lunes, 7 de junio de 2010

Capítulo 6

Mi primera clase eran Ciencias Sociales. Increíble, ¿eh? Algo muy aburrido y que apenas era capaz de aguantar.
Y aún por encima nadie me quitaba ojo. Todos se preguntaban disimuladamente y decían historias inventadas de que me fugué con mi amante, o que un señor malvado quería raptarme y por eso me escapé, y mi favorita, que yo poseía una llave que abría un cofre del tesoro oculto debajo de los cimientos de este castillo y que me había escapado para esconderla y más burradas. Yo las ignoraba.
A la hora de comer, todos los ángeles, incluidos los sagrados, se fueron al comedor, pero yo no era capaz. Los guardias vigilaban el comedor, Jack inclusive, y recorría la vista por todo el lugar, seguramente buscándome. Yo me escabullí por la puerta trasera y salí al jardín trasero.
Volví a chasquear los dedos y dejé salir mis enormes alas, y esta vez había suficiente espacio para estirarlas.
En una pequeña colina, distinguí una figura sentada debajo de un gran árbol.
Una chica de mi edad más o menos, con el uniforme, estaba sentada leyendo un libro. Me acerqué a ella, y ésta al sentirme, levantó la vista y al ver mis enormes alas negras, se encogió e intentó retroceder, pero el árbol se lo impedía.
Yo sonreí, me senté con las piernas cruzadas y la saludé:
-¡Hola!
La chica se me quedó mirando con la boca abierta. Fruncí el ceño.
-¿Tú… eres humana?
-N… no, pero… -carraspeó, se sentó bien apartando el libro a un lado y me sonrió-. Lo siento por haber reaccionado así, pero es que no te he visto nunca, y como sólo los ángeles sagrados tienen tus alas…
-Es que yo soy uno de ellos.
Un brillo de comprensión iluminó sus ojos.
-¡Ah! ¡Tú eres la chica desaparecida! El ángel del tiempo, ¿verdad? Nunca creí que te conocería.
Sonreí.
-Un placer. ¿Eres…?
-Vicky. ¿Y tú?
-Alex.
Miró mis alas.
-¿Sabes que tienes unas alas muy bonitas? Las mías son como las demás, pero las tuyas…
-Gracias, pero –me levanté mientras aleteaba ligeramente- voy a intentar escaparme.
-¿Que qué? ¿Pero…?
-De peros nada.
Me acerqué al árbol, e intenté escalar con ayuda de las ramas y de las alas para hacer contrapeso, y cuando iba a mitad de mi camino, escuché la voz de Vicky:
-Esto…
Bajé la cabeza todavía abrazada al árbol.
-¿Sí?
-Si, por un casual, no consigues salir de aquí, ¿te gustaría… ser mi compañera de habitación?
Me reí.
-Claro.
Y seguí subiendo hasta estar a unos cinco metros del suelo. Suficiente. Escaparía, estaba segura.