Drake me sonrió detrás de la ventana. Como suponía que hacía mucho frío fuera, fui rápidamente hacia allí. La abrí, y él entró, tirando la escalera al césped detrás de él. Luego cerró la ventana y se volvió con expresión divertida:
-Por si acaso. Por ahí podría haber subido un asesino en vez de yo -y sonrió.
Yo temblé.
Pero luego me acerqué a él y le puse una mano en la mejilla.
-¿Qué haces aquí? -le pregunté ahora con una sonrisa.
Se acercó a mí oído y me susurró:
-Porque quería estar contigo.
-Pe... pero y... ¿y Sofí? -balbuceé por los nervios.
-Aceptó quedarse en casa de los abuelos. La llevé allí yo mismo, y luego vine aquí.
-¿Pero no ves que no debiste hacer eso? ¿Qué dirían tus padres si lo supieran? ¡Y por supuesto que es lo más probable, porque cuando lleguen y no os encuentren en cas...!
Pero en medio de mi pequeña bronca, Drake me calló con un beso. Luego se separó.
-Tú siempre queriendo hacer el bien... -sonrió-. Por eso te quiero tanto -miró hacia mi cuaderno de dibujos que estaba encima de la mesita de noche.
Se acercó a él y lo cogió. Luego se sentó en la cama mientras lo sostenía, pero vaciló antes de abrirlo, y luego me miró. Se me puso la carne de gallina.
-¿Me permites? -me preguntó sonriendo.
-S... sí, cla-claro -respondí todavía estupefacta.
Lo abrió y se puso a ojear mis dibujos. Sonreía cada vez que pasaba una página. Verle ahí, sentado y tan concentrado, hizo que el corazón se me acelerara. Temblorosa, me senté a su lado y apoyé la cabeza en su hombro mientras cerraba los ojos. Él me rodeó con un brazo los míos, y yo cerré los ojos.
No sé cuántos minutos pasaron, hasta que sentí su otra mano -la que agarraba el cuaderno, cosa que ya no- acariciarme la mejilla suavemente. Abrí despacio los ojos y me encontré con su rostro a unos pocos centímetros del mío, mientras me miraba con sus ojos color zafiro.
No pude soportarlo más, y le besé. Rodeé mis brazos en su cuello, y él enterró una mano en mi pelo y la otra la colocó en mi cintura, y ambos rodamos de costado hasta que quedé tumbada de espaldas, y él inclinado hacia mí. Todavía besándonos, se empezó a quitar la chaqueta, e iba a quitarse la camiseta cuando se frenó, se separó un poco de mí y me miró:
-Claire, sabes que te quiero con toda mi alma. Pero dime que no me amas y me iré sin haber hecho daño alguno. Lo prometo.
Me quedé mirándole. Pero luego le sonreí, le volví a acercar a mí y le besé. Con los labios unidos, le susurré:
-No hace falta que prometas nada. Ya sabes que te quiero más que a nada en el mundo.
Noté como sonreía, y ambos nos dejamos llevar totalmente por nuestros fuertes sentimientos.