agarró el hombro. Hice amago de apartarme, pero él forcejeaba, aunque sin mucho esfuerzo.
-No me toques, me das asco -le dije.
-Y tú a mí, pero ¡anda! Tengo que encargarme de ti, así que echa a andar, pedazo de mula cabezota, si no quieres que lo haga a mi manera, y sé que no te gustaría.
Gruñí por lo bajo y empecé a andar, en dirección a la que él me indicaba. El castillo estaba en una pequeña colina. Luego entramos. Mientras recorríamos los pasillos del internado, los alumnos se me quedaban mirando anonadados.
Me daba vergüenza con las esposas en las muñecas, pero tenía que aguantarme. Al final llegamos a la sala del director. Antes de entrar, Jack me quitó los grilletes. Al vernos, el director se levantó rápidamente y vino hacia mí.
-¡Alexandra! ¡Por fin has vuelto!
Yo aparté la mirada de él, e intenté retroceder, incluso colocarme detrás de Jack, pero él me frenó.
El hombre tenía cincuenta y pocos años, con pelo algo canoso y alguna que otra arruga, pero con aire juvenil. Se mantenía en buen estado.
Alcé la mirada a sus azules ojos e intenté sonreír, pero sin éxito.
-¡¿Pero tú sabes lo preocupados que nos tenías?! ¡¿Y si te hubiera pasado algo?!
-Me pasó, pero un humano me ayudó.
-Un humano. Increíble.
-¿Increíble? ¿Sólo se le ocurre decir eso? ¿Es que cree que son seres inferiores? ¡Pues no es cierto!
-Vale, vale, tranquila. Pero ahora en serio, ¿tú sabes la que armaste? Las demás academias se volvieron locas, los ángeles incluso se ponían nerviosos y mandamos un montón de guardias a buscarte. ¿Por qué no eres como tu hermano o los demás ángeles sagrados? ¿Por qué no te gusta este lugar?
-Primero, ese tío no es mi hermano. Ni de sangre, ni nada de nada, y que yo sepa no está aquí, sino en Sudamérica, y segundo, los demás me dan igual. ¡Sólo quiero irme de aquí!
Unas lágrimas asomaron por mis ojos, sin poder evitarlo. Los ángeles se me quedaron mirando confusos.
-¿Estás llorando? -preguntó Jack.
Apreté los labios, me senté en el suelo con los brazos cruzados y el ceño fruncido y dejé que las lágrimas resbalaran por mis mejillas. No dejaría que me manipularan. No como a los demás.