sábado, 19 de junio de 2010

Capítulo 7

Me solté del árbol y empecé a andar por la gruesa rama. Estiré las alas para el equilibrio y avancé poco a poco. Pero cuando estaba a mitad de la rama, miré hacia las grandes ventanas del comedor, y escruté a Jack entre el gentío que venía rápidamente hacia aquí con otros guardias alrededor de él. Se reían. Desde dónde estaba pude escuchar qué decían:
-Un ángel sagrado está en el árbol. ¿A quién le tocaba cuidar de él? ¡Porque se le va a caer el pelo! –dijo uno.
Con que no me habían visto la cara. Mejor.
Intenté tapar mejor mi cara con el ala derecha, pero eso me desequilibró y resbalé. Pero pude agarrarme a tiempo a la rama. Me volví a subir sentada, y volví a mirar el comedor.
Los ojos de Jack y los míos se encontraron, y al ver que era yo, enmudeció. Se quedó literalmente congelado y con la boca abierta. Yo le saludé, me puse de pie y seguí mi camino.
Joróbate, a ver si te despiden.
Todos los alumnos se habían arremolinado alrededor del árbol, que gritaban, saltaban y demás cosas.
-Vale, vale, puedo hacerlo, puedo…
Al final de la rama, a unos pocos metros de ella estaba el enorme mural que rodeaba el colegio, y daba al bosque. Si conseguía saltarlo sería otra vez libre. Pero había un problema.
No sabía volar. Y si no sabía volar, eso significaba que si saltaba me estamparía o contra el muro o contra el suelo. Y no quería tener marcas en mi cara, la verdad.
Jack llegó a los pies del árbol, y alzó la mirada llena de odio hacia mí. Los demás guardias intentaban sacar a los alumnos de allí, y cuando vi a Vicky le hice señas para que si me cogía que me esperara.
Cuando estaba todo despejado, Jack empezó a escalar el árbol.
El cabrón lo hacía con tanta agilidad que llegué a pensar que sí me cogería.
Retrocedí con cuidado ya que la rama era cada vez más estrecha, y cuando Jack llegó a ella y se colocó delante de mí a unos tres metros, alzó las manos en son de paz y frunció el ceño:
-A ver, a ver, Alex, por favor, mira. No te voy a hacer nada y lo sabes.
Avanzó un paso, y yo retrocedí otro.
-Ya, porque si me pasa algo el que se la carga eres tú.
-Exacto. Qué sagaz. Y ahora quiero que vengas… -me tendió una mano, pero yo retrocedí otra vez.
Y otra vez, pero ésta última fue la peor, ya que había llegado al extremo, y la rama no pudo aguantar mi peso y el de las alas, así que rompió.
Y yo me precipitaba contra el suelo.