-Danielle, adivina quién nos ha invitado a otra cena esta misma noche.
-Hummm…
-¡El conde! ¡El mismísimo conde! –su padre estaba extasiado-. Así que ya sabes, cielo. Además, te servirá para distraerte un rato.
-Papá, no me hace falta distraerme con nada. Ya ha pasado un mes desde…
-Sí, pero eso no se supera fácilmente. Entonces…
Danielle suspiró. Se levantó de su tocador y lo miró.
-Iré, tranquilo.
-Estupendo, cariño.
Su padre sonrió y se fue, cerrando la puerta detrás de él. Danielle se miró en el espejo. Ya lo había superado. Ya no echaba de menos a Axel. Ya no pensaba en él antes de acostarse y al levantarse. Ni ocupaba sus pensamientos.
-No estoy enamorada, no lo estoy… No.
Respiró hondo, y sonrió. Ya estaba. Y estaba segura de que él estaría presente en esa fiesta, y que iba a robar allí. Pero no lo iba a detener. Ahora que sabía por qué lo hacía, no podía.
Durante ese mes había salido una o dos veces sus robos en el periódico, dónde el reportero se preguntaba quién era ese ladrón que ella conocía perfectamente.
Sacudió débilmente la cabeza, y salió de su habitación.
Ya a la noche, su familia y ella estaban montando en el coche que los iba a llevar a la casa del conde.
Llegaron enseguida, y bajaron del coche despidiéndose del cochero. Danielle se maravilló con la decoración de la enorme casa, pero más impresionante era su jardín trasero, con dos pisos dónde el de abajo estaba decorado con dos fuentes a los lados y unos cuantos pavos reales correteando por la verde hierba.
Todos pasaron al primer jardín, dónde había una gran mesa con todo colocado, y la gente hablaba felizmente entre ella.
Danielle se integró, hablando con la mayoría de las personas que eran presentadas por sus padres. Pero le había entrado una sed terrible, así que se excusó y se dirigió a la mesa, pasando entre la gente. Se sirvió un pequeño vaso de ponche, y al darse la vuelta, se encontró con unas manos guardadas en los bolsillos de un pantalón y un chaleco azul claro.
“Vamos, es indiferente. No estás enamorada. Ya no.”
Alzó la vista, y se encontró con los ojos grises con los que había soñado algunas semanas atrás.
-¿Danielle? –preguntó él sorprendido.
-Axel –sin poder evitarlo, se quedó sin respiración.
“¿Cómo demonios puede estar tan guapo sin apenas arreglarse?”
-No sabía que ibas a asistir. Hum… -se llevó la mano izquierda a la nuca-. ¿Todo bien?
-Pues sí, la verdad. Iba a ir ahora junto a mis padres, así que si me dejas pasar…
Pasó por su lado, pero Axel la retuvo cogiéndola por un brazo. La hizo volverse hacia él.
lunes, 22 de agosto de 2011
miércoles, 10 de agosto de 2011
Capítulo 40
Danielle había llegado a casa sana y salva, apareciendo de repente ante sus padres, que empezaron a llorar y a besar a su niña. Incluso Stella la abrazó con fuerza. Sin embargo no le preguntaron nada sobre su supuesto secuestro, pues no querían recordárselo. Aunque a los dos días recibió la visita del jefe de policía.
Cuando Ethan la vio, se emocionó muchísimo y no la soltó después de dos horas. Todos reían.
Menos Danielle.
Pero después de dos semanas con tranquilidad, hubo un nuevo integrante en la policía.
Llegó junto con el padre de Ethan y éste, también. Cuando la joven lo vio, se asustó bastante, pues aunque era joven –quizá unos veinticinco años-, tenía una mirada y un aire intimidante, de esas personas que apenas te atreves a dirigirles la mirada.
-Danielle, te presento al detective Julian. Nos ayudará a encontrar a tu secuestrador y al ladrón de Londres.
Danielle sintió cómo la sangre abandonaba su rostro.
“No, a Axel no.”
-Pero… no hace falta. Yo… mi secuestrador no me trató mal.
-Ya veo. Ni siquiera pidió recompensa. Pero cometió un delito igualmente –le contestó en tono seco Julian-. Y a mí el arrepentimiento no me sirve para nada. Atraparé a ese bastardo.
-¡No es ningún bastardo! ¡¡No tienes ningún derecho a hablar así de él!! –soltó sin querer ella.
Se tapó la boca rápidamente bajo la mirada anonada de cada uno.
-Yo… es que… como ya dije… me trató muy bien y… eso…
-Me parece que sufres un claro Síndrome de Estocolmo, pero aún así hay que capturar a ambos. Jefe –le dijo al padre de Ethan-, vamos.
-Sí. Hijo, ¿te quedas aquí?
-Sí, papá.
-Bien.
Ethan se quedó con Danielle mientras el jefe y el detective se iban. Ésta llevó a Ethan a su habitación, y ambos se sentaron en la cama.
-Danielle –susurró Ethan levantándole la barbilla con un dedo-. ¿Estás bien?
-Yo…
-Dime quién fue.
-¿Cómo?
-Quién lo hizo.
-¿El secuestro? Ya os dije que no vi su cara…
-No me mientas. Tú lo sabes. Y quién es el ladrón, también. Estoy seguro.
Danielle se lo pensó unos momentos. ¿Podría confiar en Ethan? Es su mejor amigo desde hacía… cuánto, ¿diez, once años ya?
Suspiró, y asintió.
-Te lo diré, pero ni se te ocurra decir nada. ¡Nada! ¿Me oyes?
-Sí.
-Es… Axel…
-¿Axel? ¿El mismo al que fui a…? –abrió mucho los ojos, comprendiendo-. ¡Claro! ¡Sólo podía ser él! ¡¡Ese bastardo…!!
-¡¡¡No es un bastardo!!! Es el mejor hombre que he conocido en mi vida, ¡así que no le insultes! Ethan, ¡no se lo digas a nadie!
-Que sí…
Danielle empezaba a arrepentirse soberanamente. ¿Qué había hecho?
Cuando Ethan la vio, se emocionó muchísimo y no la soltó después de dos horas. Todos reían.
Menos Danielle.
Pero después de dos semanas con tranquilidad, hubo un nuevo integrante en la policía.
Llegó junto con el padre de Ethan y éste, también. Cuando la joven lo vio, se asustó bastante, pues aunque era joven –quizá unos veinticinco años-, tenía una mirada y un aire intimidante, de esas personas que apenas te atreves a dirigirles la mirada.
-Danielle, te presento al detective Julian. Nos ayudará a encontrar a tu secuestrador y al ladrón de Londres.
Danielle sintió cómo la sangre abandonaba su rostro.
“No, a Axel no.”
-Pero… no hace falta. Yo… mi secuestrador no me trató mal.
-Ya veo. Ni siquiera pidió recompensa. Pero cometió un delito igualmente –le contestó en tono seco Julian-. Y a mí el arrepentimiento no me sirve para nada. Atraparé a ese bastardo.
-¡No es ningún bastardo! ¡¡No tienes ningún derecho a hablar así de él!! –soltó sin querer ella.
Se tapó la boca rápidamente bajo la mirada anonada de cada uno.
-Yo… es que… como ya dije… me trató muy bien y… eso…
-Me parece que sufres un claro Síndrome de Estocolmo, pero aún así hay que capturar a ambos. Jefe –le dijo al padre de Ethan-, vamos.
-Sí. Hijo, ¿te quedas aquí?
-Sí, papá.
-Bien.
Ethan se quedó con Danielle mientras el jefe y el detective se iban. Ésta llevó a Ethan a su habitación, y ambos se sentaron en la cama.
-Danielle –susurró Ethan levantándole la barbilla con un dedo-. ¿Estás bien?
-Yo…
-Dime quién fue.
-¿Cómo?
-Quién lo hizo.
-¿El secuestro? Ya os dije que no vi su cara…
-No me mientas. Tú lo sabes. Y quién es el ladrón, también. Estoy seguro.
Danielle se lo pensó unos momentos. ¿Podría confiar en Ethan? Es su mejor amigo desde hacía… cuánto, ¿diez, once años ya?
Suspiró, y asintió.
-Te lo diré, pero ni se te ocurra decir nada. ¡Nada! ¿Me oyes?
-Sí.
-Es… Axel…
-¿Axel? ¿El mismo al que fui a…? –abrió mucho los ojos, comprendiendo-. ¡Claro! ¡Sólo podía ser él! ¡¡Ese bastardo…!!
-¡¡¡No es un bastardo!!! Es el mejor hombre que he conocido en mi vida, ¡así que no le insultes! Ethan, ¡no se lo digas a nadie!
-Que sí…
Danielle empezaba a arrepentirse soberanamente. ¿Qué había hecho?
Suscribirse a:
Entradas (Atom)