jueves, 8 de septiembre de 2011

Capítulo 43

La hija del conde, Charlotte, se aferró al brazo de Axel cuando éste se acercó a ella.
-Ay, ¡ya pensaba que no vendrías!
-Claro que iba a venir, ya se lo dije, señorita Jones. Y yo siempre cumplo mi palabra.
-¡Ayyy, Axel, eres tan caballeroso! –la joven miró hacia Danielle, en la mesa, y entrecerró los ojos, claramente molesta-. He visto que le has dado un beso. ¿Por qué a ella sí y a mí no?
Axel apretó los labios.
-Porque yo sólo puedo besar a mis mejores amigas. Lo siento, señorita Jones…
El ladrón miró hacia la posición dónde estaba Danielle, que se servía otro vaso de ponche.
Entonces Axel bajó la mirada hasta su cuello, de dónde colgaba una llave plateada encima de un escote bastante pronunciado para una niña como Charlotte. Hizo una mueca de disgusto, pero al volver a mirar la llave ya se pudo imaginar dónde estarían las joyas. Sonrió interiormente.
-Pero… ¿le importaría enseñarme el interior de su casa? Es que me parece fascinante…
-... y romántico –terminó ella.
-Hum, sí, eso, romántico.
-¡¡Claro que sí!!
Después de echar una última mirada a Danielle, Axel y Charlotte entraron en la casa, y la joven condujo a Axel a su habitación. Una vez dentro, Axel fijó su mirada en el gran armario. Estaban allí. Estaba seguro.
Pero sus pensamientos se dispersaron cuando Charlotte sonrió con picardía, cogió las manos de Axel y las colocó en su cadera.
-Vamos –susurró-, desátalo.
Axel abrió mucho los ojos.
-¿Que desate el qué?
-Mi vestido –Charlotte se puso de puntillas y le besó el cuello-. Venga.
“Oh, no. Esto no tendría que ser así. Por favor, espero no haberme olvidado el suero…”
Axel sonrió seductoramente, haciendo derretir a Charlotte, y se palpó disimuladamente el chaleco en busca de la jeringuilla.
“¡Bien!”
Metió la mano en el bolsillo, y sacó la aguja con cuidado de que Charlotte no la viera. Entonces le pinchó en el brazo, y ésta cayó desmayada, no sin antes ser recogida por Axel y ser colocada en la cama. Éste le quitó el collar con cuidado, se dio la vuelta, rebuscó por el armario, y en efecto, debajo de toda la ropa, encontró varias cajitas brillantes con las joyas que buscaba tan ansiadamente.
Después de abrirlas las cogió todas, las guardó en los bolsillos del chaleco intentando que no se notaran, y volvió a cerrar todo. Volvió a colocarle el collar con la llave a Charlotte. Y de repente, por un reflejo, miró por la ventana, que daba al exterior, al jardín, y se fijó en Danielle. Se servía otro vaso. Y se tambaleaba también mientras sonreía estúpidamente.
Lo peor de todo es que se dirigía al conde.
“¡Dios, está borracha!”
Alarmado, el joven salió del cuarto sin fijarse siquiera si la chica respiraba aún y bajó rápidamente las escaleras hacia fuera.